Como un solo hombre

Pasado el shock inicial con el que se sale de ver Torobaka, el nuevo espectáculo de los coreógrafos y bailarines (o bailaores) Akram Khan e Israel Galván, llega la calma. La excitación al verlos es general. Como las risas que produce Galván con los elementos de humor que mete siempre en sus coreografías. Excitación a la que no es ajena la música en directo que usan y que recorre la tradición khatak (¿o es kathak?) e hinduista hasta El vito, canción popular andaluza muy conocida y recreada por los grandes como Teresa Berganza y Paco de Lucía (aquí sustituidos por el contratenor David Azurza, la cantante Christine Leboutte y el cantaor Bobote) pasando por algún que otro palo flamenco y acompañamiento de batería, cascabeles, colocados en los tobillos de Khan, y el zapateado de botas de Galván. Todo sirve para hacer ruido, un ruido que suena a música, una música que suena a cuerpos en movimiento, o en acción. Ya interprete el cuerpo una partitura musical o una partitura coreográfica.

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Luego llega la calma. El momento para la reflexión. El momento en el que se ha pasado la reacción inmediata a una obra construida para incendiar a un público, el de Galván, que ya va predispuesto a arder, sobre todo, después de leer a izquierda y derecha las elogiosas críticas que han recibido por este espectáculo ¡Qué distinto del público que fue a ver Lo real en el Teatro Real de Madrid! Este último público, tan diferente, que hacía gestos torcidos y mohines ante tanta modernidad y que decía un “a mi esto no me gusta” como excusándose.

Indiscutible la técnica de ambos maestros. Indiscutible la técnica del espectáculo. Indiscutible su facilidad, su simpleza que no su simplicidad. Una simpleza que se ve en el escenario donde un espacio de luz terrosa, roja, a la manera de la arena que cubre una plaza de toros, ocupa el centro de un espacio que por lo demás es negro, oscuro, y deja al resto de los participantes habitualmente en penumbra. Simpleza que se ve en el apoteósico final en el que un círculo de luz se va abriendo sobre el ruedo que han puesto en escena siguiendo los movimientos de Galván hacia la periferia del mismo. Que se ve en esos pasos a dos en los que cada maestro replica los movimientos del otro a su manera, en su tradición. Es decir, Khan replica a Galván a la manera del khatak de Khan y Galván replica a Khan a la manera del flamenco de Galván. Movimientos llenos de sus marcas. Simpleza que supera el límite de lo podría permitirse cuando Galván se calza sus botas para taconear y, en simple correspondencia, Khan se coloca sus cascabeles en los tobillos.

Porque el espectáculo falla. Y lo hace al no favorecer ni potenciar la diversidad del público. Un público al que se le obliga, a todos a la vez, a tener las mismas reacciones ante unos estímulos colocados para que tengan esas reacciones y no otras. La garra y energía con la que Galván es capaz de galvanizar al respetable, y él lo sabe. O la sutileza de movimientos de Khan con las que hace pensar en poesía con cierto exotismo, en cuento lejano para occidente, que también lo sabe. Jugando esa dicotomía una y otra vez. Buscando en las ligeras diferencias, muy marcadas, el contraste para que no se le pasase a un ojo perezoso, a un oído perezoso, a un cuerpo que sentado en la butaca tiene espíritu de viernes, sábado o domingo. El espíritu de salir a entretenerse, a pasarlo bien, lo que no está mal en los tiempos que corren. Pero ¿es eso lo que se debería esperar cuando se es convocado por estos artistas? ¿Cuándo se está convocado por el Festival de Otoño a Primavera? ¿Es esa la expectativa con la que se debería ir? Definitivamente, no. Lejos de la sorpresa lo que se espera de estos artistas es reflexión, no compadreo. Es misterio. Es una difícil explicación de lo que hacen en escena. Y en lo que ofrecen, incluso los espectadores más perezosos o menos dotes expresivas pueden poner un titular a lo que han visto.

De tal manera que al final del espectáculo todo el mundo se levantase como un solo hombre a aplaudir. En público en el que predominaba la gente vestida a lo alternativo o de forma relajada, formas asociadas a la diversidad y la diferencia, esa respuesta unánime, ese saber qué decir de forma inmediata, esa acción-reacción como se mueve la rodilla cuando el médico la golpea con su martillo, dicen mucho del espectáculo que se ofrece. Una respuesta que deja en el olvido imágenes, pistas, por las que hubiera sido muy interesante que estos artistas siguieran. Como esa en la que Israel Galván, después de haber zapateado delante de un micrófono a la altura de su boca, para que se le oiga lo que dice al bailar, baja el micrófono,  y se coloca de tal manera que el micrófono queda pegado a su espalda mientras el mira esa metáfora del coso, del ruedo taurino. Momento en el que el cuerpo se dispone a hablar, por la puerta de atrás. O como el momento en el que Khan baila apoyando y moviendo las manos que tiene enfundadas en zapatos. Pero solo son momentos de un espectáculo y no el espectáculo entero. Así que alegría, ¡arsa! y a por la siguiente, maestros, que la están esperando.

 

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