The End, ¿sueñan los androides con réquiems electroacústicos?

Cuando se acaba de ver y escuchar la vocaloid ópera de The end del compositor Keiichiro Shibuya y la popular cantante de pop japonés Hatsune Miku en las Naves Matadero de Madrid, a parte de los aplausos, todo es silencio. En el sentido de que uno no sabe qué decir de esta obra electroacústica en la que la voz ha sido creada por un programa basado en una idea de la Universidad Pompeu Fabra que pertenece a la empresa Yamaha, sí, la de los pianos y, también, otras muchas herramientas de producción y reproducción musical que tanto profesionales como amantes de la música deberían conocer por el impacto que están teniendo en la creación musical contemporánea.

De comenzar por algo, habría que destacar las ganas que le entran a uno de bailar muchos de los temas. Suenan a rave. Suenan a fiesta en macrodiscotecas de lugares de moda por volumen, un volumen que hace vibrar todo el cuerpo. Una fiesta sombría ya que el tema no invita a la alegría. La finitud de la vida. Sí, las estrellas virtuales pop como Hatsune Miku, también se plantean si vivirán para siempre o no. Si su mundo virtual resistirá el paso del tiempo o ellas también pasarán a la historia. A la historia humana, pues de entender lo que canta, en sus arias, recitativos y todo lo demás que uno espera encontrarse en una ópera, es consciente que cuando los humanos dejen de verse en ella, de intentar ser como ella y tener su cinturita de avispa, lo más probable es que muera por falta de atención, de interés humano.

Entonces, solo será Historia. Y su vuelta, que será a los libros, a los datos, será, ya, imperfecta. Pues la unión, comunicación y comunión con su parroquia humana en el sentido sensorial, emocional y racional no será posible. Por más que los sistemas y programas sigan llevándola información de lo que pasa fuera. Un afuera que, como creación de un pasado, ya no será capaz de interesarla. Incapaz de ser en el mundo, en el presente.

Temas bastante tétricos y abstrusos para un público nada habitual en los espacios escénicos y menos en la ópera. Gente joven con aspecto de techies que parecen salidos de la popular serie Big Bang Theory, chiquillería preadolescente acompañado de padres, otakus (impresionante una niña que con su pelo verde y su vestimenta parecía una Hatsune Miku cualquiera sentada en las butacas), mucho japonés o, al menos asiáticos, entre las que se encontraban varias elegantes mujeres que parecían sacadas directamente del barrio tokiota de Ginza. Todos ellos mezclados con esos talluditos modernos de pelo gris y peinados algo imposibles, con aspecto de pasar por allí y haberse quedado, e informadores de las artes escénicas. Juntos en un ambiente festivo de excitación colectiva, como de estar iniciando un ciclo, como de ser pioneros.

Es la misma gente que, tras el silencio, hace pocos comentarios musicales a la salida. Hablan más sobre el aspecto filosófico de quiénes son. O sobre la posición de los humanos frente al universo. Hay quién se atreve a decir que no ha entendido nada, en esto están los preadolescentes, mientras la adulta que les acompaña les dice que no hay que entenderlo todo para disfrutarlo. Hasta el blogero o el profesional que sabe que no tiene herramientas para enfrentarse a un espectáculo como este y que al no haberlo podido disfrutar o no poderlo analizar con la rapidez que exigen los medios, sabe que en su descripción del espectáculo dirá, simplemente, que es interesante, el comodín de la crítica.

Lo cierto es que la música suena a música de este tiempo. Un tiempo ruidoso y metálico. Un tiempo distorsionado y, a la vez, matemáticamente ordenado en ceros y unos. Un orden mecánico y matemático que solo la fractura del tiempo y el espacio pueden mantener y al que la voz dará sentido. Tal vez unas voces y unas preocupaciones de siempre que los sistemas de programación convierten en voces y música del presente hecha de un fraseo que no necesita respiración. Y que indican que a los seres humanos les queda todavía mucho por escuchar y escuchar juntos. Una música que no se sabe dónde surgirá, ni quién la pensará, pero que ya se sabe que serán los androides quienes (¿o qué?) la cantarán. Voces y música que nos sacarán de nuestra zona de confort, de confort musical, se entiende, antes de que nos volvamos a instalar en la comodidad.

 

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