Día del Trabajo

La salida de este número de mayo coincide, como no podría ser de otro modo, con el Día Internacional de los Trabajadores. Inicialmente, este editorial iba a tratar de las condiciones laborales de los músicos, y queriendo acotar aún más el tema, en las de los músicos que se dedican a la creación actual, y… Hasta ahí llegamos. Tan tristes e improductivas conclusiones aventurábamos que preferimos dirigir nuestras lágrimas hacia otro lado, aunque no tan alejadas del motivo de celebración de este 1 de Mayo. Helo aquí:

A finales del pasado mes leíamos en una publicación andaluza local que cierto ayuntamiento debatía la creación de un Centro Artístico y de Música Moderna en colaboración con AMPE (Asociación de Músicos Profesionales de España), presentando la iniciativa de este modo: “Es un proyecto en el que vamos a interrelacionar la cultura, la educación y el plano laboral”. El diario continuaba explicando “Entre las finalidades del Centro de Formación de Música Moderna se encontrarían la educación en distintos niveles hasta alcanzar un escalón superior, la especialización en estilos musicales y la creación de empleo desde la profesionalización […] Además, la formación en el sector musical, que cada día interesa e inquieta a un porcentaje mayor de la juventud, podría suponer una gran ventaja en la lucha contra el absentismo escolar”; para rematar con “Una de las evidencias que más ilusión aporta al proyecto es el carácter artístico que siempre ha tenido la ciudad. A artistas históricos como Andrés Segovia o Raphael se les une una elevada tasa de músicos por habitante en la actualidad que encabezan cantantes locales JuanEr, Macarena Fernández y Toni Dublet”.

Una conclusión es clara: la música se concibe en tanto se observa como producto de mercado, y es ahí, en ese carácter meramente comercial –y también funcional (pensemos en la lucha contra el absentismo escolar)- donde encuentra su sitio en la sociedad. Ejemplo claro es cómo se propone el proceso educativo, donde la salida laboral se plantea como única justificación de su existencia (insistimos, junto con esa función social que pretende evitar las “pellas”). Todo esto se hace y se dice desde lo público, con la “buena prensa” que esta simple pero efectiva argumentación suele conllevar. Y no olvidemos el consiguiente rédito político, que se antoja casi siempre fin último de la puesta en marcha de estas iniciativas “culturales”.

Pero esta anécdota no es algo aislado (por tanto, tiene poco de anécdota). Cada vez más a menudo la idea de creación artística (y de arte) se asimila –de manera unívoca- a su relación con el producto, con aquello que posee un precio, que resulta cuantificable en términos económicos. O, como mucho, con un carácter funcional básico (algo que también es, de algún modo, susceptible de ser medido). Por otro lado, planteamientos –tal como se presentan–, muy alejados del problema filosófico del significado y función del arte, con todo su recorrido a lo largo de la historia.

Y así nos va…

 

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