Volverán las oscuras tablaturas

Supongo que mis lectores saben lo que es una tablatura. Por si no fuese el caso recordaré brevemente lo esencial: esa forma de escritura musical, en boga durante el renacimiento, permite interpretar la música sin conocimientos de solfeo. Señala mediante gráficos o cifras las posiciones de los dedos en un instrumento para obtener el resultado apetecido. A diferencia de la música escrita gracias al solfeo, no se aclara qué debe sonar, sino cómo hacerlo. Existen tablaturas muy complejas: la del laúd chino indica con precisión con qué dedo se pisa qué cuerda en qué traste mientras otro dedo igualmente determinado de la otra mano pinza de un modo concreto la cuerda en cuestión; todo ello en un único ideograma. Ignoro si resulta sencillo de leer, aunque intuyo que pueda no ser el caso.

Volviendo a occidente, con el tiempo el sistema de tablatura decayó, prevaleciendo el solfeo, considerado más práctico. Siempre ha quedado un reducto de grafías para aquellos que por alguna razón no han sido alfabetizados solfísticamente. Es conocido el caso, insólito, de escritura vocal del tenor Pavarotti: incapaz de leer una partitura, quien desarrolló una técnica personal de signos que le ayudaban a memorizar las melodías. En el terreno de la música popular, urbana o como corresponda llamarla, ha resurgido la tablatura en forma de cifrado de acordes acompañado de signos para indicar las posiciones de la mano en el mástil de la guitarra. En otro terreno, al precisarse una comunicación musical con las computadoras, hubo de ingeniarse una forma de tablatura que se pudiese traducir a solfa: de ahí se desprende el práctico MIDI. Sí, los primitivos IBM y el señor Pavarotti eran igualmente refractarios al solfeo.

¿Y qué ventajas supone el solfeo, por lo visto tan difícil de aprender? Que determina de manera precisa lo que ha de sonar, sin detenerse en los procedimientos. Presupone del músico el conocimiento técnico para lograrlo; es un paso hacia la abstracción: hágase sonar esta nota o este acorde, viene a decir. Además, el solfeo permite tocar una misma música pasando de un instrumento a otro diferente, cosa impracticable con una tablatura. Incluso informa a quien no toca ese instrumento sobre lo que ha de sonar, algo esencial, por ejemplo, para la persona encargada de ensayar un conjunto, vulgo director de orquesta. Por ser evidentes, no me detengo a enumerar las virtudes pedagógicas o para el análisis inherentes a semejante sistema, al que podemos calificar sin exageración de universal.

¿A qué viene todo esto? Responde a mi preocupación ante la deriva que, de unos años a esta parte, ha tomando la escritura musical, al emplear de nuevo recursos que se asemejan a las tablaturas de antaño. Ello se debe a las llamadas “técnicas extendidas” -formas no convencionales de tocar los instrumentos para obtener sonoridades inauditas-, tan frecuentes en la música culta actual. Su uso obliga a plasmar en la partitura las instrucciones para llevar a cabo acciones complejas, resultando insuficientes las clásicas indicaciones verbales que han acompañado a la notación tradicional, como mismamente sul ponticello, que sirve de nombre a la publicación en la que escribo. No, ahora se trata pasar el arco con una presión determinada por un lugar hasta hace poco inverosímil, o palpar un nodo en una cuerda cuya posición se indica con una altura diferente de la que se produce. Que suene nota, acorde, llanto de gaviota, crujido o soplo, esa notación no lo aclara. En los vientos se indica mediante el oportuno dibujo una posición de embocadura junto a una digitación harto inusual… ¿Saldrá un microtono, un multifónico, un gemido de ballena o la risa de una hiena? La partitura no lo indica.

Mientras la instrucción, verbal, gráfica o la que proceda, se acompañe de notación musical al uso (también hay un “solfeo extendido” con cuartos, tercios o cualquier fracción de tono ya que no es algo cerrado) resultará posible juzgar si el efecto corresponde con lo que el compositor desea. Mas si se omite ese detalle, cosa frecuente, no hay forma de saberlo. Se me dirá que a veces no es posible, o práctico, anotar eso. Vaya, entonces va a ser igualmente poco práctica una solución que presenta importantes inconvenientes. Por desgracia los signos empleados no garantizan un único resultado: distintos sonidos pueden obtenerse con una misma digitación… Habrá que adjuntar una grabación para despejar posibles dudas. Recuerdo haber trabajado con un director especializado en la obra de un afamado compositor actual, pionero en estas lides; en los ensayos surgían frecuentes problemas, los más se resolvían satisfactoriamente… para algunos hubo que esperar a que el autor viniese a aclararlo. Ya es mayor el hombre, y no va a estar ahí siempre para resolver las incertidumbres.

Además surgen inesperadas sorpresas ante instrumentos ligeramente diferentes del previsto; pienso en concreto en los vientos, y en un problema que tuve hace años. En una de mis obras, hay un pasaje con multifónicos de clarinete. Indiqué las posiciones idóneas para producirlos, así como el acorde deseado. El intérprete encargado de estrenarla disponía de un instrumento de recentísima factura: el llamado clarinete perfeccionado, afortunadamente caído en desuso tras una breve popularidad. En dicho trasto se habían modificado las llaves de modo que las posiciones prescritas no cerraban o abrían los mismos orificios que en el clarinete estándar. El instrumentista optó por seguir al pie de la letra mis gráficos, haciendo lo posible por que sonasen multifónicos, que por supuesto no coincidían con lo que yo mismo había obtenido fácilmente del clarinete no perfeccionado. Lo que vengo a decir es que la música que se escribe de manera tan sofisticada se condena a ser interpretada “con instrumentos de época” ya desde el estreno; peor que instrumentos de época, de tal marca y tal modelo.

Otra forma de nueva tablatura, es la que se origina para la transformación en vivo del sonido. Los famosos patches que indican a un determinado programa informático o circuito electrónico qué ha de hacer con lo que recibe por un canal y por dónde ha de salir el resultante. Bien, ¿y con otro programa? Intuyo la creación en breve de una nueva rama de la musicología, la paleografía electroacústica, enfocada a traducir a nuevos medios lo vinculado a los que vayan quedando obsoletos.

A todo esto, ¿qué hace una directora o director de orquesta, ante notaciones tan escasamente descriptivas de lo sonoro? Mueve los brazos con la esperanza de que en el momento justo se produzca algo, cuya naturaleza no sabría precisar… Otro tanto puede decirse del jurado en los concursos de composición, confrontado no sólo a una escritura no estándar, sino a la imposibilidad de juzgar cabalmente lo que va a sonar… Por eso califico a esa grafía de oscura, porque la tablatura, antigua o moderna, es opaca en cuanto al resultado. Si no hay otra forma de llevar a efecto las cosas que marcan los tiempos, qué se le va a hacer, la escritura es un medio y no un fin, pero nadie me negará que daba gusto coger una partitura de orquesta o de grupo, y sentarse al piano a descifrarla, o ponerse a imaginar cómo debe sonar aquello. Qué cosas, ¿eh?

 

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