El gallo de oro, preguntas que siguen presentes

(c) Javier del Real

El gallo de oro de Rimski-Kórsakov que se acaba de estrenar en el Teatro Real es la constatación de dos hechos. El primero, la calidad teatral del coro. Un coro que no solo canta sino, que como ya mostró en Billy Bud, tiene capacidades teatrales. Es decir, sabe interpretar, tiene presencia escénica. Solo hay que ver cómo se mueven en escena y aportan acciones a lo que cantan en esta obra. Algo que se comprueba tanto en los detalles pequeños, como las velas que sacan y muestran en dos momentos de esta ópera, o en ese desnortado batallón que representan. Sin olvidar a esas mujeres que salen de una cadena de producción de material pesado, musculadas, manchadas de grasa, que actúan como camareras machorras de la zarina, uno de los personajes protagonistas de esta obra.

 

El otro hecho es la constatación de la calidad de Ivor Bolton como director musical, director de orquesta y, además, esta vez, como intérprete de piano. Pues ha incluido un breve interludio musical entre el segundo y el tercer acto, que hace entender su acercamiento humano a lo que dirige y toca. Algo que se nota en la calidad y la potencia con la que suena la orquesta en esta obra. Lo que le hizo merecedor de una de las ovaciones más compactas de la representación (esta crónica corresponde al segundo día) y, ya en la calle, el aplauso de unos aficionados que estaban sentados en una de las terrazas aledañas cuando dejaba el teatro camino a su casa.

Sí, siguiendo a los cronistas oficiales de ópera de la capital del reino, se podrían seguir analizando los elementos técnicos hasta hacer pensar al espectador que si dichos elementos son buenos, la obra es buena y tiene que ir a verla. En esta obra todos los elementos son buenos, como mínimo. Y algunos rozan la excelencia. ¿Pero a quién se le ocurrió ese traje de zarina que pierde el brillo por momentos como si se tratase de una antigua televisión estropeada? Un efecto que realza todos los atractivos sexuales de la cantante Venera Gimadieva mostrándolos como si se estuvieran viendo una “porno” en la antigua televisión codificada de Canal+. Todo sin mostrar, sin ser soez, con sutilidad.

Pero estas razones técnicas no son suficientes para justificar un espectáculo de cara al espectador. Aunque siempre son necesarias, es el mínimo que hay que exigir, al menos, a un centro de excelencia de música escénica como es el Teatro Real. Calidad técnica que debe estar al servicio de la calidad artística. De la calenturienta imaginación de los artistas. Esos que siempre están discurriendo para contar cosas, hacerlo pasar bien incluso con las más desgarradas tragedias o los más sencillos cuentos.

Esta vez Laurent Pelly, el director de escena, en combinación con Ivor Bolton, hay que insistir con el director musical, lo consiguen. El primero con un estilo que podría llamarse vintage al combinar elementos y colores del expresionismo alemán consiguiendo el efecto que se estuviesen viendo cuadros de Chagall tamizados por Groz.

Ambos directores han encontrado el interés que tiene esta sátira cómica de Rimski-Korsakov al mostrarnos al zar protagonista y, por tanto, al poder, como mezquino, ruin, vago y mentecato, claro antecedente de Ubú rey (toda una serie teatral de principios del siglo XX que está pidiendo a gritos una ópera contemporánea) y del premonitorio Ubú President de El Joglars. Zar que tiene unos hijos que, haciendo honor a su padre, son iguales de mezquinos, ruines, vagos y, si cabe, aún más mentecatos.

Un poder, por tanto, inasible al espíritu y a la razón, pero débil ante la carne. Me refiero a la carne de la zarina de Shémajá, una carne consciente de que el poder es un lúbrico caprichoso. Y también un poder débil ante la magia, me refiero a creer en la magia de que un gallo dorado pueda detectar el peligro y avisar cuando canta. Un mecanismo sencillo de alarma que les permite echarse a la bartola, a dormir.

¿Por qué los pueblos (ahora diríamos, la masa) piensan que estos seres poderosos pueden protegerlos y salvarlos? ¿Por qué depositan voluntariamente su confianza en estos gobiernos ingobernables? Estas son las preguntas que suenan en la partitura, que en el último acto lo hace orquestalmente furiosa sabiendo que va a acabar y que puede que no se hayan entendido. Preguntas de la época de Rimski-Kórsakov que continúan presentes (y si no lo creen lean el ensayo Estudios del malestar de José Luis Pardo, premio Anagrama de ensayo 2016). Una ópera con solo dos elementos realistas o reales: la zarina, la carne, y el mago, el espíritu, que con toda intención abre y cierra esta obra. El espíritu, ese elemento inasible y mágico sin el que no es posible la vida verdadera y, por supuesto, no lo es la fantasía ni los cuentos.

 

Licencia Creative Commons
El gallo de oro, preguntas que siguen presentes por Antonio Hernández Nieto, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.