Las alegrías de Israel Galván

¿Cómo describir un espectáculo sin repetir lo que ya se ha dicho? FLA.CO.MEN es probablemente el espectáculo de Israel Galván que mayor acuerdo crítico ha suscitado sobre su calidad y sobre los argumentos que la justifican. Tanto ha sido el entusiasmo que incluso hay críticos que se atreven a recomendarlo a aquellos espectadores que habitualmente reniegan de este coreógrafo o bailaor. Espectáculo que se ha podido ver en Madrid gracias a la actual edición del Festival de Otoño a Primavera de Madrid 2014-2015. A la pregunta con la que comienza este párrafo habría que añadir la de ¿cómo contar un espectáculo de matrícula de honor para dar una impresión, por pálida que fuese, de lo que se puede ver en escena?

No son las anteriores dos preguntas baladíes. La tentación de escribir: “Un excelente espectáculo” y añadirle “de flamenco contemporáneo” y terminar el artículo, está ahí. Pero el esfuerzo de su autor y de todos los que participan o han participado en la producción, así como el entusiasmo del público que llena por tercer día consecutivo los Teatros del Canal merecen un tiempo de reflexión, de traducción, para que los que no fueron sepan lo que se están perdiendo, y los que fueron puedan establecer un diálogo más allá del entusiasmo. Porque este espectáculo necesita espera, espera, para, para, que es una de las primeras cosas que dice Israel cuando sale al escenario con un corpiño acompañado por Eloísa Cantón, una de las interpretes musicales, también bailarina, que le acompaña en el espectáculo, y que le traduce en un inglés más bien neutro y desafecto wait, wait, stop, stop que produce la risa del respetable, signo inequívoco de que la seriedad comienza por reírse de uno mismo. Y en este espectáculo Israel se ríe y hace reír a un público que a medida que avanza la obra se rinde y no puede por menos de aplaudir, en cuanto que puede, un zapateado, una canción, o los silencios que le siguen. Público que sigue aplaudiendo cuando acaba el espectáculo y que en una gran mayoría se queda al encuentro con el público que tiene lugar ese mismo día con el bailaor y el director artístico de la compañía, Pedro G. Romero. Público variopinto y de edades muy diversas, que incluyen algunos niños que al final del espectáculo, como los adultos, también muestran su entusiasmo.

Hay que esperar y parar. Tomarse el tiempo que se ha tomado Israel para reflexionar y reinterpretar y para volver a bailar la música que ya ha usado en sus anteriores solos coreográficos. De ahí que verle al inicio leer las partituras y convertirlas en cuerpo, hacerlas presentes, y, luego, ese cuerpo hacerlo música resulte mágico. Sin embargo, él insiste, se trata de esfuerzo y trabajar la tradición, como se ve en cada número o escena, y hacerlas presentes hoy. Sí, la tradición flamenca del cuerpo y la música. Ya sea porque el zapateado lo hace sobre pedales con los que toca unos tambores. Ya sea porque arrastra el zapato por una superficie preparada y microfonada que incorpora ese sonido musical a la coreografía. Ya sea porque con su pie desnudo toca el timbal. O con el mismo pie desnudo baila sobre una superficie cubierta de monedas a las que hace saltar, rodar por el escenario o deja caer al suelo, después de coger dos puñados con las manos, para que golpeen el suelo y ver cómo de opaco es el ruido que producen. Monedas con un brillo desgastado, deslustrado, ya sucio, de tanto usarlas. Metáfora musical y coreográfica del imperante discurso económico, también gastado, agotado, que alcanza al espectador por su imaginación, a través del arte.

Pies que usa para chocar los cinco con la mano de uno de los cantaores que le acompaña, que le coge el pie como si fuera una cenicienta a la que ponerle un zapatito de cristal. Que es, también, chocar los cinco con el resto de los músicos. Además de Eloísa están Tomás de Perrate (y su voz aguardentosa de tablao de jarana y humo), Juan Jiménez Alba y Antonio Moreno (que forman Proyecto Lorca, el grupo de música contemporánea con raíces flamencas), David Lagos (reciente ganador de la lámpara minera del Festival Internacional de las Minas) y su inseparable Caracafé. A los que embarca para hacer realidad esos sonidos que forman parte de la calle por la que pasea y en la que encuentra y charla Israel. Sonidos populares que va incorporando. Da igual que sea un pasodoble, una saeta, unas alegrías, una muñeira, una jota, una canción de los esclavos norteamericanos o una composición de los difíciles, para el público en general, clásicos autores contemporáneos, él sabrá sacarle el tirititrán trán trán trán y la alegría de vivir por muy oscura que la vida sea. Si esos sonidos le son necesarios, la necesidad es muy importante en Israel Galván, los bailará. Un baile que romperá los moldes. Como con un zapateado rompe, al principio del espectáculo, el molde de un botín de baile de escayola con el que antes a bailado y rasgado el suelo. Una metáfora más, la de romper los moldes que ya tenía para esas músicas, coreografías ya existentes, cerradas y partiturizadas. Y es que, incluso este espectáculo parece nuevo, totalmente nuevo, a pesar de tener una música ya usada, ya oída, ya coreografiada, ya bailada. Aunque la novedad, no es lo importante. Lo importante es que hay vida. Una vida que llama a la vida que ocupa el patio de butacas. Compañeros de viaje por a penas una hora y media. El sentimiento de que no es él solo el que baila. Que la butaca y el que la ocupa se mueve con ella. Igual que hace bailar a los músicos en escena. Y traslada  el movimiento de la risa contagiosa como elemento coreográfico en la que un traje negro, el negro, el oscuro que siempre le acompaña, se convierte, al final, en un traje de volantes blanco con grandes lunares rojos que le sirve para, de nuevo, reírse de sí mismo y tirarse por el suelo en unos felices pasos de baile y mostrar de su cuerpo eso que apenas se ve de los bailarines, sus piernas desnudas. Un recreo después de un trabajo que supera con creces lo bien hecho, lo bien construido. De una imaginación que convierte el cuerpo en música y la música en cuerpo, y en ese espacio, en esa distancia, crea y modela la materia inasible de la que procede el arte. ¡Ole maestro!

 

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