La cueva de Noctiluca
Siempre suelo bromear diciendo que los compositores somos “animales de cueva”. Buscamos los rincones silenciosos y escondidos para poder escuchar la música que ha de salir de nuestro interior. Incluso, y con el oportuno entrenamiento previo, cuando no hallamos estos rincones en el mundo exterior que nos toca habitar, nos fabricamos una especie de caverna de la consciencia, aislándonos de todos los estímulos que nos rodean y concentrándonos en la escucha interior. Esta última opción, vista desde fuera, suele resultar, además de aburrida de contemplar, exasperante para aquellos que con nosotros conviven.
La cueva de Noctiluca es una obra para trombón bajo y electrónica pregrabada con acompañamiento de vídeo[1]. La compuse en el año 2011 para Abbie Conant, una trombonista y un ser humano en verdad excepcional, que la estrenó el 20 de abril de 2012 en la Staatliche Hochschule für Musik de Trosssingen, en Alemania. Podemos ver dicho estreno en el siguiente vídeo:
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Y en ella trato de abordar los dos conceptos de cueva arriba mencionados: el exterior y el interior. O mejor, trato de dar visibilidad a esa cueva interior invisible cotidianamente para aquellos que nos contemplan componer, y así intentar compartir con ellos las diferentes emociones que nos sacuden al recorrerla y el aprendizaje que de ello se deriva.
En cuanto a la cueva exterior que me sirvió de inspiración, permítanme reproducir literalmente el pequeño texto que incluyo en el programa de mano:
En un pequeño municipio de la costa malagueña existe una cueva muy especial conocida como La Cueva del Tesoro. Es una de las tres cuevas de origen submarino que se contabilizan en el mundo, y la única de esta especie que encontramos en Europa. A su interés geológico se suma el hecho de que fue utilizada como santuario desde la Prehistoria; en su seno se adoraba a Noctiluca, diosa lunar de la fecundidad, la vida y la muerte.
Muchas leyendas se han ido forjando en torno a esta cueva de paredes suaves y voluptuosas desde la Edad Media hasta nuestros días: se dice que Marco Craso la usó como refugio durante meses; se dice que cinco reyes moros escondieron un magnífico tesoro en alguna de sus salas; se dice que era habitada por un dragón descomunal; se dice también que vaga por sus recovecos el fantasma de “el suizo”, que durante treinta años dinamitó la cueva en busca del famoso tesoro y que terminó muriendo en una de esas explosiones.
Yo, siempre que puedo, vuelvo a ella. En su interior me siento a la vez alerta y protegida, diminuta y plena, temblorosa y en paz. Recorrerla nunca me deja indiferente. Con esta obra pretendo mostrarle mi agradecimiento.
En cuanto a la cueva interior, la obra establece un paralelismo entre el recorrido físico de la cueva real (bueno, una adaptación simplificada de la realidad) y un recorrido espiritual del intérprete que ha de caminar por lugares estrechos, oscuros y plagados de dificultades hasta llegar su propio centro, a su corazón, simbolizado por el santuario de Noctiluca.
Para ello, la partitura consiste en tres elementos. El primero es un esquema de la parte pregrabada para orientar auditivamente al intérprete:
El segundo es un mapa de la cueva, que el intérprete ha de trasladar al suelo del espacio escénico donde vaya a representar la obra, en función de lo explicado en el tercero: unas cuantas hojas de instrucciones escritas (en las que sólo aparecen unas pocas notas musicales, denominadas “el tema de la diosa”).
Como vemos en el mapa, durante el recorrido se experimentan cuatro tipos diferentes de estancias, lo cual puede traducirse en diferentes actitudes corporales y sonoras: 1. Pórtico: Lugar de reflexión, matriz inicial, invitación; 2. Salas: Lugares de emoción, expresión limitada; 3. Túneles: Lugares de acción, enfrentamiento a los miedos; 4. Santuario: Lugar de comunión, expresión plena. Durante todas ellas se puede usar tanto el instrumento como la voz o la combinación de ambos para crear un tejido improvisatorio en directo que puede incluir, cada vez que se desee y en la forma en que se elija, el tema de la diosa. Hay precisas instrucciones sobre diversas cuestiones, desde qué nota emitir en los túneles hasta dónde colocar el trombón antes de comenzar la obra.
Pero lo importante es que el intérprete vivencie el recorrido como una oportunidad de conocimiento y crecimiento personal. En cada sala ha de colocar al instrumento una sordina diferente que se torna en metáfora de una dificultad vital, de una limitación que impide su plena expresión humana y que debe aprender a superar a la vez que sigue caminando. De alguna manera, nos arrastra consigo porque se torna en espejo de nosotros mismos.
Así, desde el Pórtico emprendemos dos recorridos sucesivos. Primero uno que, a través del túnel 1, nos conduce a la hermosa Sala de los Lagos donde debemos colocar la primera sordina (se sugiere una cup) y en cuyo extremo más lejano el camino queda abruptamente cortado por un abismo aterrador; es por ello que debemos regresar por donde hemos venido y, otra vez en el pórtico, elegir un camino diferente. Esta vez, a través de la Sala que brilla (donde la primera sordina es sustituida por otra, preferentemente la straight) debemos sumergirnos en el estrecho túnel 2 que nos lleva hasta la Sala del Águila, larga y asfixiante (en ella sustituimos la sordina anterior por una de estudio que apague de manera radical nuestro sonido). Casi sin fuerzas vislumbraremos la entrada del túnel 3 y deberemos atrevernos a recorrerlo pues, por fin, seremos conducidos al lugar que, quizás sin saberlo, estábamos buscando; el único lugar en el que por fin podremos tocar sin sordinas: el centro, el santuario, nuestro propio corazón.
[1] El vídeo, como en otras obras mías, fue realizado por la videoartista Ana Sedeño.
La cueva de Noctiluca por Diana Pérez Custodio, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.