El oído, que es el más sufrido de nuestros sentidos —la ventana que nunca se cierra, ni siquiera mientras dormimos—, es machacado incesantemente con ruidos que superan en muchas ocasiones el umbral del dolor y saturado de músicas que suenan sin solución de continuidad en la calle y en el coche, en aeropuertos y estaciones, en autobuses y ascensores, en la consulta del dentista y en la notaría, en los lavabos y en los tanatorios…