El tiempo de José Luis Castillejo ha llegado

Podría el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) haber mirado para otro lado. Obviar a José Luis Castillejo (Sevilla, 1930 – Houston, 2014) resultaba fácil. Apostar por él, en cambio, no lo era tanto. Y en un tiempo en el que se imponen los discursos neomodernistas y una suerte de realismo documental cuya existencia para querer justificar la pervivencia misma de los museos de arte actual, una obra como la de Castillejo parece operar a la contra. Impone su lógica abiertamente experimental, desprejuiciada; reivindica el valor intrínseco del arte, el juego, la consecución de extravagantes anhelos personales.

Ciertamente hay mucho en la exposición TLALAATALA: José Luis Castillejo y la escritura moderna de memoria histórica. Y no solo por la propia adscripción geográfica del protagonista, también porque hasta hace casi nada ha sido un extraviado, un perdido en la historia del arte moderno. Un creador puede que incluso incómodo para quienes vertebraron el grupo Zaj, donde participó y de donde fue expulsado.

Hasta el 13 de enero de 2019 el CAAC nos invita a mirar –a confrontarnos más bien- con la obra de Castillejo, en una coproducción del centro sevillano con el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC) y el Archivo Lafuente. “Quiero pensar que sí, que él se marchó siendo consciente de que su obra acabaría por ser apreciada, valorada. Él y yo hablamos de esta exposición, que tristemente ha llegado unos años después de su muerte. Es una lástima que no pudiera verla”, dice Henar Rivière, comisaria de la misma junto con Manuel Olveira. Porque Castillejo, todavía hoy (quizás ya algo menos) sigue siendo un inédito. Y quienes lo han admirado en el pasado se han sentido tocados por la certeza de ser apreciadores de un arte genuinamente moderno (en el sentido más tentativo, experiencial del término).

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“Con Zaj tuvo una relación compleja. Él solía decir que Juan Hidalgo le hizo dos grandes favores en su vida. Uno fue el invitarlo al grupo porque así descubrió su capacidad artística, y el otro consistió en expulsarlo, liberándole, porque de esa forma pudo desarrollar su propia obra, centrarse en lo que él llamó su ‘escritura moderna”, explica Rivière. “Con Ramón Barce apenas tuvo contacto porque él ya se había ido de Zaj cuando llegó, con Esther Ferrer tampoco tuvo muchos encuentros porque ella estaba centrada en la actividad accionista y performativa y él en la escritura. De Juan Hidalgo se distanció, aunque mantuvieron una relación cordial en la que cada uno reconocía la personalidad del otro. Con quien tuvo más vínculo fue con Walter Marchetti, a quien le unió una estrecha amistad, especialmente a partir de la exposición que el Museo Reina Sofía dedicó al grupo Zaj en 1996”, detalla la comisaria.

Irónicamente la muestra que nos ocupa se abre con una serie de fotografías en fotocopias intervenidas –El escritor- del propio Castillejo firmando un ejemplar del catálogo de la ya citada e importante retrospectiva madrileña. En una de ellas leemos “Soy un escritor”. La pieza puede servir tanto como bienvenida como despedida. “Hay mucho humor y mucha autoironía en ella”. También una inmensa melancolía, añadiremos nosotros. “Probablemente fue la única vez en su vida que se sintió reconocido en su país”. La agudeza le acompañó (casi) siempre. Desde luego estaba muy presente en su persona y fue protagonista durante su etapa en Zaj, especialmente con el libro deconstruido La caída del avión en terreno baldío. Un fino humor que regresaría en los últimos años de su vida con obras en las que abiertamente decidió divertirse con la impostura de la posmodernidad, jugando con rotuladores de colores y confeccionando espartanos y explícitos collages.

“Con Castillejo todo se ha demorado. Mal que bien los miembros de Zaj fueron encontrando reconocimiento, pero él siempre permaneció oculto, desconocido”, dice Rivière. Hay varias razones, claro. La más explicativa, la propia consecuencia de una obra que, mirada de soslayo, puede resultar críptica. “Su obra es más enigmática en el sentido de ser única, él inventó y creó su propio mundo, el de la ‘escritura moderna’. Hay que pensar que Castillejo comenzó a trabajar en los albores de la posmodernidad, él comenzó en Zaj en el ámbito del arte intermedia, de acción, y cuando salió, o le obligaron a salir, dio un giro, renegó de la hibridación y fue buscando un arte puro que fuera solamente escritura, rastreando lo que había hecho la pintura moderna en las décadas anteriores”. Otra razón, más prosaica, la propia circunstancia personal del autor, quien mantuvo una  vida de diplomático que, a la vez, le confirió una enorme libertad para crear lo que quiso ajeno a toda presión pero que, por lo mismo, hizo que su quehacer no formara parte casi nunca del circuito artístico.

