Sonido: Breve historia de animadversión

…la voz cambia cuando se mira a alguien fijamente”.
(Primer ciego de nacimiento, Los ciegos. Maurice Maeterlinck)

La palabra “Animadversión” incluye a los animales, la respiración, la mente, al alma o al espíritu. Incluso en inglés, el Mad podría incluir al loco y a la locura. Etimológicamente hace referencia a una hostilidad, antipatía, enemistad, rivalidad, rencor, rabia o pugna. O darle la vuelta a un rival o a un contrario. Pero también se nos antoja como el alma o el espíritu de la crítica. Una especie de loco o razonable animal reversible.

Lo que intentaremos describir son nuestras propias animadversiones contra nuestras animadversiones, pero también la animadversión no solo contra la alteridad y el otro en Emmanuel Lévinas o contra el animal en  Jacques Derrida y en la historia del pensamiento y la filosofía occidental. Sino también la animadversión a eso totalmente otro: El sonido; o mejor expresado: el ruido. Y de su falso, opuesto y ambiguo adversario: el silencio. Sonido, que posiblemente sea lo primero que escuchemos dentro del vientre materno. Nuestro posible primer contacto con algo aún no auto pronunciado como mundo. La ceguera a medias, nos lo enseñó Borges, tiene varias tonalidades verdosas o azuladas,  y en su caso, el amarillo oro del tigre. Pero nunca negro, rojo ni blanco o neutro. Por ello, al Borges perder el mundo de las apariencias, se había quedado con el desaparecido o invisible mundo sonoro de las antiguas lenguas. El mundo sonoro, que según el poeta argentino es “el más extraño del arte“. En cuanto al tacto y la piel, nos lo recuerda Roland Barthes, es puro goce y deseo; amor: “El lenguaje es una piel, yo froto mi lenguaje contra el otro“. Si hablamos del gusto y los olores, así lo resume Shakespeare: “Something stinks in Denmark”.  Por lo tanto, el sonido y los mundos sonoros pueden que no sólo sean nuestro destino de semi-ciegos o encandilados, sino que también probablemente, lo primero y radicalmente otro. Antes que los animales, los vegetales, los minerales y mi prójimo. De quienes también escuchamos sus palabras, llantos, ruegos, bramidos o rugidos.

Animadversión. Suena como a una palabra negativa. Podríamos unirla a una larga lista de palabras que en diferentes épocas y en sus distancias, con sus cambios e intercambios, usos, desusos y abusos, y que gracias a lo cual podríamos vislumbrar e incluso escuchar todo un carnaval de mutaciones y transmutaciones. Se nos vienen a la mente y a nuestras animadversiones cuatro, no tres. No queremos sonar a un judeocristiano que allí a dónde va intenta siempre activar sus trinidades. Ni a un psicoanalista su neo complejo de Edipo. Estas palabras son: sofisticación, surrealismo, deconstrucción y crítica.

Todas han vivido cambios lentos o vertiginosos. Yendo de polo a polo, jugando con sus opuestos, hasta dar con sus aparentes destinos finales.

¿Cuándo, cómo y por qué?

Por ejemplo el griego Sofi (inspiración) pasa al también griego Sofisma (falsificación o engaño) y con los siglos a la descripción positiva de un sistema complejo o a la cualidad de un mueble cursi. Algo surrealista rápidamente se convierte en algo disparatado o incluso divertido, o cómo las positivas palabras “deconstrucción” o “crítica” han sido atacadas, vapuleadas y prostituidas a tal punto de convertirlas en sospechosas y negativas, como en tantos otros ejemplos, hasta llegar a domesticarlas y convertirlas en sofisticadas y sobre todo en términos neutrales.

Esto nos trae a nuestra animadversión por la neutralidad y las experiencias neutras.

Sonido es una palabra neutra. Desde su latino y no tan neutral “Sonitus” que significa sensación de escuchar, por lo tanto incluye al escuchante, lo escuchado y a sus posibles efectos, afectos, defectos y desafectos. Hasta su más popular y común uso generalizado (al menos en inglés y en español) genérico, general y sus generalidades, donde el verbo sonar necesita de otra palabra o adjetivo para su entendimiento: suena bien, suena mal, “arte sonoro”, suena estúpido o suena ridículo.

