La voz humana, ¿por qué solo me llamas?

Esta vez la convocatoria es en un espacio atípico (en nuestro país) para un espectáculo musical. Se trata de La Pensión de las Pulgas y es para ver y escuchar La voz humana de Poulenc basado en el monólogo del mismo título de Cocteau. Lugar para espectáculos pequeños, mínimos en su concepción, que apareció a raíz del éxito de La Casa de la Portera, otro espacio atípico para la escena que triunfó con sus novedosas propuestas teatrales hará unos años. En el que toda estrella emergente tuvo su espectáculo. La Pensión pertenece a los mismos promotores y están incorporando espectáculos musicales. El aficionado a la música, sobre todo a la música escénica, debería tenerlos en cuenta porque para esto del teatro tienen olfato. Y son ellos, junto con la directora de escena, Marta Eguillor, que ya ha dirigido varias óperas de repertorio, los que producen este montaje.

Aquellos aficionados a la ópera que solo buscan boato, nombres, grandes espacios, etc. seguro que ningunearán esta propuesta. Esos aficionados que confunden la riqueza económica de espectáculos hechos a golpe de talonario con riqueza de imaginación. Porque la orquesta se ha reducido a un piano y un arpa. Porque Paula Mendoza, la soprano, no pertenece a ese grupo de sopranos con agendas imposibles para colarse en pequeñas producciones y que sale con bien de este reto teniendo en cuenta las exigencias de la partitura y el espacio en la que tiene que cantar.

Sin embargo, el verdadero aficionado a la ópera, debería presentarse y dejarse llevar por el espectáculo. Pues está Poulenc, y está Cocteau, traducido y trasladado al Madrid que todos los que viven en la ciudad conocen. Un lugar para el amor como han sido y siguen siendo las grandes ciudades con todas sus posibilidades, todas sus opciones, todas sus oportunidades.

Marta Eguillor, la directora de escena, ha hecho una propuesta que le permite a la soprano cantar/decir amor de una manera que se siente su pérdida. De cómo la distancia que separa del ser amado se agranda, a la vez que su forma de cantar y actuar hace que se pueda imaginar la voz del amado en el auricular que ella pega a la oreja, al cuello, al corazón, al pecho. Auricular que desplaza con elegancia por las distintas partes de su cuerpo que seguramente el amado acarició. Una voz que no se oye pero que está presente para la protagonista y, gracias a la soprano, también está presente para las 20 o 25 personas máximo que caben en la pequeña habitación en la que se representa esta ópera.

Un amor que se aleja dejando en penumbra a una mujer (igual que podría dejar a un hombre). Que se desvanece como la niebla cuando llega la mañana. Una mujer que agoniza porque todo su mundo agoniza. Que, en ese estado de confusión que dejan los somníferos, en ese mundo abisal, acuático, frío y verdoso, miente, se acusa, se confiesa, y, aterrorizada, se hace responsable de la pérdida con tal de recuperar ese amor distante. Ese amor en forma de voz que llega a través de un cable de teléfono, que, enrollándolo al cuello, ella hace presente y convierte en el susurro y en la caricia que fue en los momentos íntimos.

Una voz, la del amado, que, insisto, nunca se oye, pero que golpea a su personaje protagonista fuertemente. Un cuerpo que rendido cae al suelo y canta tendido sobre los adoquines callejeros de la escenografía, que iluminados débilmente por una farola y la luz de una vieja cabina, remiten al ambiente de las novelas negras. Pues este montaje no nos cuenta otra cosa que una investigación policial, un interrogatorio, para buscar una prueba, por pequeña que sea, de que se está equivocado. De que el amor, la persona que nos amaba y a la que amamos, está todavía ahí, agazapada, escondida, esperando asaltarnos. Sin embargo, las preguntas producen otras certezas. Evidencias que la razón convierte en palpitaciones, en falta de aire, en dolor. Todas ellas sensaciones corporales que cantan la necesidad del calor que desprende otro cuerpo. El cuerpo al que pertenece esa voz humana que llega a través de una técnica y una tecnología que no son capaces, ni aún fallando, de quitarle su calidez.

Por eso es de agradecer la valentía de montar este espectáculo, suficientemente conocido en Madrid (la última producción se programó en los Teatros del Canal con María Bayo en 2014). Y de hacerlo en formato de cámara. Formato que facilita que ocupe esta pensión u otras plazas teatrales por mucho tiempo para ofrecer a esos verdaderos “amateurs” del género una tarde de ópera de dimensiones humanas. Espacios pequeños en los que se pasan las tardes esperando una llamada. Un cuarto propio que se quiere compartir.

 

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