Adiós a Gamoneda
Mi “adiós” no es porque se haya muerto. O sí, tal vez sí se ha muerto, pero sólo en lo tocante a su vida pública: no lo sabemos todavía. El asunto es que enero se ve envuelto en la enésima polémica en torno a los derechos de autor con la salvedad de que en esta ocasión la opinión pública se ha puesto del lado de los creadores: el pueblo se levanta contra una pseudo-legislación que provoca que intelectuales consagrados como el mismo Gamoneda, Forges, Javier Reverte, y un largo etcétera hayan sido multados por la Seguridad Social al haber cobrado los derechos de autor correspondientes a toda una vida de trabajo al mismo tiempo que cobraban una pensión de jubilación, algo que no ocurre con los jubilados que tienen enormes depósitos bancarios o son propietarios de viviendas que ponen en alquiler; ante este panorama, dichos autores amenazan con dejar de publicar y la sociedad teme que se haga irremediable esta situación. Seamos serios: analizando el panorama, lo verdaderamente terrible es que llevamos años advirtiendo de que la desaparición de estos derechos nos llevará de cabeza a una sequía intelectual que perpetuará un sistema que nos está haciendo cada vez más incultos, menos capaces.
Para comprender bien lo que ocurre, uno debe observar el asunto con la dudosamente privilegiada perspectiva que otorga el tener que darse de palos con la Agencia Tributaria año tras año, enviando copias de facturas de los derechos, justificaciones, cartas en las que hay que explicarle a Hacienda sus propias leyes y por qué todo está correcto (correcto a sus ojos; a los ojos del sentido común es un despropósito): una situación lamentable que forma parte de mi mes de mayo exactamente igual que celebrar mi cumpleaños. Pero es que ahora el Estado directamente no nos permite declarar legalmente nuestro dinero a las arcas públicas; y aquí ya no hay pretextos de recaudación (como con la absurda subida del IVA que hizo que los ingresos a su favor fueran menores). El Estado quitándole dinero al Estado: vivir para ver. Pero antes de observar por qué no puedo declarar legalmente, y esto afecta tanto a creadores jubilados como no jubilados, he de analizar de dónde proceden mis ingresos. ¿En qué “trabaja” un creador? Gran pregunta.
Para empezar, hay que tener en cuenta (y este artículo versa sobre este supuesto exclusivamente) que la gran mayoría de obras artísticas se realiza por voluntad propia, sin que se haya recibido ningún encargo por ello. No existe un contrato del tipo “usted trabaja seis meses en un libro y le pagamos x dinero por ese trabajo” sino que existe otro tipo de contrato que es del tipo “usted ha elaborado una obra artística y nosotros se la vamos a publicar o vamos a usarla para lo que sea y como anticipo de las ventas o por su uso le pagamos x dinero”. ¿Dónde hay relación laboral? En ningún lado, el mismo Ministerio lo dice: no hay transacción económica alguna en concepto de remuneración de servicios. El Ministerio niega que nosotros estemos trabajando: los creadores creamos obras destinadas a ser explotadas comercialmente a posteriori siguiendo unos patrones que no son mensurables como “trabajo” ni establecen relación alguna con aspectos del mundo laboral tales como horarios, derecho a baja, vacaciones, etc. Y nuestro sueldo consiste en el posible (POSIBLE) ingreso en concepto de derechos de autor. Aclarado este punto, llega el momento de explicarle a Hacienda mis ingresos, y… ¿cómo he de hacerlo? La Seguridad Social dice que como no he “trabajado” no tengo que ser autónomo ni asalariado ni estar dado de alta en el Impuesto de Actividades Económicas (IAE), por lo que consulto a la Agencia Tributaria y me dice que desde 2012, año de la última reforma fiscal, existen dos posibilidades: la primera, declararlos como Rendimientos de Trabajo cuando su explotación comercial la hayan realizado terceros (editores, productoras, empresas de la naturaleza que sea) o bien, segunda, declararlos como Rendimiento de Bienes Inmuebles si la explotación la he realizado yo mismo.
Caballeros, la primera no puede ser porque insisto en que mi “trabajo” consiste en que yo no trabajo y un “no-trabajo” no puede generar Rendimientos de Trabajo; y la segunda opción tampoco puede ser porque yo no puedo realizar la explotación comercial de mi propia obra, porque entonces sería yo mismo mi propio editor y eso sí es un trabajo como tal y además es un FRAUDE DE LEY: según la legislación actual el autor-editor tendría que suscribir un contrato consigo mismo para poder gestionar sus propios derechos y pagárselos a él mismo, y una persona no puede contratarse a sí misma (desde la última reforma fiscal no podría auto-editarme). Así que toda vía para declarar a Hacienda los derechos de autor es errónea.
