El estreno

Vengo de vivir un intenso mes plagado de conciertos, propios y ajenos, todos ellos disfrutados: un mayo de numerosos estrenos vividos de una manera tan peculiar que no puedo sino comenzar junio reflexionando sobre lo poco –o mucho- que significa para mí el que una nueva obra sea “estrenada”. Creo que el conflicto con el término viene de lejos. Disfruto como un niño con obras nuevas pero detesto el marco que envuelve el momento en el que estas ven la luz. En todo caso, sé que la música es inocente. El concierto en sí, también.

Cuando era todavía un estudiante del conservatorio en vez de un estudiante a secas, reconozco que aquello de escuchar a mis profesores anunciar que ese día tenían un estreno como si fuera una jornada de fiesta nacional (jornada que, además, debía interesarle a toda la nación, cosa que ciertamente no ha ocurrido jamás con las fiestas nacionales) me resultaba francamente sobrado y fuera de tiesto (perdón por la vulgaridad de la expresión, pero lo vulgar del caso la merece). Es decir, para mí, joven pupilo incauto e ingenuo de algunos de los supuestos maestros de la composición de este país, resultaba sorprendente que éstos presumieran de algo que a todas luces no resulta un hecho del que presumir: un compositor iba a ser interpretado en una sala de conciertos, aleluya; porque “estreno” es sinónimo de “ser tocado”: no suele haber más ejecuciones aparte de un estreno puntual para las obras de música contemporánea, que es de la que hablamos en esta publicación. ¿Aleluya? ¿Qué suponía eso? ¿La gloria eterna? ¿El fin de sus problemas económicos? No, en realidad, tan sólo que alguien iba –entiendo que contra todo pronóstico por su propia parte- a ejecutar música de su autoría en una ocasión determinada. Puede ser que no sea absurdo aunque a mí me lo parece: tal vez el venir de una familia de pintores artísticos que siempre han vivido de sus obras y, por otra parte, ser descendiente igualmente de marinos comunes y mortales (tan mortales y tan marinos que muchos de ellos murieron ahogados), así como haber dirigido una parte enorme de mi actividad hacia campos de creación que exigen no sólo de la idea y de la escritura sino también de su inmediata presentación pública (el tan denostado campo audiovisual, radiofónico y teatral), me ha llevado a desvirtuar esta propuesta del estreno como algo descomunal, máxime si quién estrena es alguien cuya música apenas se hace sonar con determinado frecuencia (una vez al año no es sonar, es, acaso, soñar que se suena). Esta es casi la clave: no podemos medir nada en base a un estreno y, en todo caso, lo que sí resultaría interesante sería que los autores que gustan, que son tocados, que forman parte real y de manera fehaciente del panorama musical (aquellos que, sin más, suenan, dejando los sueños aparte) ofrezcan una nueva creación; este es, de hecho, el origen de la importancia del estreno y su único aliciente más allá de que la Sociedad General de Autores ofrezca una determinada cantidad económica destinada a esta música nueva: si tú como autor estrenas una obra, recibes a cambio una prima económica, mientras que si se ejecuta tu repertorio anterior ya veremos si puedes cobrar algo en concepto de derechos de autor (cada vez menos, cada vez peor). Por otra parte, determinadas instituciones destinan una parte jugosa de sus ayudas a los gastos inherentes a estrenos de obras de nueva creación: gracias al estreno, el compositor cobra, el ensemble cobra, tal vez el espacio escénico del estreno. En todo caso, este no puede ser el problema de insistir en el estreno, dado que la mayor parte de estos autores mantienen trabajos como docentes en centros oficiales de enseñanza musical, por lo que no se puede considerar que una cantidad que suele estar comprendida entre los 500€ y los 3000€ sea algo relevante: nuevamente, ese ingreso resulta relevante para quién haga sonar su música de manera continuada y tenga en ella unas aspiraciones continuadas (y por lo tanto, una necesidad de generar dinero con ellas). Así las cosas, uno debe empezar a hablar de bares, que para algo estamos en España.

