Lo contemporáneo se hace público

(c) Javier del Real
Llega el estreno mundial de El Público al Teatro Real al más puro estilo Mortier. Sobreabundancia de ruido mediático. En Madrid se suceden los actos y en los periódicos y revistas más importantes no dejan de aparecer reportajes, entrevistas, etc. El teatro echa la casa por la ventana para promocionar una ópera que es encargo del anterior director artístico y persona que sigue sin ser muy apreciada por el mundo operístico de Madrid, al menos por el que se puede pagar las entradas. Por otro lado, el término “contemporáneo” es un adjetivo que hace huir a las masas, en este caso, a las reducidas, pero cultivadas, masas de la ópera. Lo contemporáneo no tiene buena prensa ni amplia consideración social cuando se habla en términos artísticos (otra cosa es si se habla del mercado del arte, para muestra la feria Arco que coincide en Madrid con el estreno de esta obra).
Sin embargo, esta ópera contemporánea tiene las ventajas de estar basada en El Público, una obra de teatro del apreciado y popular Federico García Lorca, que fue un hito de la escena española en los años 80 del siglo XX, cuando Lluis Pasqual la estrenó en el teatro María Guerrero de Madrid, montaje que rápidamente se convirtió en un suceso y un mito del teatro español. A lo que hay que añadir el que la partitura la haya compuesto Mauricio Sotelo y que el que la dirija sea Pablo Heras-Casado, bien considerados entre los profesionales de la prensa y de los profesionales de la música, que han mostrado mucho interés por este estreno.
Independientemente de lo anterior, hay que aceptar que la mayor parte de la gente y de la crítica va a cualquier espectáculo a que les confirmen sus expectativas, ya sean estas favorables o no a la obra que vayan a ver y oír. Sentarse simplemente para apreciar lo que se propone y en los términos que se propone resulta difícil en una sociedad tan mediatizada como la nuestra por las miles de pantallas que repiten lo mismo allá donde se mire. Datos y más datos que codifican la experiencia artística en un sentido, en una dirección, e impiden el disfrute de la ambigüedad y la polisemia del arte, factores que lo hacen, a la vez, tan concreto y específico. El arte exige un diálogo individual y colectivo, en el que el fenómeno artístico siempre dice la primera palabra dando lugar a diálogos íntimos y personales y, a la vez, públicos y colectivos.
Los párrafos precedentes pueden ser vistos como digresiones críticas o aparato teórico. Sin duda lo son para un oficio, el de la crítica, que consiste en cosificar las propuestas artísticas. Pero no se han incluido al albur. Pues es el centro del debate que El Público plantea a los espectadores. Espectadores que acaban metidos literalmente en el gran escenario del teatro gracias a un material que refleja el coso madrileño, sus butacas y sus palcos (algunos vacíos) y multiplica las imágenes del coro como si miles de personas se hubieran subido a la tarima a la vez que cantan sobre su revolución o contrarevolución, en cualquier caso, lo que les revoluciona. Mientras tanto, en el centro un hombre ensangrentado vestido como un Cristo en la cruz, es presa de un profundo dolor, su dolor, al que nadie parece hacer caso, más interesados, como están, en mostrarse a favor o en contra de esa revolución. El individuo frente a la masa que se revoluciona. Una masa donde no tiene cabida el dolor individual, dolor encerrado en las clínicas, atendido por personal sanitario en la habitación o la consulta de un hospital, capillas e iglesias modernas del dolor y de su alivio. Esta es sin duda una de las mejores imágenes creadas por Roberto Castro, el director de escena, para contar y que se oiga la obra. Hay muchas más. La obra está llena de ellas. En la que se juega con las luces y las sombras y con los teloncillos añiles pintados por Alexander Polzin, llenos de ojos, como el ojo acuoso y lunar de El perro andaluz buñueliniano y daliniano. Dalí, otra de las referencias a la hora de crear en este espectáculo de horizontes azules. De nuevo los tres amigos reunidos: Lorca, Buñuel y Dalí, inseminando la cultura española y, no hay porque dudarlo ni arrugarse, la mundial, pues su aparente complejidad se acompaña de referentes ampliamente conocidos y aceptados por el mainstream (de hecho, la exposición más popular de los últimos años en el Centro Pompidou de París y en el Reina Sofía de Madrid ha sido la que le dedicaron a Dalí, tanto que tuvieron que aumentar el horario de apertura para dar cabida a la gran cantidad de gente que quería verla).
