¿Perderse en la técnica o buscarse en lo humano?

Anhelos y Tormentos - Foto de Jesús Vallinas cedida por el CDN
La Compañía Nacional de Danza (CND) presenta en el Teatro Real un programa ecléctico con el valor añadido de que en Anhelos y Tormentos toca en directo la pianista Rosa Torres-Pardo. Se agradece, lo mismo que en la primera coreografía toque Carlos Faxas. Y, la música en directo se echa de menos en la segunda parte. Sobre todo en Raymonda Divertimento en la que la grabación sonó mal, con esa equivocación que cometen la mayoría de teatros de la capital de cuanto más alto mejor. Algo que debería haberse cuidado en un teatro como este, máxime cuando no iba a haber música en directo. Aunque la CND hubiera merecido el esfuerzo de convocar a alguna de las buenas orquestas que hay en la capital para que tocase en vivo.
El caso es que las cuatro coreografías presentadas muestran un cuerpo de baile técnicamente bueno pero que tiene que trabajar para que todo el conjunto muestre la elegancia y la humanidad que presentan algunos de sus componentes. Paradigma de lo que se acaba de señalar es la primera de las propuestas, In the night de Jerome Robbins. Una coreografía a la americana en la que se percibe esa pulsión acrobática y casi circense que suele caracterizar al ballet que llega de aquel país. Mostrando que conocimiento no les falta. Algo que se olvida cuando sale Aída Abadía en el tercer paso a dos que consigue mover el interés del espectador. Desplazándolo de cómo baila a qué baila. ¿Es este el baile del amor? ¿De qué tipo de amor? ¿O es simplemente un flirteo nocturno? ¿Aventura en una veraniega noche estrellada en que la soledad golpeaba fuerte en el ánimo? Es cuando esos saltos, esos giros, esos ponerse del revés comienzan a tener sentido, sentido humano.
En Anhelos y tormentos de Kirilov con música de Enrique Granados, la segunda coreografía de la tarde, lo humano está mucho más presente. Tal vez por eso sea la mejor, tanto en el trabajo del conjunto como el de parejas, del programa. Donde el deseo gira y se mueve por un escenario oscuro, por la niebla. Un deseo que siempre se interpone. En el que la luz y el orden desordenado la ponen esas masas que crean con un escaso cuerpo de baile. Brazos que se mecen con el viento, un mismo viento.
Sin embargo, el problema vuelve a aparecer en la Suite nº 2, op. 17 III: Romance de Uwe Scholz. La delicadeza y fragilidad de Seh Yun Kim tan en consonancia con ese aerodinámico garabato que ocupa el fondo del escenario muestra el acercamiento tan técnico que tienen sus compañeros en escena y que los aleja de la música que, en definitiva, es la que marca cómo se mueve el cuerpo en el espacio.
Y Raymonda Divertimento es eso, un divertimento de José Carlos Martínez, el director artístico de la compañía sin más pues no se entiende muy bien porque se ofrece una obra clásica incompleta. Que además se percibe como un añadido a un programa que no se sabe a ciencia cierta qué quiere mostrar o demostrar. Y en el que se percibía alguna que otra posible incomodidad en escena. Aunque también hay que contar que encendió el entusiasmo de un público que ya desde la primera coreografía quería aplaudir y gritar bravo. Una necesidad más evidente en los pisos superiores que en las butacas de patio o en los pisos inferiores. Esa popularidad que se hace buscar desesperadamente a los gestores culturales, y por ende a los artísticos, para reafirmar su gestión. Que ha convertido la noticia económica del número de entradas vendidas, del nivel de ocupación conseguido, en noticia cultural cuando esa noticia debía aparecer en las páginas de economía de los periódicos, donde se habla del beneficio y de las perdidas, y que está dejando a un lado la creación artística la que verdaderamente crea valor, un valor que cotiza cada vez más en el mercado.
En definitiva, viendo el espectáculo no se sabe bien qué pensar. Este eclecticismo muestra que es una compañía que puede enfrentarse a todo y hacer lo que ya hacen muchas. Lo que no permite determinar si está perdida en el común denominador de todas las compañías de danza o se está buscando. De ser cierto el primer caso, se deberían encender todas las alarmas. Pero de serlo la segunda posibilidad, debería contribuirse más y mejor en esa búsqueda, asumir riesgos y favorecer una comunidad artística alrededor de este ballet para crear aquí y ahora una sensibilidad propia, no solo balletística sino también musical, artística y crítica, que aportar a ese mundo económicamente globalizado en el que nos jugamos todos los días los cuartos. Intentar, como algunos de sus bailarines hacen en escena, ser el valor humano de un mundo tecnificado y deshumanizado.
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