Pues tiene su gracia

Todo lo meta (metaliterario, metateatral, etc.) suena a vanguardia, experimentación y autorreferencia y asusta a la masa y a no pocos críticos o profesionales que lo describen como un mirarse el ombligo. Pues bien, La ópera de cuatro notas del compositor Tom Johnson es ni más ni menos que una obra metaoperística. Es decir, una obra cuyo material de trabajo y propuesta es un discurso sobre la ópera con no pocos elementos pedagógicos. Si se contara así, seguramente muchos espectadores habituales de la ópera tradicional pensarían al leerlo “vaya, ya estamos con otra obra contemporánea”. Tal vez suavizarían su comentario o le darían una oportunidad si se añade que al compositor se le considera minimalista, seguramente por los buenos recuerdos que suelen guardar de las obras de Phillip Glass (no olvidemos que Phillip Glass es un compositor contemporáneo popular, que en estos tiempos quiere decir que es un bestseller de discos y de entradas). Quizás, la corriente a favor aumente cuando esa misma audiencia se entere que el director de escena del montaje que se puede ver en los Teatros del Canal es Paco Mir, de El Tricicle, cuyo currículo como director de escena ya incluye muchos espectáculos musicales entre zarzuelas y óperas u operetas. Con todo ello se forma una favorable corriente de opinión que el día del estreno se olía y se mascaba en el ambiente, que, incluso, se saboreaba, alrededor de la que se arremolinaban profesionales de la música y de la crítica (musical y teatral) y aficionados de todo estilo y condición (padres con hijos, hijos adultos acompañando a sus padres mayores).

Y esa expectación es recibida con chistes sobre sopranos, contraltos, mezzos, tenores, barítonos y bajos. Un comienzo que pone en situación, que calienta a un público, que antes de que comenzara el espectáculo, mientras entraba y se sentaba, había visto un escenario ocupado por cinco marcos dorados altos de los que colgaban los típicos cortinones rojos de los telones de la ópera y un piano esquinado, componente único de la orquesta. Un sencillo escenario para lo que acostumbra la ópera, aún en sus más modestas producciones como la Madama Butterfly o La Traviata de la Compañía Estudio Lírico de Madrid que se pueden ver en el Teatro Compac Gran Vía de la capital española los mismos días que esta ópera de cuatro notas.

El caso es que tras los chistes musicales comienza el espectáculo. Bien pautado y medido, hay quien dice que hecho con un metrónomo (metáfora que parafrasea la de “hecho con escuadra y cartabón”), en el que las voces y el piano no ofrecen ninguna dificultad a su audición si no fuese porque las risas no paran de producirse. A veces aisladas, otras en grupo y, también, todo el teatro viniéndose abajo. Y es que hace gracia ver como un tenor se queja por la falta de arias. O como la contralto confiesa siempre que puede que ella es una mezzo. O la espera a la que las divas someten al resto del elenco para cuidarse y reposar la voz. O el increíble número/escena de la caja china capaz de mantener en vilo a un teatro con una nota. Y así se van desgranando todos los tópicos de las óperas que con sus divas y sus coros siempre han sido. Incluidas las quejas de lo que los autores les piden o les ponen a hacer en escena y que si por ellos fuera no harían. Todo irónico, todo en su justa medida, historia que reafirma a los que se autodenominan amantes de la ópera en sus posturas críticas sobre los nuevos directores de escena (entre los que seguro que no incluyen a Paco Mir) y los autores/compositores contemporáneos (grupo del que sacarán a Tom Johnson después de este espectáculo) y al público adverso le confirma todos sus recelos. Eso sí con mucho cuento y mucha cuenta, porque cantando se cuentan los compases con cierta ironía, para regocijo de un público aficionado que ríe y agradece las gracias con fuertes aplausos. Aplausos que preceden a un bis, intencionadamente puesto por el autor, como si un concierto de pop-rock cualquiera se tratase. Y así acaba, mientras uno piensa que de haberla escrito un compositor español con este espíritu de guasa en vez de usar las notas re-la-mi-si hubiera usado las notas re-la-mi-do, que le hubiera dado un juego bárbaro para hacer música chistosa y, quien sabe, si crear un género aunque fuera chico.

 

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