This is opera

(c) Javier del Real

No es inocente titular esta crónica sobre La Traviata que se puede ver en el Teatro Real, igual que el popular programa de La2 de TVE. Ambos tienen un afán de atraer al gran público a lo que el programa añade, también, un afán pedagógico o divulgativo que tampoco olvida el montaje actual, aunque lo hace de forma muy sutil, tanto que solo los entendidos, o los que van con alguna que otra crítica leída o visto el vídeo del también popular José Luis Téllez, detectan.

El caso es que frases como “por fin, una ópera” se escuchan y se repiten como un mantra por el teatro. Y las caras de los asiduos y no asiduos al teatro es de felicidad y de contento, aunque lo que se cuenta sea trágico. Ya que se trata de una historia de amor a la que se opone la familia del partenaire masculino y que acaba con la muerte de la protagonista, la que da título a la obra. Un amor entre una cortesana con experiencia gracias a los años, lo que hoy se llamaría prostituta de lujo o en términos más “in” scort, y un niño bien, pijo y de clase alta de toda la vida, vamos, lo que hoy sería de la Moraleja, La Finca o Pedralbes. Un amor al que por supuesto siempre se debe oponer una familia “como dios manda” pues esta relación esta llamada al fracaso en términos de perdida de status y de nivel económico, aunque ahora mismo se conozcan algunas historias reales para desmentirlo. Historia que se resuelve, como ya se ha dicho, con la muerte de la susodicha a manos del bacilo de Koch, es decir, de una tuberculosis, y abrazada por el pijo. Claro que nada de esto se ve así, porque, al igual que están haciendo todas las televisiones para tener series de éxito, se viste de “época”, alejándolo a un momento y a un lugar que, aunque no se corresponde con el original de la ópera ni del libro en el que se basa (La dama de las camelias de Dumas), ya no mancha, no implica al espectador, por su alejamiento, porque se aleja a otra época.

A lo anterior se le añade que la orquesta, dirigida por Renato Palumbo, toca irregularmente una partitura demasiado conocida para no apreciar que “así no se toca”, máxime cuando su propuesta es canónica. Irregularidad que también muestran los cantantes, al menos los del primer reparto, aunque la soprano, Ermonela Joha, defiende los momentos clave de su personaje con la suficiente competencia (y complacencia hacia el público) como para recibir una cerrada ovación cuando sale a saludar. Todo acompañado por una propuesta de David McVicar, el director de escena, simplemente eficaz, a pesar de que su relectura obvia el colorido y el oropel que suele acompañar esta obra y lo deja reducido a notas más o menos intensas de color (incluida el blanco) en un escenario casi totalmente vestido con cortinones negros. Por tanto, no son de extrañar las críticas poco favorables que ha recibido el montaje en los periódicos madrileños.

Pero ¿todo lo anterior importa algo? No. Esto es ópera, lo que el público entiende como ópera en el sentido popular del siglo XX, construido gracias a los medios de comunicación y los espectáculos de masas (baste recordar, Pretty Woman), y a unas ciertas y potentes academias y direcciones artísticas de los teatros, al que no le falta el fuerte apoyo económico (en este caso, la noche del estreno la patrocinaba Endesa). Un repertorio que es la construcción de una sociedad, la occidental. Forma de entender la ópera que incluso comparte el público que rechaza ir a este tipo de espectáculos. Y a la que pertenece esta Traviata, y a la que se ajusta como un guante, con todas sus deficiencias o con todas las críticas que se le pudiesen hacer, por lo que no defrauda expectativas. ¿Extraña, por tanto, que agote entradas? ¿Qué se disfrute? ¿Qué reciba un caluroso aplauso? ¿O que sirva para celebrar la Semana de la ópera? ¿O se convierta en el acto central de la Conferencia Internacional de la Ópera que atraerá a muchísimos profesionales a Madrid a principios de mayo? Así que, pague (más de 300 euros en butaca la noche del estreno), siéntese y disfrute. This is opera.

 

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