Convicción nº 3. No creo en la educación musical (I)
Según la teoría pitagórica del cosmos, los planetas y los astros, distribuidos en el firmamento de manera proporcionada, producen, al trasladarse en su devenir celestial, un continuum sonoro conocido como la armonía de las esferas. Lo curioso de esto es que somos incapaces de oír dicho evento precisamente porque está ahí desde siempre, antes incluso de nuestro nacimiento y, por tanto, no reparamos en él. Sólo si se detuviera -algo que nunca podría ocurrir sin dar al traste con más de una ley física- seríamos conscientes del vacío y el silencio absoluto que, entonces y sólo entonces, surgiría.
De esta interesante y fructífera teoría podemos extraer dos sencillas conclusiones: la primera, que el silencio no existe; la segunda, que nuestro entorno suena. Y algunos artistas nos lo han vuelto a recordar ya en el siglo XX. Hace 101 años, el pintor y compositor Luigi Russolo manifestaba en L’arte dei rumori la necesidad de atravesar la ciudad “con las orejas más atentas que los ojos”. Casi cuarenta años después, en 1952, John Cage -el mayor artista del siglo XX- cerraba la tapa de su piano con la genial pieza 4’33” para intentar que abriéramos nuestros oídos al teatro musical en el que vivimos. Hacia 1977, Murray Schafer también nos mostraba cuál era la afinación del mundo en The tunning of the World. Y hace tan sólo un par de años, la coreógrafa Anne Teresa de Keersmaeker invitaba en su espectáculo Cesena a oír el entorno, en el que destacaba sobremanera el sonido fugaz de las pisadas de sus bailarines.
Pero hoy día seguimos sin percatarnos de los acordes que componen la armonía terrenal que nos envuelve. Como diría Ramón Pelinski, mantenemos una suerte de escucha negativa a través de la que desterramos “los sonidos del entorno al limbo de los sonidos no percibidos”.
Quizás esta sordera voluntaria -o involuntaria- no sea más que un mecanismo de defensa ante la marabunta ruidosa que nos inunda cada día; pero no es menos cierto que, al mismo tiempo, evita el hallazgo de lo que convencionalmente es aceptado como ruido, un evento sonoro que puede llegar a ser más agradable, rico y delicioso que mucho de lo que -también por convención- es definido como música.
Esta sordera endémica afecta no sólo a la percepción del paisaje sonoro. También atañe a cualquier manifestación que exceda mínimamente los límites impuestos por el mercado musical mayoritario; límites que se instalan en el nivel más simple, anodino, previsible y vacuo del sistema tonal. Sobre ello volveré en la segunda parte de esta convicción nº3.
Pues bien; es un hecho que no apreciamos el ruido -ni nada que se distancie de la bobería sonora que nos invade- porque no lo aceptamos como música. Sé que la certeza de esta afirmación radica en su propia vaguedad y en una generalización con la que la mayor parte de ustedes -lectores de SulPonticello- no estará de acuerdo. Pero también sé que no me equivoco.
Nuestra cultura sonora es mayoritariamente obtusa, exigua y paleta. Y si aceptamos que el acercamiento a esta cultura de lo musical depende en buena medida también de la formación recibida durante la infancia y la adolescencia, debo declarar que en este asunto -ya sea en centros de enseñanza general o específica-, no llegamos al aprobado.
Sin embargo, y mientras el cantajuegos se extiende inexorablemente entre padres -y profesores- para hipnotizar a hijos -y a colegiales-, podemos encontrar en otras ramas de la enseñanza infantil y primaria como es el caso de la educación artística, nuevos procedimientos -en los que también interviene el sonido- que ayudan a promover un mayor desarrollo de las capacidades creativas del individuo.
“Ahí quedó”, como dirían en Sevilla por estas fechas, esta primera impresión.
Prometo volver el mes que viene con más preguntas y con pocas respuestas. Ese es el quehacer del ignorante.
Convicción nº 3. No creo en la educación musical (I) por Pedro Ordóñez Eslava, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.