Cuerpo, espíritu, belleza

(c) Javier del Real
Las programaciones de Fidelio de Beethoven y Porgy and Bess de Gershwin se solapan en el Teatro Real. Son dos obras maestras. También son dos obras controvertidas pues por su especificidad no encajan en ninguna clasificación operística al uso. La primera, Fidelio, se tiende a escuchar más como una larga pieza sinfónica y no es raro que se interprete en formato de concierto. Porgy and Bess, la segunda, al incluir la música popular de su tiempo en Estados Unidos y haber sido fuente de standards muy populares, como Summetime, siempre se acompaña del debate de de si es o no un musical. Y cuando se defiende que es un musical se suele añadir, sin saber muy bien porqué, que es un musical de calidad. Sin embargo hay buenos musicales a los que nunca se le añade este calificativo. Es como si hubiese una nueva categoría entre la ópera y el musical solo ocupada por Porgy and Bess.
La controversia de la que se habla en el párrafo anterior no es ajena a cómo se ven y se escuchan las dos óperas. Fidelio se oye con muchísimo respeto y cierta veneración. Sin embargo, la actitud ante Porgy and Bess es la de estar escuchando algo ligero. Es como si en la escucha y en la visión de la primera se apelase más al espíritu y en las de la segunda se apelase más al cuerpo, a lo físico, a lo mundano y superficial. Los montajes no son ajenos a estas ideas o formas de entender, comprender y sentarse a ver y escuchar estas dos óperas. Visiones que seguramente son responsables de la sobriedad (relativa) del tecnológico montaje de Fidelio, y de la exuberancia africana analógica de Porgy and Bess, africana puesto que se trata de una producción de la Cape Town Opera, en la que la ocupación del espacio por coro, cantantes y figuración parece llenar el gran escenario de este teatro, no dejando ni un solo hueco. Estas maneras de entender también se encuentran en los videos que José Luis Téllez, el popular periodista musical, graba como introducción a las operas por encargo del Teatro Real y que no solo afecta a lo que dice y cómo lo dice, sino que también afecta a como viste en cada uno de ellos. En el vídeo de introducción a Fidelio va vestido de traje y corbata, de señor serio, mientras que en el vídeo de Porgy and Bess se le ve con una cazadora sahariana y camisa de cuello desabrochado, más relajado, menos tenso.
Como ya se ha dicho, esta dicotomía entre el traje profesoral y el vestir informal, entre lo espiritual y lo físico, se ve en las propuestas escénicas del Teatro Real. Así el Fidelio del director de escena Pier’Alli se mueve en espacios grises, oscuros, cerrados, las mazmorras ¿inconscientes? en las que se encierra lo que no se quiere mostrar ni que se vea y al que difícilmente se deja entrar a alguien, de una quietud inquietante, como la del que piensa con la mirada perdida o una mirada hacia dentro. Mientras que el Porgy and Bess de la directora de escena de Christine Crouse sucede al aire libre, en la calle, o en espacios públicos, donde es posible cantar a pleno pulmón, bailar, reír, pelearse y pelar la pava bajo un inmenso cielo azul que se extiende más allá del horizonte. Donde la muerte, la posibilidad de morir, no es una idea abstracta, sino una posibilidad concreta que se comprueba y se vive cada día.
El caso es que estos montajes se disfrutarán se vaya con zapatos de suela o con zapatillas deportivas a cualquiera de ellos, siempre, claro está, que uno se lo permita. Esto se debe a que están montados con una intención dramática clara de contar con el canto y con la música mediante acciones escénicas de objetivos concretos, y aunque la dramaturgia de Fidelio deje mucho que desear. ¿Y qué cuentan con el canto? Ambas hablan del amor conyugal, del amor comprometido con el otro y con uno mismo, como fuente de liberación. Algo así como ataduras que liberan. En el caso de Fidelio libera a Florestan, el marido de Leonor, la protagonista, de las cadenas con el que le tenían inmovilizado en la mazmorra y de la muerte segura a la que le había condenado el gobernador. Y en el de Porgy and Bess libera a Bess de las ataduras y del rechazo social que provocan las drogas y el submundo que las rodea, como la prostitución, en los barrios pobres, en los guetos. Amores protagonistas en los que, por cierto, no se observa deseo. El deseo suele estar en otro lado, en el lado oscuro de la vida. Ya sea en el velado lesbianismo que Marzelline, la hija del cancerbero, por Leonore/Fidelio. Ya sea en el de Bess por el macarra de Crown o el drug dealer de Sportin’ Life.
Lo mejor de todo, es que estas dos producciones, que vienen de teatros muy distintos y muy alejados, el Palau de Valencia y la Cape Town Opera, permiten mostrar la calidad y versatilidad de la orquesta titular del Teatro Real. Permiten comprobar su capacidad de adaptarse a la idea que el director musical tenga de la obra, lo que resulta una muy buena noticia para los habituales de este teatro. Ya sea la matizada y clara de Hartmut Haenchen en Fidelio que, tal vez, podría haberle puesto un poco más de entusiasmo en la sonoridad, pero que consigue una gran textura musical en la que resulta difícil identificar los instrumentos que se tocan mientras se escucha, y se escucha como una idea, rotunda, compleja, abstracta. Ya sea la densa sonoridad y el exceso de sonidos que le pide Tim Murray (un director bregado en Reino Unido en la dirección de obras contemporáneas) en Porgy and Bess, y que, al contrario que en el caso anterior, casi se podrían identificar los instrumentos que se están tocando sin que se pierda la percepción del conjunto, de diversidad. Dos posturas distintas desde las que interpretar una obra que en ambos casos, funciona. Funciona para el espectador. Para un público que sale entregado en los intermedios de las dos. Entrega que le permite establecer una conexión en lo musical con sus iguales, con sus compañeros de abonos, de filas, con los amigos con los que coincide en el teatro y en opinión. Caras de felicidad y de contento. Corrientes de entusiasmo que van del escenario a las butacas. Que recorren de arriba abajo el teatro. A medida que los asistentes suben y bajan por los ascensores o por las escaleras. Entusiasmo que se ve lo mismo en los que se despiden al salir del teatro que en los que se quedan en los bares de alrededor para comentar las mejores jugadas y el resultado de las dos propuestas. Que seguramente se enfrascarán en los aspectos técnicos (las voces, la orquesta, la escenografía, etc.) antes que en los contenidos, a la manera que suele hacer la crítica. Cuando los libretistas y los compositores de estas obras están hablando del poder liberador del amor y del poder de encadenamiento del deseo, juntando palabras y notas para hablarles de una forma que apele a los sentidos y al pensamiento a través de la belleza.
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