Técnica versus poesía

Fotos: (c) Javier del Real
Toca, ahora, una crónica de Tristan und Isolde de Wagner en la versión de Piollet-Sellars-Viola que llega al Teatro Real desde París con las mejores críticas que se puedan esperar. Ciudad donde el montaje se repuso por aclamación popular. La obra, en concreto, y las buenas nuevas que llegaban de este montaje, han hecho poner el cartel de no hay billetes para ninguna de las representaciones. En medio, un cambio de tenor, por la epidemia de gripe que ha afectado a Robert Dean Smith y que ha obligado a sustituirlo por Andreas Schager (el día al que corresponde esta crítica) y por Franco Farina. La Isolde se la ha cantado enterita todos los días Violeta Urmana.
Comienza el preludio del primer acto y ya se tiene la primera impresión y el primer anuncio de que no es este montaje lo que la prensa, nacional e internacional, prometían. Y hay que añadir que por desgracia. Porque todos los elementos que se ponían en juego hacían esperar un magnífico espectáculo operístico, para recordar, para crear afición y para reconciliar al público y al teatro después de los desencuentros que han tenido. No ha sido así. La orquesta tardaba en calentarse y sonar como “un solo hombre” en los dos primeros actos, motivo de que este preludio decepcionase. Sobre todo, porque se perdía una escucha adecuada y, por tanto, la comprensión del leit-motiv de la obra, el anhelo infinito que es el amor y el que solo permite el presente. Algo, tal vez sutil, que se esconde ensordeciendo al personal subiendo los decibelios y la potencia a la que suena la orquesta.
Tampoco ayuda la minimalista puesta en escena de Sellars. Poca acción dramática (no confundir con movimiento). Menos atrezo. Algo de luz, usada de forma excesivamente ingenua en contraposición a la parafernalia del video extendido de Bill Viola. Y este último, artista de fuste, mostrando una obra que parece rodada por un admirador suyo que tiene una nueva cámara y un nuevo programa de manipulación de video con la que prueba todas y cada una de las funciones a ver qué le sale. Imágenes que ni ilustran, ni acompañan, ni se sabe muy bien qué hacen con respecto a lo que suena en escena. Muchas veces se tiene la impresión de que se ha sido convocado a ver una película muda con música en directo. Como en los comienzos del cine y como otro teatros hacen con películas clásicas, por ejemplo, el Teatro de la Zarzuela ha hecho con el cine de Chaplin.
Si se añade que además el público tiene que leer los sobretítulos para entender que están cantando y se están cantando los unos a los otros en escena, el lío que sufre el espectador es morrocotudo. Así, la historia queda como una historia romántica con sus amores imposibles, barreras infranqueables y, al final, muerte de los amantes para forjar una leyenda. Pero estamos hablando de Tristan und Isolde, de los amores filtrados y mediados, donde el objeto amado lo es porque lo aprecia y lo quiere un tercero que supone una barrera/un obstáculo que hace crecer un deseo imposible de satisfacer si no es de forma culposa, a escondidas, lo que no permite la total posesión. Una de las historias que han ayudado a crear la idea del amor que se tiene en Occidente. Tal vez, el error, es haberse fijado en Oriente para contar esta historia, en la espiritualidad que llega de tierras tan lejanas. Al menos eso deja entrever en el programa Bill Viola al contar las conversaciones que había tenido con Sellars sobre esta obra y la dimensión espiritual-religiosa del amor y del deseo.
Claro, todo es perfecto, perfecto técnicamente. El sonido, las voces (entre las que destaca Franz Josef Selig, el rey Marke), la proyección. Por lo que no es de extrañar que en este mundo en el que vivimos donde la técnica ha desplazado a la poesía, encontremos entusiastas del montaje que griten bravos (incluidos los entusiastas de la técnica vocal o de la forma de tocar un instrumento). Que se encuentren periodistas alabando este montaje, en sintonía con el mundo en el que viven y al que pertenecen. Sin embargo, para los que quieren poesía en lo que les cuentan y les cantan, algo que es independiente de la técnica, es un fracaso monumental. Poesía como la que se encuentra en el prologo de la película Melancolía de Lars von Trier que usa el conocidísimo preludio del primer acto de esta ópera. Melancolía necesaria para el motivo del “anhelo infinito” que recorre toda esta ópera y la idea del amor que transmite. Y, para los que tienen una idea tradicional de la ópera (entiéndase del repertorio que se ha representado en el siglo XX), simplemente es un rollo, un rollo menor pues no deja de ser un clásico y saben reconocer la grandeza de Wagner, pero en este caso no saben para que se lo cuentan, ni para qué les convocan, si no es para poder seguir diciendo que las óperas de este autor son muy largas.
Técnica versus poesía por Antonio Hernández Nieto, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.