Sonaría mucho más ridículo, si continuáramos sonando como a un viejo, aburrido y triste etimólogo, que entonces empezara a poner a sonar, para colmo, la relación de la palabra sonido con su pobre, zoológica, salvaje o domesticado hermanastro: ruido. Creemos no ser necesario. Casi todos conocemos sus desafortunados y peligrosos orígenes de rugido bestial. En casi todas las lenguas: un aterrador rugido. Pero es peor en inglés, ya que ruido tiene como origen “náuseas”, seekness: esa otra desagradable sensación que se siente antes de vomitar.

Detengamos aquí. No hagamos más ruido, respiremos. No queremos que nuestros ruidos y náuseas sean contagiosos. No demos tan fácil y tan pronto la razón a esos versos de Baudelaire y citados por Roberto Bolaño en su 2666: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento“.

Para no aburrirlos a ustedes y no seguir sonando aburrido, antropocéntricos ni mucho menos falocéntricos. Dejemos por un rato de hablar de animadversiones, etimología y crítica. Tampoco de categorías ni de conceptos. Empecemos por sonar agradables, graciosos y divertidos. Principalmente que sonemos neutrales. Es lo más conveniente en estos, nuestros días, tan ruidosos y silenciantes al mismo tiempo.

Hablemos de elementos, sí, elementos. En cualquiera de sus acepciones, pero a fin de cuentas: elementos.

Elementos sociales, elementos del poder, elementos históricos, elementos filosóficos y por supuesto de elementos sonoros y elementos ruidosos.

Pero antes, volvamos a sonar no neutrales al confesar que casi todos los elementos de nuestras inspiraciones y con los que hemos configurado casi todos nuestros discursos como escritores, músicos, compositores, artistas sonoros o simples habladores que decimos que somos, han sido inspirados no sólo por las musas o por Carmenta. Por Artemisa, ninfas o sirenas. Sino que también por simples mujeres mortales. Mitológicas algunas y otras filósofas, científicas, brujas o imprescindibles maestras y poetisas. Con sus tristes, sabios o misteriosos destinos y animadversiones. Muchas de ellas musicales, ruidosas y sonoras. Desde la inspiración, la razón o la locura.

Desde Eurídice, Diotima de Mantinea o Hipatia de Alejandría, hasta Juana de Arco y mi otra Juana, una de mis poetisas preferidas: Sor Juana Inés de la Cruz. Y por supuesto Flor, mi madre, que era juez. Quien una vez me contó, que estando yo en su vientre, y al no haber tenido casi baja materna, había pasado todo su embarazo trabajando en su tribunal o sentenciando en su casa. Por lo tanto, lo que yo más escuché durante esos nueve meses fue: Máquinas de escribir y sonidos de disparos. O a cerca de delincuencia y crímenes o de Ley y justicia. Hay que puntualizar que eran los años sesenta y que era el tercer mundo: Venezuela. Donde yo nací. Y los ruidos de disparos son muy comunes día tras día. Ninguna conclusión importante que sacar. Solo que yo nunca escuché músico-terapia. Y que mi madre no tenía unas buenas condiciones laborales. Esto último para las mayorías de las mujeres sigue estando vigente también en nuestro primer mundo.

Pero volvamos a los elementos y la neutralidad. Confesando nuevamente que gracias a otras dos mujeres, no solo le debo la inspiración de este texto, sino que incluso le he robado a una la palabra elemento y a la otra casi todo el nombre de esta conferencia. Ellas son: BárbaraMclitock y Rose Eveleth.

De Maclintock, a parte de sus elementos, he usado su inspirador descubrimiento y aporte a la ciencia actual, como método de composición y escritura. Como todos ustedes saben, hablo de su profunda observación del maíz suramericano. Y la primera descripción de los genes saltarines o Transposones. Cuyo primer nombre tuvo que cambiar gracias a algunas presiones o al machismo de sus colegas (aunque sus biógrafas las desmienten). Lo cierto es que el nombre originario elegido por Bárbara fue: “Elementos de control”.