Pero en todo caso considero que si no sigo creando obras me va a subir la fiebre (Stravinsky dixit), así que si no puedo cobrar ni por una vía ni por otra, ¿qué hago? Pues rechazar el dinero que genere y REGALARLA: ah, no, tampoco, porque la Ley establece que un autor no puede regalar sus derechos de autor: son irrenunciables, diga lo que diga esa leyenda urbana sobre que los derechos se los quedan los editores y las productoras: no hay contratos editoriales que pidan la cesión íntegra de los derechos de autor porque es ilegal, y si existen son denunciables en el acto tal y como lo son la esclavitud o el trabajo infantil. Hay que asumir que todos y cada uno de los programas políticos que han denigrado la figura del editor, mentían: el editor no puede exigirle al autor quedarse con sus derechos íntegros. Y llegados a este punto, tengo encima de la mesa un cúmulo tal de despropósitos que hacen imposible que yo siga creando: es ilegal que regale mis derechos de autor; es ilegal que los cobre. La única opción que no es ilegal es que publique mis obras bajo una licencia Creative Commons la cual no generará dinero alguno porque no genera derechos. Pero el problema está en que sólo podré regalar obras en formato digital porque para regalar una obra editada en papel necesito a mi editor (el cual, no creo que quiera editarme para regalar mi obra vía Creative Commons con los costes que eso supondría en formato tradicional). Adiós, libro, adiós.
En definitiva, que verme abocado al terreno de renunciar a mis derechos de autor no es tan malo; lo único malo es que necesito comer. La mayoría de los autores estamos completamente de acuerdo en lo necesario de estas licencias Creative Commons y, de hecho, este artículo está felizmente publicado de esta manera, y tal vez todo ello debería hacernos pensar en la naturaleza de los motivos que nos mueven: ¿Para qué escribe uno un artículo como este si no va a percibir ingreso alguno? Para explicar, una vez más y de manera maravillosamente altruista, determinadas situaciones que atañen a una sociedad por completo. Sí, señores, hay gente ALTRUISTA de la misma manera que existe Médicos sin Fronteras, pero el hecho de que este artículo no hubieran podido escribirlo los cientos de miles de teóricos de barra sobre los derechos de autor porque, sencillamente, no han tenido que enfrentarse a las inclemencias de Hacienda año tras año porque no viven de su creación -esto es, no son profesionales-, el mero hecho de que ningún partido político haya propuesto ninguna solución real a este asunto, la realidad demostrable de que año tras año haya que explicarle a la propia Agencia Tributaria cómo debe computar nuestros ingresos, deja muy claro que no podemos seguir construyendo una sociedad de esta manera. Si queremos gente capaz de explicar los cómos y porqués de un oficio, vamos a tener que asumir que ese oficio existe, quiera usted llamarlo “trabajo” o no, y que destruir los trabajos no hace ningún bien a un país. Mientras tanto, por mi parte prometo no ponerme paranoico pensando que en el fondo la existencia de derechos de autor es el único freno que tienen las empresas de telecomunicaciones a la hora de vender el ADSL a un precio desorbitado y que antes que renunciar a sus ganancias prefieren manipular la opinión pública para desprestigiar nuestros ingresos (a fin de cuentas, para algo dominan las telecomunicaciones y tienen representantes en el Congreso a pesar de ser empresas privadas). También prometo no pensar que parece que el Estado le está cumpliendo el capricho a estas empresas porque, aparte de alimentar el lobby en cuestión, consigue una generación pasiva absolutamente inculta y falta de referentes culturales, y que lo va a hacer hasta el punto de que bloquear la fiscalidad aplicable a nuestro dinero como vía para, sencillamente, acabar declarándolo ilegal. En fin, prometo no pensar en que ni una sola opción política hace algo al respecto porque a estos efectos todos los perros, rojos y azules, sirven al mismo pastor aunque sea por motivos diferentes: tanto las opciones de derechas (causantes de esta situación) como las de izquierdas (cuyos programas electorales se limitan a recoger esa idea popular que las empresas de telecomunicaciones han infundado -insisto en el ejemplo puesto arriba sobre los programas que dicen que los editores se quedan los derechos, pero si alguien me lo solicita no dudaré en escribir un repaso punto por punto de lo falaz de TODOS los programas políticos). En todo caso, lo que no puedo prometer, y no prometo, es que a pesar de que faltan todavía bastantes meses para mayo no vaya yo a entregarme de inmediato a la bebida como cuando celebro mi cumpleaños o finalizo mis gestiones sobre la Renta: creo que me haré un favor llegando a ese momento con la consciencia mutilada.
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