Hacer lo correcto

Había mucha expectación por ver y oír La flauta mágica de Mozart que se presenta en estos días en el Teatro Real. Era una producción de la Komische Oper de Berlin que lleva girando por todo el mundo con muy buena aceptación y los vídeos que se pueden ver en Internet hacían presagiar lo mejor. No obstante, la compañía que había desarrollado el concepto de esta producción junto con Barrie Kosky, el director artístico de la Komische Oper, ya había estado otras dos veces en Madrid. Con mucho éxito de crítica y, cuando se presentaron en la Cuarta Pared, también de público. El que no les ha acompañado en diciembre pasado cuando presentaron Golem en los Teatros del Canal. En ambos casos dentro del Festival de Otoño a Primavera de Madrid.

Era, además, el momento en que Ivor Bolton cogía las riendas de la orquesta ya en serio, más allá de ser el director musical del teatro. Y, aunque no se anunciaba ninguna estrella del canto, había los suficientes cantantes, con muchos españoles, para esperar que alguno hubiera dado el campanazo.

Resultado: entradas agotadas y mucho famoso e interesado en la ópera o en el teatro en las butacas. De la dama de la música española, Paloma O’Shea, presidenta de la Fundación Albéniz y la Escuela Superior de Música Reina Sofía, al famoso cineasta Pedro Almodóvar, pasando por el actor Javier Cámara.

Sin embargo, la expectación no se ha acompañado de un éxito artístico. Los que nunca hayan visto un montaje de esta compañía, llamada 1927, se habrán asombrado de la estética y el uso que hacen del cine mudo y de la imaginería que hubo entreguerras. Si se les ve por primera vez, es cierto que deslumbran. Uno no da crédito que su forma de trabajo les de para llenar la duración del montaje. Pero si es la segunda o tercera vez que uno se sienta ante una producción de esta compañía, la sensación es de que se han industrializado y han perdido la poesía. O, lo que es peor, que sus formas de trabajo, herramientas o técnicas no dan para mucho más y están condenados a repetirse.

A lo que se añade una dirección musical impecable de Ivor Bolton. Ortodoxa. Sin riesgo alguno. Que hace sonar la orquesta como si estuviésemos ante la mejor grabación posible. Técnicamente sin mancha. Pero de nuevo, sin poesía. Sin riesgo, hay que insistir. Sin vida. La magia de la flauta no suena en esta producción.

Por tanto, es un espectáculo correcto. Que no molesta a pesar de que los recitativos no se cantan, se proyectan en pantalla, lo que ha podido incomodar a los puristas. Tampoco mancha. No mancha al teatro, pues producciones como esta no generan el ruido mediático que produce todo debate público. No mancha al que lo ve, que se sienta, escucha mira, tiene una tarde agradable y, al no ser muy larga, puede irse a cenar con la pareja, los amigos, o quien sea y hablará de otra cosa. O, todo lo más, se llenará de lugares comunes sobre la flauta como José Luis Téllez en su análisis de la obra que hace para el teatro o el ensayo que acompaña al programa.

En La flauta mágica, su protagonista, Tamino, recibe el encargo de hacer lo correcto, lo que dicen los dioses (esos dioses que en esta producción están vestidos como imágenes antiguas de capitalistas, chistera incluida). El premio es el amor verdadero. Lo hace y lo consigue. Sin embargo, en esta propuesta se ha olvidado la otra enseñanza que esconde la ópera. Que Papageno, compañero cómico de Tamino, un desastre a la hora de cumplir propósitos, no lo hace y también lo consigue. Por cierto, frente al frío beso que obtiene Tamino en esta producción, que augura una triste, aburrida y fría vida conyugal, Papageno consigue una vida tan prolífica que asusta y, todo hay que decirlo, divierte.

Es esa vida que introduce el azaroso Papageno la que le falta a esta producción. Producción que es el ejemplo perfecto de cómo calmar a la masas operísticas. Cerrarles la boca. De mantener el status quo. Y en todo ello se pierde la alegría de Mozart y esas ganas de vivir (y de jugar, o ¿creen que la obra les gusta a los niños por otra cosa?). Se pierde la magia de la flauta de la que la sociedad madrileña y española está tan necesitada. Pues no necesita entretenimientos, para eso ya está el espectáculo que día a día le dan sus políticos, que recibe sin moverse del sillón de casa y en el que no va a sonar ninguna flauta y, menos, mágica.

 

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