El festival de ópera de Munich, un festín operístico

(c) Wilfried Höesl

Como ocurre cuando se vuelve al trabajo después de las vacaciones toca contar lo que se ha hecho en verano. Aunque no se sea vanidoso, por esa absurda rivalidad humana, que nuestras sociedades han exacerbado, se intenta sacar pecho. Ser el que ha visitado el destino más exótico o el más deseado en eso de las tendencias. Ser el que ha tenido las mayores aventuras. Hasta ser el que ha ligado más, ya sean parejas o sea sol. Frente a los que se encuentran los más retraídos, los más tímidos, que no dicen nada y que, en silencio, tal vez piensen que a ellos les fue mejor.

La introducción anterior viene a colación porque este artículo es una crónica de los últimos días del Festival de Ópera de Munich. Un festival que se celebra en dicha ciudad en junio y julio, en pleno verano, momento que muchos aficionados e informadores de música aprovechan para dejarse ver por allí y disfrutar de sus propuestas. Lo hacen siguiendo el criterio de muchos profesionales que consideran este festival como uno de los mejores festivales de ópera que hay en la actualidad, incluso hay quien se atreve a calificarlo como el mejor y punto. Sin duda la presencia de Kirill Pretenko, el director de orquesta ruso que hasta este año se encontraba al frente de la Bayerische Staatsoper, donde se celebra este festival, también cuenta en esta calificación.

Todo ello hace que uno se acerque a Munich con muchas expectativas con respecto a lo que va a ver y a encontrar. Lo que lleva a sentarse en la butaca con un alto grado de exigencia. Fijarse, y mucho, en los detalles. Ser un poco tiquismiquis. Así decir que Los maestros cantores de Núremberg de Wagner no estuvo bien, que no lo estuvo, a pesar que dirigía Petrenko, quizás sea jactancioso. No ayudó el que Jonas Kauffman cancelase por enfermedad (aunque, según dicen, la enfermedad no le impidió cantar esos mismos días para unos muchimillonarios dispuestos a pagar lo que cuesta un recital privado del cantante) y fuese sustituido de prisa y corriendo por otro que hizo lo que pudo.

El caso es que la idea inicial del montaje, un concurso de cantantes, se ajusta mucho a lo que hoy se ve en televisión. El problema es que difícilmente uno se puede creer que en nuestros días el premio final será la mano de una mujer. Menos que un desconocido fuese acogido por el que más sabe del lugar en cuestión de canto y, menos, que nuestras sociedades admitiesen que ese sabio fuese un zapatero. Todo lo anterior hace que la obra se entienda mal, es decir que se entienda mal el libreto y la partitura. A lo que se añade una dirección musical que no saca música del conjunto sino de cada uno de los instrumentos. Seguramente es una decisión de la dirección que tendrá su fundamento, pero al oído del que se sienta en la butaca suena raro, extraño.

Mejor suerte tiene La fanciulla del West de Puccini. Obra presentada con una actualización mínima donde, de nuevo, falla la dirección de escena en el sentido de que no tiene en cuenta el arco dramático, el cambio de conciencia de sus personajes que recoge tanto el libreto como la música. Aunque tiene más suerte con los cantantes, sobre todo con sus dos protagonistas: Anja Kampe, habitual del teatro donde hace largas temporadas, y Brandon Jovanovich. Ambos adecuados por voz y por presencia escénica. La inclusión de esta obra en la temporada del teatro y en este festival de verano hace pensar que esta poco conocido o representada ópera de Puccini se irá introduciendo en el repertorio habitual de los teatros de ópera. Así que ya sea con este o con otro montaje llegará a los teatros españoles donde harían bien en mantener a los dos cantantes citados.

Algo similar pasó con las óperas barrocas, cuya recuperación empezó en este teatro hará alrededor de 12 años y ahora no hay centro que no las programe, para ejemplo casi todos los teatros importantes de ópera españoles tienen programada alguna. Incluso muchos teatros compran las producciones estrenadas aquí como pasó con La Calisto que se vio en la temporada anterior en el Teatro Real. Esta vez, y como estreno en el festival, se pudo ver y escuchar Agrippina de Händel con dirección musical de Ivor Bolton y escénica de Barry Kosky. Un tándem del que ya se ha visto y se volverá a ver en Madrid la temporada 2019-20 La flauta mágica.

Agrippina ha sido el gran éxito del festival. Teatro lleno y mucha gente intentado comprar una entrada bajo la lluvia que caía a finales de julio en Munich. En este caso la convocatoria la sede era en el Prinzregenten Theater, teatro construido a imagen y semejanza del Bayreuth wagneriano. Lugar que fue testigo junto con todos los que ocupaban las butacas de lo que ocurre cuando dos profesionales citados se compenetran y se les deja trabajar en libertad. Es decir, con responsabilidad. Un espectáculo en el que no solo la orquesta sonaba como orquesta y no como una agrupación de instrumentos, sino que resulta imposible entender lo que pasa en el foso sin ver y oir lo que pasa en escena. Desde los silencios, trabajados en longitud, alargados, hasta las adendas para contar la historia de esta emperatriz consorte luchando para que su hijo, el que posteriormente sería el famoso Nerón, consiga el trono que no le corresponde, ni por herencia ni por inteligencia.

Entre ambos, director musical y de escena, consiguen convertir esa ópera barroca en un divertido vodevil. Con amantes y pretendientes escondiéndose en armarios o tras los muebles. Sin dejar de mostrar ese fondo de tristeza que se esconde en toda buena comedia. Aligerando una música que hasta hace bien poco se rechazaba por pesada y reiterativa y que este festival, con este y otros montajes como este, ha sido capaz de incluir en el repertorio. No es ajeno a esta deriva la colaboración de los cantantes, verdaderos actores y actrices entre los que destaca Elsa Benoit que, al menos en esta producción, da un recital de lo que debe ser una cantante de ópera hoy en día. Es decir, no solo dar las notas correspondientes sino entender desde donde se cantan, desde que estado emocional y personal de su personaje y no adelantar nada que no esté en el libreto ni en la partitura hasta que tenga que suceder en escena.

Por tanto, para todos aquellos que aman el teatro musical europeo por excelencia, es decir, la ópera, es un gusto acercarse a Munich en verano. La concentración de talento musical es mucho y bueno sin la pompa ni el jabón de otros festivales operísticos veraniegos. Les permite ser exigentes, ponerse exquisitos. Criticar con la boca pequeña lo que ven y lo que oyen. Digo con la boca pequeña porque saben que se están dando un banquete, celebrando un festín. Por eso ya están mirando lo que pueden ver concentrado el verano que viene, en 2020, que ya está pensado, para asegurarse de nuevo tener lo mejor de lo mejor, y anunciado.

 

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