Otello, escuchar luces y sombras

Lo bueno de ser de los últimos en hablar de una ópera que se estrene en el Teatro Real es que se ven las cartas que la crítica (al menos la escrita) ha jugado. Y darse cuenta de que son las mismas cartas que siempre han jugado. El problema es que, a diferencia de lo que ha pasado con el cine o el teatro y otras muchas disciplinas artísticas, la opinión sobre la ópera se ha democratizado poco, sobre todo en España. No se sabe si es por la edad media de las plateas, una edad media alta, o por la educación militar en la que se sigue viviendo en el país. Un país en el que una discusión por Twitter o un enfrentamiento público en un partido se viven y, la prensa, hasta la más liberal, lo cuenta y lo alientan como si fueran “una rebelión a bordo”.

Viene a cuento la digresión anterior porque esa manera de afrontar cualquier propuesta operística impide apreciarla. Es decir, ese análisis desde la historiografía de la ópera, la técnica vocal de los cantantes, la interpretación musical impide darse cuenta que todo eso está ahí para contar no una anécdota o un chiste. Tampoco está para cantar una bonita o agradable tonada. No, está para cantar quiénes somos, cómo nos comportamos, cómo afrontamos el amor, el dolor y otros muchos temas humanos en el momento en el que se interpretan, es decir, en la segunda década ya del siglo XXI. Y que las discusiones técnicas que se plantean los músicos, los directores de orquesta y de escena, y los interpretes son para poder cantar el misterio de ser humano. A ser posible los que más nos descolocan y nos hacen vernos como seres sin sentido y, muchas veces, perdidos buscando ese sentido.

¿Lo consigue este Otello del Teatro Real? Es decir, ¿consigue que veamos que se puede ser un gran hombre en la batalla, en lo público, liderando grandes masas y un pobre hombre, a merced de su entorno más cercano, en lo íntimo? ¿Qué la inteligencia de un gran estratega militar, como es Otello, no significa que se maneje bien en las estrategias de lo íntimo, de lo particular, de lo cercano, en el cara a cara con las emociones? Seres defectuosos en los que el mal, cualquier mal, puede, como Iago, gota a gota ir calando.

Pues bien, viendo la representación con sus dos repartos, se puede decir que desde luego el director de orquesta, Renato Palumbo, no se ha hecho la pregunta. Ni siquiera se la ha planteado. Lo suyo es hacer sonar la orquesta alto y fuerte hasta tapar a otros que sí se la han hecho. Tampoco el coro se lo ha preguntado, lo que extraña porque, bien de forma consciente o inconsciente, se la lleva haciendo muy bien en las últimas temporadas. En este caso, parece que su intención es competir con la orquesta en decibelios. Y, tampoco se la ha hecho el segundo reparto. Tan preocupados por dar el timbre adecuado, el grave y el agudo, que se olvidan de lo que están cantando.

Sí se la han hecho, David Alden, el director de escena, y el resto del elenco. Y dan una respuesta teatral, de un teatro hecho música. Por eso, lo que no funciona ni gusta y, además, aburre cuando se ve el segundo reparto, sorprende, atrae e interesa hasta hacerse corto con el primero.

Los habrá que digan que eso se debe a la calidad técnica de las voces. Si se lee la prensa escrita se podrá comprobar que no es así. Incluso hay quien le fía dicha calidad al segundo reparto frente al, según ellos, discutible primero de los magníficos Gregory Kunde, al que no se le perdona su origen norteamericano, y Ermonela Jaho, también sospechosa porque no era la primera elección para este reparto titular. A los que acompañan en ese buen hacerse preguntas George Petean como Iago y Alexey Dolgov como Cassio.

Todos ellos son interpretes que colocan las preguntas adecuadas al montaje pensado por Alden en los momentos adecuados con su saber estar en escena y lo que hacen en el canto. Y al final pueden con el “más fuerte y más alto y más rápido” de Renato Palumbo. Y las sombras, claroscuros, iluminaciones, y el breve sol chipriota del mediterráneo, empiezan a decir. Como ese denostado escenario empieza a cantar y a sonar como el mal va ensuciándolo todo. Cómo envenena hasta al más inteligente de los hombres. Cómo lo ciega. Cómo la verdad puede quedar oculta por una buena narración por la credibilidad que se le da equivocadamente a algo o a alguien. Como el “best-seller” nos confunde.

Un aviso que se lanza desde el escenario. Hay que saber escuchar en los grises y en los contraluces. Hay que saber oír en las sombras y en la luz. Y oír quienes somos, donde estamos, a donde vamos. Que el mal está ahí. Acechando para hacerse con el poder. Por dominarnos. Hacernos un amasijo tembloroso de músculos, huesos y nervios. Dispuesto a hacerse nuestro hermano de sangre y a desangrarnos. Dispuesto a hacer que se odie tanto al otro que quienes nos pide amor recibe odio, y quien nos da amor, recibe en pago muerte. Y la muerte es irremediable ¿Es o no es Otello de Verdi una ópera que habla de nuestro tiempo? ¿Una música que hay que oír y ver en escena?

 

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