Superar las chanclas

Volvemos a la faena, después del tórrido verano. Estos meses estivales no dan para demasiados comentarios, aunque lo cierto es que la actividad musical no para, y no hay más que ir a nuestra Agenda para comprobarlo. Además, es la época de los festivales, aunque la creación actual no suele estar demasiado cuidada en estos ciclos veraniegos. El bañador aprieta demasiado como para escuchar algo que se salga del repertorio más manido. No se nos vayan a acatarrar.

Una cosa que llama la atención es el énfasis que en este tiempo de calores se pone –fundamentalmente desde los medios de comunicación, aunque también desde el discurso político- en la importancia del turismo. El turismo como último salvador de nuestra maltrecha economía, como justificación económica para la más atroz masificación urbana… En definitiva, como bien incuestionable a conservar y a fomentar, aunque la chancla playera sobre los mosaicos de Pompeya termine con lo que dejó el Vesubio, pongamos por caso.

Desde luego, los festivales de la llamada “música clásica” no escapan de este contexto. Esgrimir el atractivo turístico que ejerce un acontecimiento musical como justificación para programar con el único objetivo de atraer la mayor cantidad de foraneos posible, está dentro de lo que podríamos considerar un discurso políticamente correcto. Pocos claman por la calidad cuando se habla –sobre todo en tiempos de crisis- en términos de supuesta rentabilidad económica para el entorno en donde se celebra el evento (aunque a menudo los pomposos datos tengan diferente lectura). Programar fuera del repertorio más manido y sin salpicar de una dosis adicional de entretenimiento es todo un riesgo, un riesgo inasumible. Además, la idea del turismo cultural como el turismo “bueno” (como el colesterol), es recurrente, aunque no se sepa bien a qué se refiere esta idea. Si ponemos en la batidora todo esto, el modelo de festival que se impone en nuestro tiempo es el de la mediocridad más absoluta. Eso sí, tintada de falso eclecticismo que podría producir el espejismo de tener firmes los pies en nuestro tiempo. Si vivimos un momento en el que la idea del festival como una forma de mostrar lo diferente es, en cualquier época del año, pura utopía, en verano este supuesto torna directamente en excentricidad. Con estos calores ya se nos atraganta Mahler, con que la Segunda Escuela de Viena… (¿esos quiénes son?) Y no pasaremos de ahí en la ejemplificación, por aquello de no volver a sudar.

 

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