Via crucis para Jorge Rando
Sus cuadros me enamoraron a primera vista y sin remedio. Muchas veces antes había compuesto inspirada por pinturas, incluso mi música había inspirado cuadros. Puedo citar mi Panfleto jondo. 3 miradas sobre el Guernica de Pablo Picasso (1999), Contemplando Las señoritas de Avignon (2002) y Las señoritas de Avignon dicen (2008), Pop art (2006) sobre cuadros de Andy Warhol, La mirada de Arcimboldo (2007), Pollock (2010), Entre cuatro paredes (2007) sobre la obra de Sean Scully, o Políptico (2000), construído con cinco pinturas del abstracto Luís Gordillo. Incluso mi segunda ópera, Fonía (2004) se inspiró en varios cuadros de la pintora murciana afincada en Granada Ángela Galindo… pero esta vez fue diferente. Atravesar por primera vez el dintel de la puerta de entrada del pequeño museo dedicado al malagueño Jorge Rando, abierto en la primavera de 2014 a tan sólo diez minutos de mi casa, me turbó.
Me sumergí en un espacio a la vez familiar y mágico en el que me sentía acogida. No sabía entonces nada sobre Jorge, ni sobre su particular visión del arte de pintar como un vehículo capaz de hacer del mundo un lugar mejor. No sabía que me encontraba en el primer museo expresionista de España, ni que más allá de sus instalaciones había todo un proyecto de dinamización sociocultural de la zona, modestamente expresado en la frase “queremos ser la Sala de Estar del Arte”. El caso es que cuando, por circunstancias del destino, se me propuso la posibilidad de usar el espacio a mi antojo para crear un evento artístico musical, me sentí verdaderamente privilegiada.
Llevo, como ya sabrán los lectores de mis anteriores artículos, algún tiempo trabajando en el concepto de obra musical como ritual, lo que yo llamo rito in musica. Estoy además en el camino de crear una colección de piezas para ser humano, es decir, para que puedan ser materializadas por cualquier persona, no necesariamente dedicada a la interpretación musical. Entre esas piezas se encuentra una gran obra para ser humano y cinta actualmente en proceso, 5 estados extremos, de la que por el momento sólo he concluido el primer estado, Pánico[1]; en ella empieza a aflorar la idea de via crucis no religioso, y de hecho Pánico se concibe como la primera estación de uno de ellos. Me seduce la idea de convertir en acto artístico ritual la sucesión de dificultades que cada cual experimentamos en nuestro particular ascenso al calvario, y de positivizarlas enfocándolas como escalones de crecimiento y aprendizaje.
Fue fácil para mi imaginar el espacio del Museo Jorge Rando[2] como escenario ideal de un via crucis profano, esta vez con sus catorce estaciones e interactuando con algunos de los textos del pintor que podemos leer por las paredes de las salas. Y nació Via crucis para Jorge Rando.
Se trata de una obra-marco para bardo y dos intérpretes auxiliares. El bardo va guiando el recorrido físico de los asistentes por los catorce espacios en los que suceden las estaciones, y en cada estación recita textos, canta, e interactúa con diversos objetos simbólicos perfectamente definidos en la partitura, y todo ello con la reiteración estructural que caracteriza al ritual religioso que en este caso me sirvió de inspiración; los dos intérpretes auxiliares también interactúan con el bardo en momentos especiales del recorrido. En tres de las estaciones, concretamente la 7, la 11 y la 14, se detiene el proceso para que tenga lugar la interpretación de sendas obras preexistentes: de ahí lo de obra-marco. Estas obras pueden ser de cualquier época y autor, siempre y cuando respondan a la temática determinada en la partitura para cada una de las tres estaciones, a saber, “pánico” para la 7, “dolor” para la 11 y “vencer el miedo” para la 14.
Las catorce estaciones profanas quedaron así bautizadas: 1. Condena; 2. Carga; 3. Abismo 1; 4. Madre; 5. Solidaridad; 6. Compañer@; 7. Abismo 2; 8. Humildad; 9. Abismo 3; 10. Desnudez; 11. Sacrificio; 12. Muerte; 13. Piedad; 14. Superación. Cada estación comienza y acaba con un toque de campana, y el leit motiv textual más veces repetido es la frase de Jorge Rando “Todo se mueve por amor”, verdadero sustento y espina vertebral de la experiencia que supone participar en esta obra.
En aras de la brevedad sólo reproduciré aquí los textos propios que corresponden a la primera y a la última estación:
1. Condena: Y entré en mi corazón, y vi que era bueno. Y al salir, sin saber cómo, quedé tod@ enredad@ en alambre de espino. Y apenas si podía caminar.
A mi alrededor había muchos como yo. “No sientas, no sientas”, decían todos.
Y se cubrían de corcho la piel para no sentir.
14. Superación: Y renací de la tierra.
Y entré en mi corazón y vi que era bueno.
Y al salir, sin saber cómo, habían desaparecido todos mis miedos
La obra se estrenó el 16 de junio de 2015, con Alicia Molina en el papel de bardo y Yolanda Mayo y Reyes Oteo como intérpretes auxiliares 1 y 2 respectivamente. Las tres obras intersectadas fueron en este caso también mías: Pánico de 2014 y que más arriba ya mencionamos como estrechamente relacionada, Canción de cuna (de 12 piedras. Ritual) de 2009 y Quinteto para el fin de los miedos de 2011. Un montaje de vídeo realizado por el personal del museo que dejó constancia de la experiencia:
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A pesar de que la asistencia de más de 100 personas al evento en ocasiones dificultó el desplazamiento físico y la recepción acústica de la voz del bardo, pocas veces me he sentido más plena y más en conexión con el público en un aquí y ahora de esos que hacen que la vida cobre todo su sentido.
[1] Estrenada el 22 de abril de 2014 en la Sala Falla del Conservatorio Superior de Música de Málaga, con Ana Sedeño como performer y José Iranzo con los visuales. Este evento se incluyó dentro del XIV Ciclo de Música Contemporánea que organiza dicho conservatorio.
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