Y al igual que estos tres artistas fueron capaces de destilar su arte para hacer pensar al mundo, Mauricio Sotelo consigue hacer lo mismo con la música de hoy en día, una música condenada a ser enciclopédica como la que solo puede ser la de un compositor que se encuentre al día y al cabo de la calle, que vive en el mundo, en este mundo. Donde es imposible ocultarse de la música, ya se haya compuesto ahora o en otro tiempo. Donde es imposible encontrar espacios de silencio. Ahora que la tecnología contemporánea presiona para que cada individuo cree su propio mundo sonoro y se lo enchufe directamente en los oídos antes que en la piel, que en la boca, que en los ojos, que en el tacto, que en el cuerpo. Una sinestesia corporal que Pablo Heras-Casado consigue sacar a la luz, él que, mientras dirige la estupenda orquesta Klangforum Wien, al percusionista Agustín Diassera y al guitarrista Juan Manuel Cañizares, mueve los labios y acompaña, en silencio, al cantaor Arcángel que canta “[…] caracol, col, col, col/que saca los cuernos al sol.[…]” Formas de componer y de dirigir la que explican esa coincidencia de la crítica en señalar que gracias a la música, este texto sin lógica (¿?) se hace inteligible, reconocible, un texto que se considera de tesis, de ideas, antes que un texto narrativo, de historias. Obviando que no hay pensamiento sin sensaciones, sin sentir y que los sentimientos son historias.
Enrique, el personaje del Director, siente, siente amor por Gonzalo, otro hombre, y todas las sensaciones físicas que lo acompañan son las que le hacen pensar, las que le mueven a la reflexión, ¿es la presencia física del amor humano criticable cuando se produce entre dos seres del mismo sexo? Y entonces ¿por qué se acepta como inofensivo y se ríe de buen grado en Sueño de una noche de verano el que Titania se enamore de un asno? ¿Qué tiene de diferente el amor, amor entre ser humano y un animal? ¿Se aceptaría de igual grado en el teatro que el Director se enamorase de un cocodrilo, que como todos los cocodrilos muerden y matan aunque no tengan hambre? ¿Qué es aceptable o no en la escena de la vida? Un vida que si es sentida está llena de dificultades para ser vivida y representada en el teatro y para conseguirlo haría falta, como se canta sobre el escenario, la pluma de Shakespeare.
El caso es que este espectáculo triunfa, no por fácil, sino por esa llamada a los sentidos que hace tanto la palabra cantada, los recitativos, la música, la escenografía, el vestuario la interpretación de los cantantes, la orquesta y, en definitiva, el libretista, el compositor, el director musical y de escena. Capaces de agrietar poco a poco, las caretas, las poses, de un público que se va olvidando a medida que transcurre el espectáculo de lo contemporáneo como adjetivo, para empezar a hablar de su contemporaneidad, de un mundo, su mundo que no puede dejar de amar, por mucho que diga odiarlo y le produzca tanta ansiedad (de nuevo, sensaciones físicas), y sobre el que no puede dejar sentir y, en definitiva, sobre el que no puede dejar de pensar. Pues antes de que pudiese olvidarlo (metiéndose en un teatro, por ejemplo), el olor de las basuras o el intenso y acre olor de una meada reciente, que le abofetea a la salida, le llevará a echar de menos, tal vez, el intenso perfume de la rosaleda del Retiro madrileño en primavera, y esa relación, ese arco dramático de la vida, le hará pensar, reflexionar. Y sus pensamientos correrán como los tres caballos de la obra, libres, con las crines al viento, como fuerzas desbocadas de la naturaleza. Ya que los pensamientos, al contrario de lo que se piensa, no son más que cuerpo, un cuerpo que a la carrera o en el establo libera energía.
“Amor, amor, amor“, canta Arcángel varias veces a lo largo de la ópera. Es el amor que la música contemporánea tiene por el público, aunque este, la crítica y los programadores piensen lo contrario. Una música, la de esta obra, que como el Director que la protagoniza, le dice al público que pase. Que a pesar de que “[haya] roto las puertas, [haya] roto el techo y [se haya] quedado con las cuatro paredes del drama […] Todavía queda hierba suave para dormir.” Tal vez, soñar, bajo un frío elemento dramático. Bajo la nieve que calienta los corazones y las cabezas de un público que aplaude El Público y lo recibe como si ya fuera ópera de repertorio, del repertorio que se está construyendo en pleno siglo XXI con una obra dramática de hace casi cien años.
Lo contemporáneo se hace público por Antonio Hernández Nieto, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.