En cualquier caso, siempre he preferido “genes saltarines”, me parece y suena más lúdico. A un juego. Que aunque no lo hayamos dicho aún, lo nuestro es el juego. Cualquiera de los elementos del juego nos interesa. Así que sigamos jugando. Al juego serio de los elementos de control y saltarines: a las transposiciones. A esa novedosa forma de llamar al palimpsesto. De las transposiciones en cualquiera de sus elementos: Borrado, re escritura y desplazamiento. Transposiciones, transversales, transformismo, transexual. Transoceánico, transmutación y traducción o translation.

Robo y donación. Robé el nombre de esta lectura de un artículo de la famosa y prestigiosa revista cultural norteamericana: The Atlantic. Con una ya larga e importante tradición. Y no sólo hablo del robo y la donación. Sino de aquella tradición de buscar y conseguir inspiración en esta revista que tuvo entre sus fundadores al gran Emerson y entre sus más recientes inspirados a Ted Nelson y su inspirado e inspirador Hipertexto. Es una lástima que de su original Xanadú, de momento solo tengamos los genes saltarines de las redes sociales. Mi antisocial robo e inspiración fue gracias a un artículo aparecido hace dos años(2016) en la sección de ciencia de The Atlantic firmado por la periodista, productora y curadora: Rose Eveleth. Con el título o nombre: Brif history of noise y como subtítulo from the Big bang to the cellphones.  En un estilo bastante agradable, divertido y genial, la periodista americana en su breve historia ruidosa, nos hace viajar desde la creación del universo hasta la aparición del primer teléfono celular. Con varios y pedagógicos ejemplos nos enseña los elementos y las posibilidades del sonido para moverse a través del espacio. Como punto de partida, el posible primer sonido del mundo: “El Big Bang”. Y como cool comentario: “… surprisingly, it doesn’t really sound all that bang-like.“. Por lo tanto la periodista comienza a hablar a cerca de John Cramer, un investigador de la universidad de Washington, cuyos experimentos a cerca de la radiación que quedó del Big Bang, y gracias a la petición por email de una de sus seguidoras “a woman of 11 years old” quien le pidió que diseñara un archivo de sonido de cómo podría ser el sonido del Big Bang, para que ella pudiera usarlo en un trabajo de su escuela. Cramer diseñó no uno sino dos. Usando tecnología y datos de dos diferentes satélites. Uno de la NASA y el otro de The European Space Agency’s Planck Mission. Poca cosa tengo que comentar. Yo no tengo casi nada que decir a cerca de ese sonido neutral. Ustedes pueden escucharlo. La periodista pone el link en su artículo. Pero lo que sí me interesó, fue la experiencia que tuvo el investigador cuando escuchó por primera vez el resultado de su experimento. Cramer escribe en su web: “When I ran the program for the first time and the sound started in my office, our two male Shetland Sheepdogs, Alex and Lance, came running into the room, barking with agitation,...”.

Parecería que los animales siempre hubieran sido los misteriosos testigos de un gran acontecimiento, secreto o sonido. Desde La Odisea de Homero y los puercos de Eumeo y la serpiente bíblica, hasta los masculinos perros de Cramer que escucharon el falso Bang sintetizado en el 2013.

Otros animales, organismos o elementos, según Rose y su artículo, serían quienes escucharían por primera vez un sonido hace cuatrocientos millones de años: los peces huesudos. Quienes tampoco escucharían ningún tipo de bang, como yo sí los hice dentro de mi madre, sino que posiblemente escucharían la sonoterapia de las simples ondas dentro del agua o del mar.

No pude continuar leyendo el artículo. Mis animadversiones y prejuicios no me lo permitieron. Me detuve en esta agradable historia justo en la primera grabación de una canción en 1860. Por cierto, una canción francesa: Au clair de la lune (A la luz de la luna).

No he podido conocer acerca de los teléfonos inteligentes y su desarrollo histórico, social, tecnológico y científico. Pero tengo que decir que tuve la divertida fantasía de que la primera llamada o whatshap fue hecha o recibida por otro animal: la clonada oveja Dolly.

