30 años de danza, 30 años de belleza y exceso

@ Raúl Montes

Víctor Ullate se despide con el espectáculo “30 años de danza” en los Teatros del Canal de la compañía que lleva su nombre. Con él lo hace Eduardo Lao, el director artístico actual. Momento que ambos aprovechan para recapitular. Para revisar, con el público, por supuesto, su trayectoria y la del ballet que han dirigido y que ha sido y es tan importante para la danza en España. Importante por varios motivos, el primero por ser una compañía estable y longeva que ha permitido desarrollar una forma de trabajar, un estilo, y afianzarlo. Y el segundo, y no menos importante, por su escuela que ha dado tantos e importantes bailarines al ballet y a la danza española. Como Lucía Lacarra, que es la nueva directora artística de la compañía.

Espectáculo hecho de emoción y razón. La emoción que provoca cada una de las piezas seleccionadas. La razón que permite hilarlas, tirar del hilo para construir una historia. Para contar y contarse la propia historia desde su punto de vista. Para verse y mirarse. Para dejarse mirar y apreciar, sobre todo, en lo bueno.

Un punto de vista que comienza con la llegada de los bailarines al estudio. Bailarines que esperan al coreógrafo en dicho estudio. Mirando el espejo en el que se pasan el día mirándose para corregir esa postura, para ver la fluidez y el equilibrio de ese movimiento, para ver cómo encajan con los compañeros. Espejo en el que se refleja de forma sutil la platea. Número que se acompaña de la proyección de fotografías del maestro. Imágenes que hacen temer el que se vaya a asistir a una hagiografía, a una loa del mismo. Temor que va desapareciendo hasta olvidarse a los pocos números. Parece decir, lo que importa no es la persona, sino el trabajo realizado. Los aciertos, pero sobre todo, el arte, la parte artística que Víctor Ullate y Eduardo Lao han conseguido trabajando juntos. Unidos en un mismo proyecto.

Viendo como se suceden los números se comprueba que lo conseguido es mucho. Aunque lo que emociona a quien lo ve desde la butaca es la belleza de lo obtenido. La belleza del cuerpo en movimiento fluyendo por el espacio. Un espacio limpio creado por Paco Azorín hecho para dotar de movimiento a la música, para dotarla de cuerpo(s), que se transforma a base de videos y proyecciones casi siempre acertadas.

Números que se van acumulando, que parece que no tienen fin, ni el público quiere que lo tenga. En los que esas disonancias que a veces se ven en los espectáculos de esta compañía, esos cambios bruscos de registro y colaboración musical, han sido reducidos al mínimo. No porque no estén, queda alguna como el pantalón de los bailarines en Seguiriya, sino porque se han construido en un continuum con el resto del espectáculo de manera que se entiendan sensualmente. Se disfruten con los sentidos.

Una acumulación que se agradece. Un exceso generoso de dar y seguir dando hasta construir un espectáculo de casi tres horas. Y el público inclinándose hacia delante para ver más, para ver mejor, para apreciar toda esa generosidad excesiva, hay que repetirlo, de este espectáculo. Comprobando, por si en otras obras de esta compañía no lo había notado, el bello trabajo realizado. Tal vez, no siempre apreciado porque se hacía aquí, al lado, y se confundía con el ambiente. Y se pensaba que, si se hacía aquí, era lo normal, lo habitual.

Un espectáculo que en lo musical se mueve entre la verdadera contemporaneidad de Arvo Pärt, si el nombre y la música de Phillip Glass lo permiten, y el clasicismo de Bach, Beethoven y Delibes y Bizet (¡cómo iba a faltar Carmen!). En el que las referencias culturales más de nuestros días y, por tanto, también contemporáneas abundan. No solo con el citado Phillip Glass, sino con la música ambience de Michel Aubry o Michael Stearns, las bandas sonoras de John Williams, y el pop de Dead Can Dance. Entre los que no falta el folclor. Ya sea en las excelentes recuperaciones o recreaciones de Luis Delgado, con el laúd del egipcio Hamza El Din, los tambores japoneses de Kodo, y esas populares fusiones musicales con la tradición que practican grupos como Ethiopian Musicians. Y en las que los coreógrafos no han querido olvidar la musicalidad de la poesía incluyendo una coreografía que baila unos poemas que se escuchan en la voz del fallecido actor Paco Valladares. Una selección musical agradable para los oídos formados hoy que tal vez pone de manifiesto la separación existente en la actualidad entre las compañías importantes de ballet y los compositores de su época. De aquellos que se preocupan por el hecho musical y reflexionan, musicalmente hablando, en el cómo, por qué y para qué del arte sonoro de una pieza que se va a bailar, que se tiene que bailar.

Así que, sí. Es un espectáculo que muestra los 30 años de exceso y belleza de una compañía a la que no siempre se le ha reconocido esa bella generosidad que ahora muestra de forma incontestable. Una obra que acaba con la pieza Sola, la que baila (casi) sola Lucía Lacarra, pues se marca uno paso a dos con Eduardo Lao, en una estrellada y alunada noche de verano. Una coreografía en la que baila pero también se sienta en una silla a pensar, a esperar. Una metáfora sobre el trabajo que la espera y la continuidad de la vida. La de una bailarina, la del baile, la de la compañía. Una pieza cuya belleza, simplicidad y ejecución dejan al espectador clavado al asiento, esperando ver más, mucho más, en esa tranquila noche de verano en la que se ha estrenado. Oscuro. Aplausos, muchos aplausos.

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