disPLACE, ópera a dos
Durante tres días (17 al 19 de febrero) se ha podido ver en la Sala Negra de los Teatros del Canal madrileños la ópera de cámara disPLACE, una iniciativa de Òpera de Butxaca i Nova Creació de Barcelona en coproducción con el festival Musiktheatertage Wien, que han traído a Madrid el Teatro Real en colaboración con los Teatros del Canal. Con música de dos jóvenes creadores catalanes, Joan Magrané y Raquel García-Tomás, libreto de Helena Tornero, dirección escénica de Peter Pawlik, y la interpretación de la soprano Elena Copons, el barítono Sébastien Soules y los músicos del Ensemble PHACE, esta nueva creación escénica se estrenó en Viena en septiembre de 2015 y estuvo en Arts Santa Mònica en diciembre del pasado año.
disPLACE se sostiene gracias a la música de estos dos jóvenes compositores. Con un trabajo vocal muy interesante, definitivamente alejado de ciertos clichés postseriales, y un buen entrelazado de partes cantadas y habladas, ambos autores se mueven perfectamente en este contexto dramático. La combinación de las voces de soprano y barítono con una plantilla instrumental mínima –viola y cello-, funciona realmente bien en este contexto de ópera de cámara. Asimismo, la inclusión de la electrónica en la parte escrita por Raquel García-Tomás, con la presencia tenue de sonidos urbanos de Barcelona, resulta una aportación sutil y delicada. Es interesante observar cómo dos personalidades compositivas muy diferentes logran convivir a la perfección, más aún cuando no se comportan de forma contrastante (quizá la vía más sencilla de convivencia), sino que logran situarse en un difícil equilibrio entre lo propio y cierto trazo común que les permite construir obra colectiva sin dejar en evidencia sus respectivas poéticas.
En este sentido, un logro evidente de esta propuesta escénica es la forma en que se plantea el trabajo entre dos compositores de personalidad muy diferente, algo en absoluto fácil, incluso habiendo trabajado ya juntos en otro proyecto, como es el caso (Dido & Aeneas Reloaded). La idea de situar dos historias en un mismo espacio –modificado por un hecho dramático-, dos situaciones relacionadas entre sí pero con personajes diferentes (aunque interpretados por los mismos cantantes), es sin duda una buena idea, una idea inteligentemente trazada.
Por otro lado, como propuesta escénica, disPLACE parece querer situarse en un espacio de la tradición operística. Esto puede percibirse bien si la observamos desde una perspectiva concreta: el intento de recuperación de su función social, de que la ópera contemporánea vuelva a ocupar un lugar en la sociedad. La vía escogida ha sido la de trabajar sobre un tema de actualidad, en este caso, una problemática social creciente, la denominada “centrificación”. Un anglicismo con el que se denomina el proceso de transformación de los barrios populares a través de la especulación inmobiliaria, que lleva a convertir amplias zonas de grandes ciudades en espacios destinados a una élite económica, desplazando a esas clases desfavorecidas que han quedado indefensas ante las consecuencias de la crisis económica.
Sin embargo, la pregunta sobre si realmente necesitamos que la ópera, entendida en sus múltiples expresiones actuales (que nos llevarían a la definición más abierta de “música de carácter escénico con texto cantado”), mantenga esa función social como lo hacía en otros tiempos, sigue en el aire. En el siglo XIX la ópera era, en este sentido, un vehículo idóneo para canalizar este tipo de inquietudes (y muchas otras que no tenían que ver con conflictos sociales o políticos), convocando a un público que, de forma más o menos consciente, buscaba en ella un espacio crítico. Pero hoy vivimos un tiempo en el que los medios audiovisuales, y sobre todo, el cine (y si apuramos más, incluso el videojuego), ocupan este lugar con una potencia de atracción y una efectividad mucho mayor que la ópera. En esta situación, existe además un riesgo evidente de que una presencia demasiado protagonista del tema –sobre todo si se trata de un conflicto social de evidente impacto mediático- haga que el objeto artístico se resienta o quede en segundo plano, cegado por una intención que, paradójicamente, puede terminar siendo ajena a un compromiso verdadero.
Quedarían en disPLACE algunas cuestiones por observar, como el calado de la historia que propone Helena Tornero en el libreto o el sentido del inglés como lengua de la primera parte de la ópera. En cualquier caso, de lo que no tenemos ninguna duda es sobre la necesidad en nuestro país de propiciar nuevas producciones de ópera de cámara, así como de otras expresiones escénicas donde la música juega un papel de relieve. Y que esta necesidad sea tomada realmente en serio por aquellos que pueden llevarla a cabo. Que un proyecto como Òpera de Butxaca i Nova Creació de Barcelona no sea una excepción y que cunda el ejemplo en otros lugares para que la presencia de la nueva creación, en este contexto escénico, se extienda más allá de lo puntual.
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