El artista es honesto
Pues sí, creo firmemente en la honestidad del artista.
Ahora que esta afirmación ilusa e ignorante ha captado vuestra atención quizás pueda aprovechar para explicarme.
Todos reconocemos muy bien el hálito crematístico que desprenden algunos de los compositores y artistas que nos rodean -no citaré a ninguno, por ahora-. Con una incuestionable capacidad estratégica, estos autores consiguen ascender profesional e institucionalmente -algo nada novedoso, por otra parte- hasta llegar incluso a ocupar cargos de responsabilidad política, cosa que afecta de manera grave y directa a nuestra vida musical contemporánea. No trato aquí de dirimir entre buenos y malos, no es a esta ausencia total de decoro a la que me refiero y tampoco seré yo el que tire la primera piedra. Todos debemos llevar una barra de pan a casa. La diferencia se sitúa en distinguir si “hacer carrera” es o no nuestro único objetivo y si llegamos a ese hogar en metro, en taxi o en coche de lujo.
Pero no quiero perder ese aire inocente y jovial a la par que ingenioso que conseguí al declararme en estado de ignorancia (!).
Dadme solo un minuto más.
Cuando afirmo que el artista es honesto quiero aclarar que lo es, en primer lugar, consigo mismo, que muestra una “decencia estética” acorde a su capacidad creativa y que se ha planteado, al menos una vez en su trayectoria -preferiblemente al inicio-, si tiene algo que decir -realmente- y si puede decirlo de manera distinta y personal, pero nunca si le “interesa” decirlo.
En segundo lugar, el artista es honesto con el tiempo que le ha tocado vivir. En cada acto creativo suscribe y renueva una suerte de “contrato estético” por el que se compromete a situar su producción en la punta de lanza de la creación contemporánea. Sí, he dicho punta de lanza porque creo que existe una vanguardia, una avanzadilla de creadores que arriesgan sus propios preceptos a cada paso -aunque eso lo explicaré en un episodio próximo.
Finalmente, la honestidad del artista también se extiende a su relación con el público, con el interlocutor que se encuentra al otro lado del espejo. Todos nos hemos sentido alguna vez estafados al salir de una sala de conciertos. Sin embargo, en esas ocasiones nunca he considerado que el compositor quisiera engañarnos de manera voluntaria. Sencillamente, no se formuló las preguntas antes planteadas cuando era debido y continuó creyendo que era un artista. O si se las planteó y, a pesar de conocer la respuesta, siguió una estrategia interesada y, por supuesto, deshonesta.
Es muy posible que me equivoque pero creo firmemente en las premisas que acabo de definir. Si no fuera así, cuestionaría profundamente la propia condición artística de la que algunos se apropian y, sobre todo, no podría concebir el acto comunicativo excepcional que se materializa en cada uno de los conciertos a los que asisto, de las exposiciones que visito y de las lecturas que realizo. Ahí radica mi estado de ignorancia y mi espíritu ingenuicida. Cada evento es único y no debemos banalizarlo. Cada estreno absoluto y cada nueva muestra plástica, cada nuevo poema -bien considerado- es esencialmente un paso hacia delante, una aventura que debe instalarse en la experimentación y en el eterno cuestionamiento de los parámetros estéticos hasta ahora conocidos.
Por cierto, ya he dejado caer la segunda convicción de la que hablaré en seguida.
Convicción número 2: la vanguardia existe.
El artista es honesto por Pedro Ordóñez Eslava, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.