Inconsistencias en el centro de arte
La inauguración de un nuevo centro de arte no puede sino alegrarnos. La escasez de iniciativa en la promoción y divulgación de arte en nuestro país hace que cualquier nueva propuesta –y más si ésta es de envergadura- abra un resquicio de luz que, sumado a otros, nos deja cierta esperanza de ser un país “normal” (como uno de nuestros gobernantes diría en referencia a “otras cosas”).
Es el caso del nuevo Centro Botín, inaugurado en Santander el pasado 23 de junio, coincidiendo con la noche de San Juan, y con el boato que caracteriza un proyecto que no quiere pasar desapercibido en la escena cultural nacional e internacional. El genovés Renzo Piano fue el arquitecto escogido para el diseño de este ambicioso e interesante edificio que mira al mar en una de las bahías más bellas de la península.
El Centro Botín nace con tres líneas de actuación esenciales: la investigación, la formación y la divulgación en el contexto del arte, con una atención especial a las artes visuales. Así, las tres exposiciones que pueden verse durante este verano son “Arte en el cambio de siglo”, “Carsten Höller: Y”, y “Ligereza y atrevimiento. Dibujos de Goya”. Hasta aquí todo correcto. Un centro que se preocupa por el pasado pero, especialmente por el arte de su tiempo. Que organiza sus exposiciones basculando sobre ejes coherentes con un espacio de estas características.
Sin embargo, cuando llegamos al capítulo de las actividades musicales que ofrece el centro, aparece la paradoja, una demasiado frecuente en este tipo de espacios donde el arte contemporáneo debería encontrar sin demasiadas dificultades los paralelismos estéticos entre disciplinas, al menos tirando del argumento histórico. Pero no, esto no parece entenderse bien y vemos que la mayor parte de los conciertos programados no pasan del tópico, algunos bien aferrados a la complacencia vacacional. “¡Una noche diferente! Baila a ritmo de cumbia, tropical bass, bullerengue y otras músicas latinoamericanas fusionadas con ritmos electrónicos”, reza el comentario de uno de ellos. Después, otras propuestas con aire underground pero que no dejan de ser un producto mercantilizado, como es el caso de Maika Makovski con el Brossa Quartet. En el terreno de la “música clásica” el riesgo es mínimo, únicamente observamos un concierto que nos hace concebir cierta esperanza: “Música para una exposición: Luciano Berio ilustra a Carsten Höller”, con un admirable despliegue de sus Sequenzi. Berio nace en 1925 y Höller en 1961. Obviamente, esta diferencia generacional no sería un problema si no es porque el vínculo que se encuentra entre ambos no parece fundamentarse en ningún sentido. No hay relación en el plano histórico, ni conceptual, ni estético… Da la impresión de que Berio está ahí porque es “suficientemente moderno”, así, sin más.
Renzo Piano fue el arquitecto que diseñó el espacio acústico para el estreno del Prometeo de Luigi Nono. Esa lucha del compositor veneciano contra el espacio acabado y su visión de lo musical como un despliegue de posibles fue maravillosamente comprendido por el arquitecto genovés en aquella estructura que ocupó el interior de la desacralizada iglesia de San Lorenzo de Venecia. En la programación musical del nuevo Centro Botín se echa de menos algo de esa mirada que sabe hacer compatible lo plurifocal y una mínima coherencia en el plano estético, seguramente sí lograda en la arquitectura del nuevo espacio santanderino. Llama la atención que a un experimentado director artístico como el parisino Benjamin Weil no le haya chirriado alguna de estas inconsistencias. No obstante, es demasiado pronto para hacer una crítica definitiva al proyecto en este aspecto. Esperaremos, pues, nuevos acontecimientos.
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