¿Hasta qué punto puede la música relacionarse con su otro, establecer un discurso que vaya más allá de sí mismo, que no ignore la exterioridad en la que se inscribe? ¿Es posible una música crítica? [...]
“Y cuanto más me adentraba en el silencio, más difícil me resultaba conservar la noción del paso del tiempo.” Extraídas del libro Viaje al silencio, estas palabras de Sara Maitland bien las podríamos haber pronunciado cualquiera de nosotros. Silencio y tiempo han conjugado sus semanticidades desde sus orígenes. [...]
El oído, que es el más sufrido de nuestros sentidos —la ventana que nunca se cierra, ni siquiera mientras dormimos—, es machacado incesantemente con ruidos que superan en muchas ocasiones el umbral del dolor y saturado de músicas que suenan sin solución de continuidad en la calle y en el coche, en aeropuertos y estaciones, en autobuses y ascensores, en la consulta del dentista y en la notaría, en los lavabos y en los tanatorios…
Llevo apenas unos minutos en la oscuridad y ya no sé muy bien dónde estoy. No sé si en un tren camino a Viena, o en una fabrica de tornillos, o en el Apolo 8 camino a las estrellas, o a Orión, o con la cabeza metida en el lavavajillas, o en un manifiesto futurista, o en una sala negra como la noche decorada con enormes, gigantescos ladrillos rojos. [...]
Pero… ¿cómo es posible ese pasaje imperceptible desde el ruido a la música, y desde la música al silencio? Parecen categorías borrosas y móviles en la que lo único estable es el pasaje entre ellas. ¿Y si el silencio fuera un pasaje, que remonta desde el nivel del mensaje al nivel del productor del mensaje? [...]