Una nota olvidada al pie de una partitura

(c) Kurt Van der Elst

Una tela color crudo cubre el fondo de un escenario oscuro en semipenumbra en An old monk. Completan la escenografía un piano en el centro. A su derecha una guitarra y una batería. Y, en el lado opuesto, sobre el suelo, un carril de iluminación. Eso es todo. Visible para el espectador desde que se entra en la Sala Verde de los Teatros del Canal. Nada especial, la verdad. Lo que deja fuera toda posible expectación ante la nueva propuesta de la compañía belga  LOD muziektheater que trae el Festival de Otoño a Primavera de Madrid 2014-15, y ya van unas cuantas. Una insistencia festivalera que llama la atención pues no suele acompañarse de llenos absolutos ni del cartel de no hay billetes, como los que acompañan a los espectáculos de, por ejemplo, Peter Brook, que esta temporada ha sido el encargado de inaugurar este festival. Insistencia que el verdadero aficionado al teatro musical debería agradecer a la organización del festival.

Por eso, cuando vemos que sale a escena el Kris Defoort Trio y toma su posición ante los instrumentos y se pone a tocar al estilo y la manera de Thelonious Monk, autor que ha inspirado al compositor que da nombre a dicho trío, las piernas del actor Josse de Pauw, que se ven por debajo de esa pantalla/tela cruda del fondo, enfundadas en pantalones negros sobre unos zapatos negros, a penas resultan una pequeña y sutil nota a pie de página, a pie de escena. Una nota al pie de una partitura. Suelta y perdida que el compositor hubiese dejado allí, como por casualidad. Sin embargo estas piernas y esos pies salen a escena acompañados de un cuerpo que baila la música que ya lleva un tiempo, corto, sonando. Y entonces un solo cuerpo, que no es un cuerpo de baile, llena el espacio y empieza a contar. Y con la voz empieza la duda ¿está o no está cantando? Porque el juego que la voz y el cuerpo de Josse con el trío se parece mucho a un poema cantado pero sin cantar y sin ser un recitativo. Esa musicalidad que tienen los poemas contemporáneos, oscuro para muchos pero vibrante para los pocos que están todavía dispuestos a dejarse tocar, a acariciar. En el que el tiempo contado en los años que va cumpliendo el personaje, único protagonista de la obra, va formando un estribillo que da un ritmo a una composición que avanza y fluye, pero que también se para, como pasa en la vida, como pasa en la música. Una sincopada alteración que cuenta anécdotas, historias no publicadas, que se cuentan una y otra vez, una y otra vez, a las que el jazz les ofrece siempre una salida gracias a ese grado de imprevisible improvisación. Habitualmente una salida por la tangente, un pensamiento que saca del presente. Llevando a un lugar para estar, para permanecer, al que retirarse, para salir del mundanal ruido y, no, para estar en él como propone la música de Cage. Un retiro monacal, el retiro que tantas personas en el mundo occidental buscan en viejas abadías y monasterios restaurados, en compañía de monjes y viejas monjas retirados o en monasterios budistas de difícil acceso en países lejanos llenos de peligros y enfermedad. Pero para el que también sirve una casa en el suburbio, a las fueras, con el coche de empresa a la puerta, y los amigos y la familia en otra parte, normalmente en una fiesta.

Cuenta Josse que su pretensión en An old monk era mostrar que no somos cuerpo o mente, esa disociación teórica, y ya clásica, del mundo contemporáneo, sino cuerpo y mente. Cuenta que para él esa unión se mantiene en el baile, en la danza. Que el hombre y la mujer contemporánea ya no bailan de forma consciente. Pero esa pulsión existe. Es la pulsión de un pequeño baile que puja por salir por moverse. Y todos los que vean este espectáculo saben que ese es el baile de la vida, y no la danza de la muerte que el poder, apoyado en sus academias, trata de imponer. Ya somos viejos, ya somos mayores, hemos visto muchas cosas, también hemos reído de muchas otras y llorado. Esto soy yo. Soy un ser humano desnudo. Y lo que me arropa, es simplemente, algo que añado, a este cuerpo, feo, cansado pero vivo. Ya que no vamos a dejar huella, pues una pisada sobre otra, y sobre otra, y sobre otra… se confunden, let’s dance y continuemos bailando.

 

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