Convicción nº 4: la identidad es una cuestión de tiempo
Una de las ventajas de situarme en el estado de ignorancia desde el que les escribo se fundamenta en la legitimidad que todo iletrado cree tener para hablar y opinar sobre cualquier asunto. Lo que sigue a continuación es resultado directo de esta habilidad para inmiscuirme en disciplinas del conocimiento lejanas a la mía. Puedo llegar aun más lejos, pero por ahora ofrezco este mínimo ejercicio conceptual.
La identidad del individuo actual, y no sólo la del artista, tiene un carácter variable y siempre en profunda transformación, en íntima relación con nuestra compleja percepción temporal, cotidianamente distorsionada e hipertrofiada.
Les propongo realizar, a partir de la discusión física actual en torno a las cualidades de la dimensión “tiempo”, un ejercicio de imaginación conceptual. Para ello tomaremos la división comentada por el filósofo italiano Giacomo Marramao (Catanzaro, 1946) en su Kairos. Apología del tiempo oportuno (Barcelona, Gedisa, 2008). En este texto, la denominada flecha del tiempo –dada a conocer fundamentalmente por las teorías de Ilya Prigogine– adquiere distintas definiciones gráficas, según las características físicas del tiempo que simboliza. Pues bien, si partimos de la comprensión del término “identidad” vinculada ontológica y empíricamente a su ineludible magnitud temporal, podríamos obtener una categorización como la que sigue:
- Nooidentidad o identidad noética. Esta categoría se encontraría representada por una flecha bien definida, con punta, asta y cola. “Es la imagen del tiempo –léase identidad– que pertenece exclusivamente a la mente humana madura, a la conciencia. Un tiempo –una identidad– caracterizado[a] por una clara y consciente distinción entre pasado y futuro”.
- Bioidentidad o identidad biológica; vendría representada por una flecha con punta y cola poco definidas, aunque aún pueden distinguirse. Es la realidad identitaria del hombre. La identidad consciente es sustituida por el presente orgánico del proceso vital.
- Eoidentidad. Es la representada por una sencilla línea sin punta ni cola que alude a la realidad de la materia dotada de masa. Se trata del ejemplo más claro de identidad continua, sin dirección preferente, en la que no hay presente, ni pasado ni futuro.
- Aidentidad: representada como la desaparición de los fragmentos de la flecha; se trata de la no identidad o aquella identidad que viaja “a la velocidad de la luz”, en constante cambio.
En estas cuatro categorías, si seguimos con el juego y reducimos los matices que cualquier físico de partículas podría precisar, la identidad asume las cualidades propias del tiempo: su fluctuación, su estatismo o dinamicidad, su relatividad o su casi absoluta desaparición. Obviamente, existen lagunas conceptuales que deben ser cubiertas, cuestiones no resueltas que es preciso responder con precisión.
En cualquier caso, este ejercicio -todavía incompleto- puede servir para vislumbrar nuevas cualidades del complejo identitario en el que nos instalamos cada uno de nosotros. Un complejo en el que es fundamental, como les decía antes, nuestra experiencia personal del tiempo.
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