Métagraphie, 1954
Confieso que yo no sabía quién era Gil J. Wolman antes de visitar la exposición monográfica Sou imortal e estou vivo en Serralves, Oporto, en febrero del año 2010. Mi encuentro con sus propuestas artísticas fue intenso y muy desconcertante: imposible encuadrarlo en ninguna corriente que yo conociera de antemano. Las etiquetas que él mismo inventó para poner nombre a sus diversas actividades no hacían más que desubicarme aún más… Art scotch, L’Anticoncept, Mégapneumie…
Durante casi dos años contemplé, de vez en cuando, el catálogo de esa exposición. Y fui leyendo sobre su obra y tomando conciencia de la indispensable aportación que hizo a la historia reciente del arte. Y cuanto más sabía acerca de su renuncia a ser considerado un artista importante, mucho más importante me parecía. Diciendo, por ejemplo: “el interés de un lienzo es inversamente proporcional a la importancia del material utilizado, cuanto más banal olvidado desprovisto de derechos es un elemento más me estimula, el interés de un lienzo es inversamente proporcional al esfuerzo de creación, cuanto más fácil más bello, soy un pintor de tradición oral…”. O manifestando su deleite cuando se le señalaba que sus obras “separatistas” (consistentes en romper algo y presentar los trozos separados, creando un espacio entre ellos que denominaba Wolman’s land) eran algo que “todo el mundo estaba en condiciones de hacer, salvo porque nadie se atrevía a desarrollar una práctica tan radicalmente simple”[1].
El revulsivo de estos planteamientos fue haciendo su efecto, lento pero inexorable, en mí. Y al final cristalizó en obra, Métagraphie, 1954, para contrabajo y cinta, estrenada por Francisco Lobo en el marco del X Festival de Música Española de Cádiz. La obra es un ejercicio de sinestesia a partir de uno de los trabajos del mismo nombre de Wolman. “Metagrafía” es el término ideado por los letristas para definir algo así como una “superescritura”, constituida por letras y signos bien sean reales o inventados. Wolman construye varias en 1954, año en el que termina la primera guerra de Indochina con la división en dos del país según el acuerdo de Ginebra; éste sería el origen de la posterior guerra de Vietnam.
En la metagrafía de Wolman aparecen imágenes de guerra y de mujeres, junto con textos más o menos inteligibles, todo ello a modo de collage sobre fondo plano y sin más colorido que los diversos tonos de gris. El conjunto, mirado a fondo, no deja de resultar perturbador. Así que dibujé un recorrido esquemático a materializar sonoramente por el intérprete en vivo, que ha de tocar siempre sin arco, a través de zonas de la partitura cerradas y de otras improvisadas según una serie de pautas que le hacen terminar tocando con el contrabajo al revés. Y siempre de fondo en la cinta un “meganeuma” de Wolman manipulado, es decir, un poema construido todo él a base de su propio aliento. Juzguen ustedes mismos el resultado.
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Métagraphie, 1954 / Diana Pérez Custodio
[1] Como señala Frédéric Acquaviva en su texto Wolman, al descubierto, incluido en el catálogo de la mencionada exposición.
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