El arte de la proporción
En poco más de un mes se han dado cita en Madrid tres producciones de ópera contemporánea de autores españoles. Quizá no debería sorprender el dato, pero lo cierto es que esta abundancia de creación escénico-musical es desgraciadamente rara en nuestro país. Sobre todo si pensamos que una de ellas es una producción del Teatro Real y las otras dos, aunque su financiación no proviene en su totalidad de España, al menos sí son espacios públicos –de nuevo el Teatro Real con la colaboración de los Teatros del Canal- los que las traen al público madrileño. Como muchos lectores habrán podido deducir, nos estamos refiriendo a La ciudad de las mentiras, de Elena Mendoza, la producción que Mortier encargó a la compositora sevillana, y de la que el joven compositor José María Ciria nos habla en este número de marzo. Las otras dos, en los Teatros del Canal, son disPLACE, creación a dúo de Joan Magrané y Raquel García-Tomás, de la que nos ocupamos en el anterior número de Sul Ponticello, y Le malentendu, de Fabián Panisello.
Hemos sacado a colación las tres óperas porque esta confluencia temporal y sus características como propuesta escénica nos dan pie a la reflexión crítica sobre cómo se emplean los recursos públicos en este sentido. Antes de nada, una aclaración: en absoluto cuestionamos la calidad de las obras mencionadas ni la conveniencia de su producción, nuestra crítica no va por ahí.
Lo que nos llama la atención es la desproporción de los medios utilizados. La pregunta directa sería: ¿cuántas óperas de cámara, con financiación más que suficientes, podrían producirse con el coste de una ópera en el Teatro Real? Esta cuestión quizá sería innecesaria en un país en el que la producción de nuevas creaciones escénico-musicales fuera habitual, con un tejido público-privado decente, donde ver una ópera de nuestro tiempo no fuera un acontecimiento por rareza sino por espectativas artísticas. Pero no, no estamos en ese país. Por el contrario, el dinero público escasea para cualquier propuesta que hable de música experimental, y cuando se trata de una producción escénica, las necesidades se multiplican y se pone de relieve la escasez de recursos. Nos preguntamos entonces si no sería más lógico un empleo más proporcionado de esos recursos. Si con el coste de una ópera en el Teatro Real podemos producir 3 o 4 óperas de cámara en muy buenas condiciones, y sobre todo, el creador actual, sus necesidades estéticas, en general, no demandan estos enormes medios, ¿por qué no producir, en espacios escénicos que por aforo y tipo de público (esta derivación del Teatro Real a los Teatros del Canal nos parece una excelente idea), parecen más adecuados? Incluso podríamos decir que el despliegue de estos grandes recursos, para el creador actual, pueden convertirse en un hándicap bastante alejado del propósito artístico, habitualmente enfocado a otros puntos.
Habrá voces que clamen por una “igualdad” de la ópera contemporánea respecto de la de repertorio, pero lo cierto es que la situación no es la misma que en el siglo XIX, y la ópera de nuestro tiempo –o las propuestas derivadas, teatro musical, música en escena o como quieran llamarse- no parecen encontrarse demasiado cómodas en los butacones del Teatro Real, con un público que generalmente está más preocupado de si la tortura va a ser larga que de entrar en juego con del arte de su tiempo.
Esta desproporción no se da únicamente en este contexto escénico. El caso español es llamativo porque frente a la escasez de programación financiada de manera decente (afortunadamente, son muchas y muy comprometidas las iniciativas privadas de pequeño formato que afloran –y también desaparecen- en nuestro país), hay entidades como la Fundación BBVA que se permiten premiar a un compositor de prestigio con 400.000 euros. Obviamente, no seremos nosotros quienes digamos que no se lo merecen, todo lo contrario. Como en el caso de la ópera, nuestra crítica no va en esa dirección. Ni que no deba reconocerse aquí, con un premio de cantidad importante, su labor. Pero sí nos preguntamos si 100.000 euros es una bagatela para estas personalidades consagradas, si realmente reducir a un cuarto estas cantidades astronómicas quitaría un ápice de prestigio al galardón. Pensamos que no, y que un empleo más proporcionado dejaría cientos de miles de euros liberados para que esa misma música a la que premian pudiera escucharse, por poner un ejemplo.
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