La horizontalidad nos hace más vulnerables

Con motivo de mi anterior artículo publicado en Sul Ponticello, “Música y política”, se suscitó un animado debate en las redes sociales. A partir de la taxonomía realizada por Luigi Nono en su texto Música y revolución sobre la relación entre música y política, en la que el autor veneciano estableció cinco tipologías o posicionamientos ideológicos en el convulso panorama musical de las décadas de 1950 y 1960, la controversia parecía inevitable. Para algunos, el pensamiento de Pierre Boulez es mucho más revolucionario que el de Luigi Nono, quien llegó a tildar de “fascista” a su colega francés. Para otros, Mauricio Kagel representó una posición más abierta y, tal vez, más consensuada, capaz de abarcar diversas corrientes estéticas y sintetizar múltiples propuestas artísticas.

Después de esta interesante polémica y tras posicionarnos, permanece en el aire, no obstante, la cuestión que Nono planteó en 1959 durante los “Internationalen FerienKurse für neue Musik” de Darmstadt en su conferencia sobre el tema “presencia histórica en la música de hoy”: ¿por qué se empeñan creadores y públicos, críticos y analistas (si los hubiere) en no querer integrar cualquier fenómeno artístico cultural en su contexto histórico? “A no querer considerarlo en relación a sus posibilidades de proyección en el futuro, insiste Nono, sino exclusivamente por sí mismo, como fin en sí mismo y solamente en relación con el instante preciso en el que se manifiesta”. El autor de Il canto sospeso no sólo reclama toda la historicidad posible, sino que cuestiona y critica con contundencia a aquellos artistas que “imaginan poder comenzar exabrupto una nueva era, donde todo será programado para ser nuevo”.  En clara alusión a John Cage, que en 1959 ejercía su influencia en la Alemania occidental, mantenida política y económicamente por los Estados Unidos tras la segunda guerra mundial.

No parece interesar demasiado a los creadores estos debates sobre música y política o el papel del compositor en la sociedad, aunque sí se habla hasta la saciedad de liberación artística o de democracia estética. Ya saben, el todo cabe en el mundo del arte. En apenas unas pocas décadas, el creador ha pasado del compromiso social y de un protagonismo intelectual real al ostracismo más absoluto, cuando no a la indeferencia ética y estética.

Si bien Nono incluía en su cuarta posición a algunos grupos políticos de izquierda, que sostenían que “cada lenguaje proviene de la burguesía, con lo cual no hay arte o producción cultural posible que no lleve esta marca maldita” y por eso “es imposible toda forma de cultura, sólo puede existir después de una revolución”, en la quinta posición, la suya, intentó definir la cultura como “el momento de toma de conciencia, de lucha, de provocación, de discusión, de participación”. Este posicionamiento sólo puede ser llevado a cabo a partir del “uso crítico de instrumentos, de lenguajes históricamente admitidos o inventados; el rechazo de toda concesión eurocéntrica o aristocrática de la cultura y del lenguaje, un método de trabajo fundado sobre la puesta a prueba común de las fuerzas sociales: antes, durante y después”.

La creación estética no sólo es un divertimento, como muchos artistas consideran, que también, sino la búsqueda de nuevas formas de decir, de explicar, de sugerir, de participar y compartir, de expresar lo intangible, de manifestar la incerteza, de representar la realidad, todas las realidades posibles, de aprehender la naturaleza (mimesis), de simbologizar (no existe en castellano, pero suena tan bien como alegorizar)…

Mientras, al otro lado del Atlántico, entre finales de los años 1950 y principios de la siguiente década, estaba teniendo lugar la última gran Revolución de la Música (Negra). El crítico, poeta y dramaturgo Amiri Baraka (entonces, LeRoi Jones) publicó en 1963 el relato y el testimonio de los protagonistas de The New Thing en su ensayo dedicado a “John Coltrane, el espíritu más profundo”, Música Negra (Jazz/Rythm’n Blues). Amiri Baraka falleció el pasado 9 de enero y tal vez sea un buen momento para reivindicar su figura y su gran legado. Para este controvertido autor, la Música Negra es “esencialmente, la expresión de una actitud, o un cúmulo de actitudes acerca del mundo, y sólo secundariamente, una actitud acerca del modo como la música se produce”. En este mismo sentido, el compositor francés Jean-Claude Risset afirma con gran acierto que lo que cuenta para el oyente es la percepción y no los parámetros de la música. Baraka tiene claro que “lo que dices y cómo lo dices está indisolublemente unido… Cómo es Qué”.

LeRoi Jones estableció comparaciones entre la música occidental europea y la “música del negro” para otorgar carta de naturaleza a la Música Negra (Jazz/Rythm’n Blues). Para él, si damos por sentado el contexto social y cultural y la filosofía que produjo en la Europa del siglo dieciocho a Mozart, quien forma parte imprescindible de nuestro patrimonio histórico y es una parte continua y orgánica del Occidente del siglo XXI, “la filosofía socio-cultural del negro en América no es menos específica ni importante para cualquier especulación crítica inteligente que aborde la música emanada de ella”. Esta reflexión no hace sino abundar en la idea apuntada por Nono más arriba de toma de conciencia, de lucha, de provocación, de discusión, de participación… Y hago mías las palabras del compositor italiano cuando describe el antes, durante y después de su método de trabajo. Antes, para comprender quiénes somos y dónde nos encontramos, sobre qué tratamos y por qué elegimos un terreno de trabajo; durante, para entender cómo y bajo qué punto de vista escribimos, por qué y para quién; después, para verificar la circulación del producto, sus diferentes consumaciones por públicos diferentes, señalar a quién ofrecemos y de quién recibimos una provocación, una participación. Y aquí es, precisamente, donde encontramos la conexión entre el pensamiento noniano y los planteamientos de Baraka: hacer música, para el “caminante dialéctico”, “es cualquier cosa que me movilice tanto como para participar en una manifestación, que me haga enfrentarme a la policía, o incluso que me haga unirme mañana a la lucha armada, es decir, a la lucha de clases.”

A modo de coda, decía François Truffaut que “el mundo se divide horizontalmente en afinidades, y no verticalmente en fronteras”. ¿Qué piensan sobre esto? Mucha gente no estará muy de acuerdo con esta afirmación y otros pensarán que se trata de una quimérica ilusión, de una utopía perseguida por la humanidad desde tiempos inmemoriales. De hecho, continuamos echando líneas por doquier, desplegando mapas y apropiándonos de todo aquello susceptible de ser adquirido, usurpado o robado. Efectivamente, la horizontalidad nos hace más felices, aunque más vulnerables.

 

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