El efecto adictivo del gramófono

(c) Javier del Real

Hansel y Gretel de Engelbert Humperdinck con dirección musical de Paul Daniels y de escena de Laurent Pelly en el Teatro Real es el claro ejemplo del daño que hizo la aparición del gramófono a la música y de todos los inventos similares que vinieron después. Toda la diversidad musical que prometían se ha convertido en diversidad tecnológica de tal manera que hay quien ha pasado del vinilo a la casete, de la casete al CD, del CD al mp3 y del mp3 pasará a lo que venga después. Pero no significó una verdadera diversidad interpretativa de la música. Todos estos inventos junto con el marketing discográfico, hace que se haya instalado en el asistente regular a espectáculos musicales, en la crítica y en los expertos una idea de cómo se debe interpretar una pieza. Y se admiten pocas, poquísimas variaciones. Y los que se atreven a discrepar reciben sonoras y clamorosas pitadas.

El párrafo anterior explicaría porque el público aplaude una obertura que no es lo mejor de la noche, por la frialdad e individualidad instrumental con la que se ejecuta, algo que irá desapareciendo a medida que se calienta la velada. No se debe olvidar que se está en los días más fríos del invierno que por fin ha llegado a Madrid. Eso sí, se reconoce una forma de hacer, de lo que se ha dicho que debe ser y reconocerse como “gusto musical”, algo que persiste durante toda la noche. Y, como se sabe, ese gusto musical también ha impuesto una forma en la que la representación teatral debe acompañarlo: con ilustraciones, estampitas, que den colorido a sonidos agradables. A veces, como sucede en este montaje de Laurent Pelly, disfrazados de modernidad o actualidad. Por ejemplo, con esas pantallas de televisión de plasma en las que se ven imágenes de alimentos como hamburguesas, batidos, tortitas, bocas comiendo patatas fritas, mientras Hansel y Gretel duermen a la intemperie en el bosque. Metáfora redundante por la abundante referencia a la  comida que hay ya de por sí en todo lo que se canta en esta ópera y en la propia historia. Metáfora que hay quien de entre el público la encuentra un hallazgo escénico. A la que encima se le añade esa bruja interpretada por el tenor José Manuel Zapata, cuya caracterización es motivo de uno de los tres videos promocionales que el teatro cuelga en la página Web. Un personaje al que se le hace bailar como si estuviera en una revista o espectáculo de varietés o cabaret, incluida la tópica imagen de danza sexual con fregona a modo de barra de striptease acompañada de movimientos de lengua estilo serpiente que tienta a Adán y Eva. Imágenes que se van acumulando sin más. Ideas felices como ya hiciera Pelly en La fille du régiment que se vio recientemente en el mismo teatro antes de las navidades y que hacen difícil entender la fama que este director de escena tiene entre los profesionales, aunque explica la que pueda tener entre la parte del público, la gran mayoría, que solo busca entretenimiento o refugio, acomodo, en una butaca de teatro y que a ser posible no le molesten mientras se pone su dosis de ópera mensual.

El beneplácito con la música se entiende aún menos cuando las voces se apagan al salir de la caja escénica al proscenio dejando que predomine la música que sale del foso lo que impide apreciarlas e indica que algo no se ha tenido en cuenta en la propuesta (ese peine que se coloca en estos casos). Voces en las que los connaisseurs no se ponen de acuerdo de cuáles son buenas o lo hacen bien. Y que, de nuevo, no presentan, no dan presencia, a los personajes que interpretan ni a la historia que cuentan. Entre otras cosas, porque parecen que no saben que la actitud corporal, el movimiento viene antes que el texto y el canto, y que cuando se coge esta actitud y este movimiento el texto y la música sale con una intención y cuenta, toma cuerpo, como quería su compositor. El paradigma de lo dicho anteriormente es la Gretel de Sylvia Schwartz. Su niña pizpireta y saltona resulta ridícula y cante lo que cante no se puede dejar de pensar que es una adulta haciendo de niña. En ningún momento parece que es una niña y por tanto se neutraliza todo lo que diga como tal, rebajando el contenido expresivo de la propuesta musical de Humperdinck y su libretista.

Se podrían seguir poniendo ejemplos de más de lo mismo. Pero no es este un intento de hacer carne, de picarla, pues no hay dudas de que el montaje está programado con buena intención aunque en esta intención hayan pesado demasiado las razones económicas (o eso se ha informado). No. Poner esto encima de la mesa debe servir para reflexionar qué se quiere. ¿Una ópera adormidera que anule los sentidos o, al menos, ofrezca un caro simulacro de ellos; un paraíso artificial más, éste legal, que genere adicción en busca de repetir una primera vez placentera que ya no volverá y conformarse con remedos de esa primera vez, más accesibles en la actualidad gracias a los reproductores de música? O, ¿elegir una ópera del riesgo con sus posibilidades de éxito o fracaso, inconformista y llena de vida? La vida que contienen los clásicos que no dejan de ser contemporáneos ya que llegan a las carteleras con sus propias obras o como referencias en las obras de compositores que todavía están vivos y coleando. Difícil elección en la que mucho tienen que ver la política y la económica y en la que una gran parte del público ha decidido ser objeto más que sujeto activo, o ha decidido que su actividad no va más allá de conseguir la pasta para pagar la dosis y obtener lo que ya siempre será un remedo de viaje, un remedo de “la primera vez”, estableciéndose el mismo mecanismo que mantiene las adicciones a las drogas y que en muchos casos lleva a aumentar la dosis en busca de una intensidad que solo conduce a la muerte. Dilema al que consciente o inconscientemente se habrá enfrentado el Teatro Real para definir la temporada-2015-2016 que acaba de presentar en público. ¿Mantener a los pocos “adictos” para seguir cuadrando las cuentas o, apoyándose en los espectadores que aman la vida, generar nuevos públicos y arriesgarse a tener perdidas a la vez que también se arriesga a tener muchos beneficios –incluidos los económicos-? Difícil decisión, la que hay entre ser simplemente un gestor o un emprendedor con una visión, una misión y unos valores.

 

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