De repente comprendí que estaba siendo muy injusto con Rose Eveleth. Que una historia tan basta y enorme como la del ruido y el sonido, es casi imposible escribirla en un corto artículo. Pero tampoco en una sola conferencia. Por lo tanto en vez de ironizar y creerme muy inteligente, decidí comenzar mi propia historia del sonido. De la cual tal vez esta lectura, sea, o al menos intenta ser, una tímida introducción.

Para ir finalizando, desplegaré todos los elementos de mis futuras lecturas. Elementos en sus dos acepciones: partes de un todo y el ambiente donde algo vive y pervive.

Trataremos al ruido y al sonido como algo vivo. Y a estos elementos a su vez, como los que han moldeado y nos han acompañado alrededor de toda nuestra elemental vida. Acompañado de sus respectivas relaciones mutuas, críticas y animadversiones.

Es muy triste que hoy no podamos detenernos lo suficiente en cada uno de esos elementos. Así que saltaremos de uno en uno como garrapatas o como una Jacana africana, saltando entre Nenúfares en Botsuana. Como transposones o elementos de control, y para no perder el control o perderle del todo antes de que al final de esta lectura adelante mis posibles conclusiones provisionales, demos algunas pistas, dando antes el sonido, el ruido y la palabra; al poeta William Blake:

Tyger Tyger burning bright,
In the forest of the night:

Otra vez (bis)

No sabemos si ustedes, pero nosotros cada vez que recitamos o escuchamos recitar en voz alta estos versos, podemos escuchar también todos y cada uno de sus elementos.

Y no hablamos sólo de sus letras y palabras. Podemos escuchar el rugido del tigre, el fuego, el brillo, el bosque y la noche. Y todos sus elementos.

Lo repetimos por última vez. Pero acompañados por la invitación de otra mujer, la Esposa del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz: “la música callada, la soledad sonora, …Entremos más adentro en la espesura“.

Tyger tyger
Burning bright
In the forest
Of the night

Dejemos de una vez por todas el amarillo oro del tigre y volvamos a la civilización y a la razón. A esos otros elementales antes mencionados. Estos elementos son:

Masa
Poder
Totalidad
Infinito
Silencio
Sonido
Animales y máquinas.

Tan solo su enumeración ya nos debería sonar. No tan solo como elementos en sí mismos, sino su influencia en el ya viejo y triste siglo pasado. Los autores que creemos que mejor desarrollaron cada uno de ellos, haciendo más o memos ruido, pero llevándolos con sus animadversiones, hasta límites insospechados. Sirvan estas brevísimas referencias, al menos como invitación a su cuidadosa re lectura. Y si fuera de vuestro interés, prestar oídos a las innumerables alusiones al ruido, el sonido y al silencio en cada uno de dichos elementos y sus ilustres autores. Volviendo a indicar que en torno a estos elementos intentaremos desarrollar nuestra futura propia historia del sonido, del ruido y también, porqué no; del silencio.

De Masa y Poder, de Elías Canetti, ese extraordinario tratado a cerca de esos dos elementos que han configurado casi toda la historia de los seres razonables y que aún persisten intactos en nuestros días, el cual seguimos considerándolo el mejor ensayo en ese tema. Desde la descripción de todos y cada una de las formas de masa y las entrañas del poder. No sólo en Occidente sino en diferentes y variadas etnias. Desde el hombre medicina de Australia “…muy cerca del paranoico y de todo hombre de poder de la historia…“, hasta algunos ejemplos del poder en varias tribus suramericanas. Con sus ruidosas relaciones mutuas entre lo religioso, lo ritual y sus tipos de masas. Y una constante referencia a tres elementos de estas relaciones generadas por el poder: El sobreviviente, el secreto y el silencio. Hoy solo mencionaremos tan solo el tipo de masa que nos parece más acorde para esta ocasión: La masa cerrada de un concierto de música. Donde y mucho más si el concierto es aburrido, al aparecer uno de los signos de toda masa que es el fuego, y el teatro empieza a arder, la masa se desintegra de una manera estrepitosa. Cada sobreviviente vuelve de manera silenciosa a sus particularidades, sin recordad ni una sola nota del concierto.

