Macro festivales: la basura debajo de la alfombra

En este espacio editorial tenemos cierta tendencia a desviar la mirada hacia otros lugares que no son el de la línea editorial de la revista (ya de por sí compleja de definir, como el mundo artístico en el que nos movemos). Quizá es la necesidad de no perder la atención hacia lo que nos rodea, sea o no de nuestro entorno más afín artísticamente. Defecto o virtud, es un hecho, y la breve reflexión-denuncia de este número así lo atestigua.

Nos ha llamado la atención en este verano una cierta polémica en torno a los macro festivales de pop, rock, música electrónica comercial, etc. Quizá el desencadenante de una serie de artículos en torno a estos eventos fue la negativa del grupo Massive Attack a actuar en el Mad Cool –quizá el más macro entre los macros de los festivales macro- por una razón bastante lógica: su sonido se mezclaba con el de Franz Ferdinand, que actuaba en un escenario próximo. Este hecho es un buen ejemplo de cómo se plantean este tipo de festivales, donde sus organizadores –en ocasiones participados por fondos de capital riesgo- no ven más allá de la cuenta de resultados. El plano artístico es un mero trámite, una escusa para acaparar cuando más dinero mejor.

Un esclarecedor artículo aparecido en El Confidencial habla incluso de conexiones con la Gürtel y con la especulación inmobiliaria, algo que no debería sonarnos raro si pensamos en el dinero que se mueve en estos eventos faraónicos. Si a la falta de compromiso artístico le sumamos la explotación laboral, los desastres organizativos, el tufillo clasista de las zonas VIP, los escándalos de reventa o venta ilegal de entradas, las molestias para los vecinos, y otras lindezas, podemos concluir que estos macro festivales no son otra cosa que basura especulativa, por más que muchos medios los encumbren como representaciones culturales de primera fila mientras se olvidan deliberadamente de otras propuestas que sí tienen vida y valor propios.

Un asunto especialmente sangrante es el acceso de estos festivales a la financiación pública. Podríamos pensar que unos eventos que están plenamente sustentados por ideas comerciales y cuya implantación en el mercado es más que evidente, deberían volar solas, sin que el dinero público tuviera ninguna presencia. Pero no, no es así, todo lo contrario. Con las habituales exclusas de que se fomenta el turismo (la gran vaca sagrada de nuestro tiempo) o que los lugares se enriquecen con su aportación, son cientos de miles de euros los desembolsados por las diferentes administraciones. Mientras, cientos de proyectos valiosos que realmente necesitan financiación pública son ignorados olímpicamente. Y todo ello, encima, con una falta de transparencia que clama al cielo en muchos casos. Quizá el parecido con la burbuja inmobiliaria, como sugiere algún medio, no resulte desacertado.

 

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