Ciertamente, y es ésta una cuestión muy seria, me pregunto por qué los autores no hacemos sonar más nuestra música en bares, centros de arte alternativos, espacios escénicos no institucionalizados. Tal vez no estrenar aquí las obras grandes pero desde luego sí tratar de darles más audiciones aparte de la primera que suele ser primera y última, única. Si, como queda dicho, la música de un autor no está presente en salas “oficiales” más allá de un determinado estreno de una obra que posteriormente no va a ninguna parte, ¿por qué no buscar una mayor presencia a través de esta vía? Antiguamente podríamos decir, con razón, que estos espacios pequeños suelen evitar el pago de tasas o porcentajes de taquilla a SGAE y que por lo tanto el compositor no cobra y en última instancia no le interesa sonar aquí, pero tampoco cobra subiendo vídeos a YouTube y hay que ver con qué diligencia suele hacerse; aparte, queda dicho que en todo espacio cada vez se cobra peor y menos, por lo que esta distinción empieza a resultar francamente innecesaria (excepción hecha, por supuesto, de los grandes centros nacionales de carácter estatal) y que como queda dicho también, hablamos de autores que suenan poco, sus ingresos por estas creaciones son insignificantes y uno acaba convencido de que el único motivo es el snobismo. Pero antes de avanzar hacia el snobismo, y abandonando los bares (sólo vine a tomar una, y se me está haciendo tarde), podríamos hacernos la misma pregunta hacia el hecho de no tratar de promocionar nuestras obras en territorios siempre receptivos (ergo, no europeos) a la nueva creación: en el último año y medio, el que esto suscribe ha hecho sonar música (nueva o antigua) en cuatro países diferentes, Brasil, Portugal (europeo en lo que quiere, de manera afortunada), USA y Canadá, y debo decir que no he visto mucha presencia española a mi lado (alguna sí, para ser justos). Ah, que también es muy difícil que llegue dinero desde allí y aparte los conciertos son tratados con una normalidad que a ojos españoles podría resultar hasta vulgar… Toca recordar: el concierto debe ser especial, la fiesta nacional, todo concierto debe ser EL CONCIERTO, y no me extraña que ante semejante ceremonia al público de la calle le dé una pereza horrible tener que asistir a algo que debería ser un evento de entretenimiento / reflexión con la misma solemnidad con la que uno asiste al entierro de un familiar ahogado.

Insisto: los compositores somos unos snobs.  Lo somos porque sabemos que realmente no tenemos un público al que gustamos así que como no tenemos un público al que gustamos no sonamos en ningún lado, rechazando hacerlo en pequeñas salas que no sean institucionales ni en otros países que no compartan el mismo snobismo por puro snobismo dado que en esas salas sí podríamos alcanzar otro tipo de oyentes pero parece que será mejor mantenerse en la frecuencia gravitacional del “Estado que protege música de nueva creación y que no atiende a la tiranía del público sino a su verdadero interés artístico” y mantener unas formas tradicionales acerca del estreno que, en su caso, carecen de todo fundamento. Un interés artístico, eso sí, que no debe rozar espacios alternativos. Pues vaya. Ahora ya en serio, no voy a ser yo quien frivolice sobre el papel del Estado protector de la creación nacional, es un asunto francamente complejo, pero destinar dinero a crear obras para meterlas en un cajón después de su estreno y que jamás vuelvan a sonar es absurdo. Una absurdidad que se extiende como un cáncer en todos los campos de la música aunque un compositor “culto” jamás va a aceptar de buen grado que lo que él considera prácticas normales en su gremio se hayan convertido en prácticas normales en gremios vecinos: “¡Pero no es lo mismo que esto lo haga yo a que lo haga el otro!”.

Como siempre, la realidad va siete pasos por delante de nuestras cabezas y hoy, de manera más o menos discutible, el “estreno” se ha apoderado de todo. La gente “estrena” discos, “estrena” vídeos en YouTube, “estrena” canciones en Spotify. Lo que antes se llamaba “publicación” ahora quiere verse como estreno, supongo que imbuidos del espíritu pomposo acerca del cual estoy hablando desde el minuto cero. ¿Se agrava esto por el hecho de que “publicar” ya no significa nada en la era del PDF y del libre saqueo de bienes culturales por Internet? Probablemente. Cuento cansino del que no nos sacarán ni los estrenos ni las publicaciones sino el conseguir ocupar el espacio sonoro, reflexivo, intelectual, sensorial y –en definitiva-  vital del oyente, algo que si bien estos elementos (PDF + Vídeo en YouTube del estreno) pueden ayudar a conseguir no son para nada lo que lo conseguirá.  La ocupación del espacio sonoro del público sólo puede darse de una manera, anegando su escucha, y el acto de vanagloriarse se acerca más al humo que al agua necesaria para conseguir tal inundación. No vale la excusa de una audiencia deficitaria por su bajo nivel cultural o su nulo interés: si algo necesita crear el creador, ese algo es un público. Yo, en honor de mis familiares muertos en acto de servicio, me voy a por ello de cabeza.

 

Licencia Creative Commons
El estreno por Hache Costa, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.