El mayor secreto que se me reveló de este hermoso libro de Canetti, que por cierto, aunque nacido en Bulgaria, él siempre prefirió que lo recordaran como a un hombre viejo español. Tal vez por ese no tan secreto de sus orígenes sefarditas. Esa revelación vino con su referencias a las atrocidades de todo poder, que siempre lleva consigo una orden, un secreto y un aguijón en quienes las cumplen y su siempre y constante amenaza de muerte a quienes se resisten a cumplirlas. En cuanto a las masas, tribus, pueblos o naciones en pugna y guerra, su serenidad sonora de: “La masa más silenciosa es la del enemigo muerto”.

Podríamos estar aquí horas hablando solo de este libro, pero nuestra masa cerrada no nos lo perdonaría.

¿Qué podemos decir de la totalidad y el infinito?

Arthur Rimbaud:

La vraie vie est absente. Nous ne sommes pas au monde.

Tuvimos que esperar hasta mediados del siglo XX para que Emmanuel Lévinas nos ayudara a acercarnos, a entender y a acceder al otro. “La verdadera vida está ausente”, y agrega Lévinas “…pero vivimos en este mundo”. Con su definición de la Totalidad, que son “La historia y la política”. Una es la ruidosa historia de los historiadores “la escrita por los sobrevivientes” y la política. “El arte de ganar o de prevenir la guerra”. Para dejarnos con la total, silenciosa y desoladora sensación de que incluso desde Sócrates y Platón, pasando por Descartes y Kant, hasta Nietzsche y Heidegger, ninguno de estos filósofos habían verdaderamente salido de la mismidad. Escribiendo por lo tanto según Lévinas, no una silenciosa filosofía, sino una ruidosa egología.

De su metafísica “morir por lo invisible, he allí la metafísica”, de su bella metáfora del rostro y del cara a cara o de su concepto de infinito, sólo nos quedaremos hoy, con lo que Lévinas le oponía a todo mundo silencioso: el lenguaje. Según Lévinas: “El traumatismo del asombro”.

El cual entendemos a su vez, como el mejor concepto que hemos escuchado de todo arte verdadero: “El traumatismo del asombro”.

En nuestra futura historia del sonido, eligiéremos como referencia a dos compositores: Eric Satie y John Cage. Ambos no sólo músicos y compositores sino que ambos escritores y poetas. Ambos comparten un tercer elemento: diferentes formas de misticismo. Uno con el esoterismo y el otro con el Zen. Satie sería nuestro guía por el silencio. Con su ironía y tristeza, por cierto, en varios de sus textos escribe a cerca de “La bella tristeza española”, imaginamos que Satie pensaba en Cervantes y en Goya, o tal vez también supo a cerca de nuestro misticismo español y a cerca de Fray Luis de León, sus traducciones, su poesía y su amor por la música de otro organista ciego: Francisco de Salinas.

Lo cierto es que la música de Satie nos sigue pareciendo la más triste entre todas las músicas tristes. Más que una renuncia, la sentimos como uno de los mejores ejemplos tanto del silencio como de toda “serenidad sonora”.

Seguiríamos a Cage en cuanto al sonido. Su cara de felicidad y su constante risa. No sabemos si gracias a su compromiso con el Zen, su amistad con el poco hablador Duchamp, su propia y muy a menuda neutralidad, o gracias a cierto genio maligno como el de Descartes. Su famosa cita de Kant: “Hay dos cosas que no significan nada, una es música y la otra risas“, nos recuerda a lo que Lévinas escribió al respecto, de que el genio maligno nunca aparece para decir su mentira, sino para burlarse y hacer sonar sus carcajadas y risas. Algunas veces en nuestras creaciones y otras en el libre y neutral sonido del tráfico de la neoyorquina sexta avenida.

Creemos que el misticismo filosófico de Cage, al igual que el de Canetti en diferentes sentidos, no pasaron el más allá de la totalidad hacia el infinito. Se quedaron en las orillas apartadas y de acá del misticismo; de los elementos, las bacterias y las setas.