Podrían anteponerse serias dudas sobre la viabilidad museística de la obra de Castillejo. A la postre, su obra consistió en libros pensados para leer, no para exhibir. “Había muchos riesgos, el mayor era no caer en un mayor hermetismo, en una exposición de vitrinas, y por supuesto, no convertir sus libros en dibujos y no ser presos de la monotonía”. A la vista de los resultados, cualquier espectador atento reconocerá que el éxito ha acompañado a la empresa. Hay mucho que mirar ¡y leer! en la muestra TLALAATALA pero ni siquiera se hace prudente la dosificación de la exposición. El universo Zaj y el mucho más severo y experimentalista de la ‘escritura moderna’ generan percepciones encontradas, las diversas audiciones de las lecturas de sus libros permiten acercarnos a la oralidad de su trabajo; aquí y allá nos detenemos ante creaciones completamente novedosas e inéditas de Castillejo, y al final, contemplamos con interés la dimensión más pictórica –aunque menos fundamental- de sus últimas creaciones.

¿Hay algo de arte sonoro en todo esto? Puede ser, aunque para el artista esto fue un auténtico quebradero de cabeza. “A Castillejo no le interesaba la musicalidad de sus textos porque él quiso anular cualquier posibilidad semántica. El quería abolir a toda costa el lenguaje, pero a la vez mantenía que un libro, y lo que él hacía eran libros, debía poder leerse en voz alta”. A partir de esta disquisición él mismo leyó su icónico The Book of i’s (1969), un libro sobrio y de apariencia premeditadamente convencional y austera. Lo que lo convierte en un artefacto excepcional es que en la mayoría de sus 400 páginas aparece una única letra, la ‘i’ minúscula, colocada en el centro geométrico de cada hoja, siempre en la misma posición y con el mismo cuerpo, alternando únicamente con algunas pocas páginas en blanco. Tiempo después, en 1977, solicitaría a Javier Maderuelo, que estaba especializado en la lectura de poesía experimental y fonética, que leyera The book of letters continuando así la indagación sobre las complejas posibilidades de la oralidad de sus libros.

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“A Castillejo le hizo mucho que pensar la lectura que haría Maderuelo”. Creyó que, efectivamente, había conseguido una escritura que pusiera en jaque al habla. Ya lo había hecho con el Antialfabeto (1969-1974), en el que renunció a las vocales porque estas “tienen la particularidad de que remiten más al lenguaje, permitiendo la unión entre las consonantes”. Y, como un artesano, había continuado indagando en su ‘escritura moderna’ con The book of eighteen letters (1972) y más tardíamente con The book of  J’s (1999) y Tlalaatala (2001). Y aunque la lectura que de este último fijó Fernando Millán por encargo de la editora Alga Marghen pudiera enraizar la obra de Castillejo en la tradición de la poesía fonética, poco o nada de la dimensión puramente sonora que persiguieron autores como Henri Chopin, Bernard Heidsieck o Gérard Broutin hay en el ánimo mucho  más, si se quiere, intimista, de la lectura de las obras de Castillejo que, únicamente, nos podrá remitir como asunto extemporáneo a la propia obra a la finísima ironía zajiana.

“José Luis Castillejo fue una persona muy lúcida y muy libre en su pensamiento, también fue un hombre provocador y vehemente. Una vez me dijo que toda su vida había sido una constante búsqueda de la libertad personal e intelectual. Y esta la alcanzó a través de su escritura y del coleccionismo de arte”, concluye Henar Rivière. En el catálogo de la muestra, José Luis Castillejo y la escritura moderna (Ediciones de la Bahía), le leemos mostrando su inquietud por el futuro y la apreciación de su legado. Hoy, con esta exposición, y con el interés-fascinación-incomodidad-sorpresa que su obra –ferozmente contemporánea- despierta parece claro que su figura ha sido al fin prestigiada.

 

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