La Clemenza di Tito en la sociedad del espectáculo

(c) Javier del Real

Se repone el montaje fetiche de Mortier de La clemenza di Tito de Mozart en el Teatro Real. Se hace 4 años después de la última vez que este montaje visitó el teatro y casi 35 años después de que se estrenara en el teatro de La Monnaie de Bruselas. Cambia el director de orquesta, que es Christophe Rousset fundador de Les Talens Lyriques, y el elenco. Permanece el que ya parece el montaje canónico de esta ópera, el realizado por el matrimonio Ursel y Karl-Ernst Herrmann, que viaja de un lugar a otro del mundo pero, sobre todo, por Europa.

Comparado con la vez anterior destaca la capacidad de este montaje para mostrar las intenciones de los directores artísticos que lo programan. Así, esta vez muestra el cuidado que Joan Matabosch pone en los aspectos musicales, en que todo suene como el espectador y/o los cánones dicen que tiene que sonar. Aunque Bernard Richter, que hace de Tito, no acaba de convencer, en general se oye bien y bonito el elenco perteneciente al segundo reparto. Y la orquesta suena como debe, incluida la percusión.

Sin embargo, no se sabe muy bien porqué, las críticas habituales que se le hacen a esta ópera como lenta y pesada, se producen casi de forma unánime entre los aficionados que asisten a la representación actual. Sobre todo entre aquellos que no tienen un interés academicista o enciclopédico. Si el montaje es el mismo con mejores profesionales musicales ¿qué ha pasado?

Lo que pasa es que la clemencia de Tito, del emperador romano, no se escucha por ningún lado, al revés de lo que ocurría la vez anterior que se vio en el Real. Las escenas, los cuadros, los recitativos se suceden uno tras otro de una forma mecánica. Lo que sucede en escena o en el foso no interesa en lo que tiene que contar a pesar de que nos lo hacen muy agradable al oído.

Así, el misterio de la clemencia de Tito como ejemplo de herramienta para el mejor gobierno de la ciudad de Roma, y de cualquier ciudad, no se ve ni se escucha. Al contrario de lo que ocurría la vez anterior que visitó este teatro. El espectador se queda en la superficie y echa de menos las gracias y satisfacciones que le da La flauta mágica o la intensidad y el conflicto que aprecia en Don Giovanni. Y también se pierde en sus preocupaciones o ensoñaciones esas que provoca la música cuando está bien interpretada y ejecutada, como es el caso.

Este es un modelo de mostrar ópera como hay otros. Aunque no es el modelo de ópera ciudadana que promovía Mortier, ese que quería participar del debate público, al que ofrecía argumentos musicales desde un escenario. Un debate de ideas, una propuesta para la argumentación, food for thought.

La propuesta actual es más espectáculo, más de consumo, más de responder a la urgencia con la que parece que hay que hacerlo todo, pero así son estos tiempos. Tiempos en los que se pide a un director artístico, de un teatro, de un museo o de un auditorio, resultados económicos. Algo que se hace, incluso, desde las páginas culturales de los periódicos y de las publicaciones especializadas. Y es que las deudas soberanas cotizan en bolsa, y la bolsa, una recién llegada a esto del buen gobierno, es insegura y le da miedo, mucho miedo, mostrar clemencia, perdonar a sus deudores.

 

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