Sin nosotros tampoco tan siquiera poner un pie en esas fronteras misteriosas de lo infinito. Nos encontramos de repente y en pleno siglo XXI con un texto de Jacques Derrida, tal vez una de sus últimos ciclos de conferencias: “L’animal que donc je suis” (El animal que estoy si(guie)ndo). El ensayo es una profunda reflexión a favor no sólo de los animales sino que también de cierto feminismo, y de todo aquello olvidado o excluido por la historia de la filosofía. Pero no sólo hasta Heidegger y su “La roca es sin mundo” y el animal, pobre de mundo”, sino que para colmo incluye al propio Lévinas y a Lacan como descuidados con los animales. Al primero por no saber responder si los animales son también lo otro y a Lacan por su fórmula de que “el animal sabe disimular, pero no sabe disimular el disimulo“, como lo hacemos los animales razonables.

Derrida no sólo vuelve a poner en cuestión toda la tradición de la filosofía sino que nos amplía el juego entre los olvidadizos y los olvidados. Con su rotunda pregunta: “¿Quién sigue siendo el déspota desde hace tanto tiempo?” “…Desde los tiempos de la denominación de los animales antes del pecado original“. El único pecado original y capital, escribió Canetti, es esperar sobrevivir a todos.

Desde el nombramiento del animal por Adán y no Eva, y el arca de Noé. Desde la máquina imaginada por Descartes, el trato “criminal” al animal que Adorno le recrimina a Kant, hasta la máquina jurídica de la traducción del “No matarás” como “No asesinaras”, usada muchas veces por Lévinas, que vendría a justificar el quitar la vida amparados en la ley. Matar legalmente. Por su puesto principalmente a los sin mundo, los “pobres en mundo” y resto de no otros. Por cierto, la palabra Animadversión llegó a ser usada cómo eufemismo en el imperio romano para hablar de la la pena de muerte.

Derrida dijo adiós a Lévinas ampliando la otredad. Con las maneras e impronta de grandes ensayistas como Francis Bacon y Michel de Montaigne, y sin disimular el disimulo, nos señala el camino hacia una no neo egología, sino hacia una futura femini-sexo-zoo-ecología.

Y por supuesto siempre rodeados, acompañados y atravesados por máquinas por todas partes. Ruidosas primero y silenciosas después o viceversa o al mismo tiempo. Desde la mecánica a la robótica. Máquinas deseantes, máquina capitalista, máquina psicótica, revolucionarias, paranoica, criminológica, psicoanalíticas. Productivas e improductivas. Pero siempre en continuas interconexiones.

Gilles Deleuze escribió que Spinoza es el filósofo de los filósofos. Y Michel Foucault que Deleuze sería el filósofo del futuro. Deberíamos prestarle atención. Y mucho más a alguien que escribió no sólo a cerca de las palabras y las cosas, sino que también escribió sus asombrosas historias de la sexualidad y de la locura.

Nosotros los pobres de mundo y a veces sin mundo. No queremos seguir disimulando, ni siquiera disimular el disimulo. Nosotros no podemos, no queremos ni escribiremos ningún tipo de historia. Menos la del sonido y el ruido.

Creemos que ya está escrita. Comparten la misma triste historia de las rocas, los animales y de todo lo radicalmente otro.

Obviamente nosotros hemos hablado de los elementos saltarines de la ética. Urgente y necesaria. Mucho más en nuestros días. Pero preferimos sin disimulo, aparte de la ética quedarnos también con la estética. Con la verdadera experiencia artística y poética. Los no domesticados sonidos o los ruidos sin historia, como ese niño o niña ausente de otra lengua “muerta”, “asesinada” o extraviada  como es el mozárabe y sus Jarchas:

Com si filiolo alieno
non más adormes a meu seno

Otra niña muerta, inspiró al poeta Reinar María Rilke para escribir sus sonetos a Orfeo. Con ella nos despedimos. Transponiendo a nuestro palimpsesto a la música, al sonido, al ruido, al arte y la poesía; a ese traumatismo del asombro, con la sonoridad sonora del poeta Rilke:

Oh, he aquí el animal que nunca existió, el animal que nunca fue.

 

Nota


El presente texto fue escrito como conferencia para el festival “La bruit de la neige 2018”. Annecy-Francia. 11 de Mayo del 2018.


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