Bach en vaqueros

Resulta curioso ver el gran aparataje mediático que se despliega en torno a cómo debe presentarse la llamada música clásica. Todo para convencer al gran público –juventud imberbe incluida- de las bondades de una música que “no tiene por qué ser aburrida” (típico argumento en estos casos). Y cómo determinados intérpretes intentan colocarse en el mercado del espectáculo, ávidos de ese gran público, a base de todo tipo de triquiñuelas. Así, por ejemplo, encontramos a la violinista Elena Mikhailova, emulando a Man Ray (muchas conexiones neuronales no han gastado, parece), en un titular que quiere ser vistoso: “Por primera vez, una intérprete de música clásica es portada de interviú”, donde dice cosas como “Las violinistas no somos extraterrestres” o “Si para ser estrella del pop no hace falta vestirse de monja, ¿por qué en la música clásica todo el mundo actúa de largo y de negro?”.

No muy diferentes estrategias pueden observarse en personajes como el pianista inglés James Rhodes, estos días de gira por nuestro país, cuyo éxito parece descansar en gran medida en un libro sobre el drama de los abusos sexuales que sufrió en la infancia, mezclado convenientemente con una puesta en escena de vaqueros, sudaderas con los nombres de “Chopin” o “Bach” impresos, Gin Tonic para el respetable, ausencia de peine para él, y espacios siempre alejados de los habituales auditorios de música clásica. Y, por supuesto, afirmaciones tan extremadamente simples como:En el mundo de la música clásica hay muchos idiotas que piensan que la música clásica es inteligente, solo para ellos, para gente con dinero, para gente que sabe cuándo hay que aplaudir, que sabe distinguir un allegro de un adagio. Son tonterías. Nada de eso importa. Lo que importa es la música.”

No son casos aislados, en absoluto, podríamos citar como mínimo otros diez bien vistosos. Pero todos manejan el mismo argumento: “la música clásica se presenta como casposilla, pero en realidad no lo es, es un problema de puesta en escena”; y la misma brillante solución: “convirtámonos en Rock’n Roll Stars, quitemonos un poquito de ropa (por cierto, casi siempre ellas mejor que ellos) o hagamos colaboraciones con raperos o indies, cualquier cosa vale para cambiar la imagen, con ello el público está asegurado”. Es decir, la música vale, la imagen es la que está desfasada. Pero a ninguno de estos divos de vestuario renovado o inexistente se le ocurre siquiera nombrar la existencia de la creación actual. Todo es “Salvad a Mozart”, “10 minutos de Chopin al día no hace daño a ningún adolescente” o “Bach no aburre ni a una oveja”. Sin embargo, a ninguno se le pasa por la cabeza decir que existe una música de su tiempo (¿quizá no tengan noticia o experimenten desagradables sensaciones al tocarla o escucharla?), una música que no es con la que machaconamente se bombardean las redes sociales (la radio, para estas cosas, quedó vieja hace tiempo). Pues sí, existe, es rabiosamente plural (quizá esto sea el problema para el mercado), no suele frecuentar el frac, y en muchos casos es bastante exigente. Qué se le va a hacer…

Un poquito de Utopía: TRASHUMANCIAS.16

En otro orden de cosas, y muy brevemente dado que ya hablamos en su momento de ello, el pasado 24 de enero se estrenaron las cuatro obras de encargo que componían nuestro proyecto TRASHUMANCIAS.16, en esta edición dedicado a impulsar la creación radiofónica en torno al eje temático de la Utopía. Así, el programa La Casa del Sonido de Radio Clásica acogió el estreno de sendas piezas de Adolfo Núñez, Diana Pérez Custodio, Pilar Martín Gila/Sergio Blardony y Zael Ortega, cada una de ellas trazada a partir de una perspectiva diferente de la Utopía. En breve se podrá consultar toda la información sobre esta pasada edición en la zona que tenemos habilitada para este proyecto promovido por nuestra revista.

 

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