Perdiendo pie
Feo panorama para la libertad de expresión el que nos puede deparar el futuro cercano si las cosas siguen en la línea de los recientes acontecimientos. Desde la condena de tres años y medio de cárcel al rapero Valtonyc, a la retirada de la obra de Santiago Sierra de ARCO 2018, pasando por el secuestro del libro Fariña, que habla del narcotráfico gallego.
Cierto es que son casos muy diferentes y que no puede meterse todo en el mismo saco. Sobre todo el último que citamos, en el que se trata de una medida cautelar en el contexto de la vulneración del derecho al honor de un alcalde del PP que aparece citado en el libro. Es decir, un señor –y no el Estado- que se siente agredido y se defiende. Esto no puede estar en el mismo lugar que el caso de Valtonyc o de Sierra, donde el objetivo está en el contenido de la obra de arte y no un dato de tipo periodístico. Son cuestiones diferentes, simplemente diferentes, aunque algunos medios de comunicación, tan dados siempre al corporativismo, quieran meterlo en el mismo saco por intereses en muchos casos meramente comerciales.
Pero, aunque sean distintos y que alguno de los casos incluso puedan favorecer estrategias propias del márquetin, no se puede negar que –en todos los casos- nos encontramos ante un espacio peligroso que, o se vigila, o nos puede conducir a una situación muy grave. Da la impresión que la delicada cúpula de cristal que protege al estado de derecho se está resquebrajando, y esto ocurre desde hace ya mucho tiempo, quizá sin darnos cuenta, que es lo más terrible y siniestro. Si a esto sumamos que la calidad del cristal no es de primera, y que el bien a salvaguardar es demasiado delicado para una protección en la que –en definitiva- tantos políticos han puesto tan poco en su construcción, el panorama, como decimos, es más que peliagudo y gris.
Una cuestión importante, que muchas veces se obvia (a menudo, interesadamente): cuando la censura –o la autocensura, quizá la peor de las censuras- llega al arte o al humor y a la parodia, está tocándose el extremo más sensible de nuestra conformación social. El arte es por naturaleza político y, por tanto, debe quedar al margen de toda legislación que quiebre –por algún lugar- la libertad de expresión. Si en este terreno –como decimos, el artístico o el del humor- se pone por delante la ley que protege un bien supuestamente superior, mal vamos, estamos perdiendo pie en un océano imprevisible y siempre hostil. Y si encima, ese bien superior es el Jefe del Estado, vamos peor. De hecho, esto será desmontado seguramente desde Bruselas, en cuanto lleguen los casos al Tribunal de Estrasburgo, ya que la jurisprudencia de éste ha rechazado en otros casos la especial protección de cargos o instituciones, precisamente por la necesidad de preservar la posibilidad de la crítica a lo público, que por su naturaleza está expuesto a ella. Un razonamiento muy lógico en un momento en el que parece que la razón pierde fuerza a pasos de gigante.
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