Rain, la probabilidad de mojarse

Hay tanta danza en la actualidad en la cartelera madrileña que uno no sabe donde acudir. Con permiso de la Cuarta Pared, se puede decir que gran parte de ella se acumula en los Teatros del Canal. A su Festival Madrid en danza se ha añadido la programación habitual del Festival de Otoño a Primavera 2017-18 de Madrid que en poco tiempo ha traído dos espectáculos bailados. Uno el ya clásico Rain de Anne de Keersmaeker/Rosas creado a partir de Music for 18 musicians de Steve Reich.

Una música basada en la repetición y la variación, que es lo que se ve en escena. Bailarines que repiten movimientos individuales o en grupo, sobre los que se proponen variaciones. Esa simplicidad de las rectas, las diagonales o las sencillas figuras geométricas que se forman al bailar y que por combinación dan una apariencia de caótica vitalidad. Una vitalidad que alegra el espíritu del que está sentado en la butaca. Pues la gran técnica dancística que despliegan los bailarines en escena no impide ver esa alegría de los humanos cuando se lo pasan bien y disfrutan de lo que hacen.

Viendo el espectáculo se tiene la impresión de asistir a un patio de colegio. Uno lleno de niños y niñas, tal vez de adolescentes, sanotes que saltan, juegan y disfrutan. También se pelean, esas riñas que duran poco y que se diluyen al instante porque en seguida surge otro estímulo. Otra distracción que les vuelve a hacer felices. Ese vivir el instante, el presente infantil y adolescente, que hace que los padres tengan que avisarles de que existe un futuro y que lo que hagan hoy les construirá un pasado que condicionará dicho futuro.

Un bailar que marca la vitalidad de la que está llena la repetición y la variación de la composición de Steve Reich. Ese tipo de música que se clasifica como minimalista y que siempre se asocia, en el acervo popular al menos, a la matemática estocástica y probabilística y a la geometría. Música para vidas probabilísticas, dependientes de los riesgos, como son las vidas actuales. Una música para con los tiempos y, en este sentido, contemporánea de verás de sus coetáneos. Los mismos que salen disparados a buscarla en la mesa de merchandaising que la compañía ha puesto a la salida.

Atrás queda la pregunta de porqué se llama Rain (lluvia). Puede ser por ese arco colocado en el techo del que cuelgan cuerdas en forma de una lluvia constante. Una lluvia que los bailarines atraviesan corriendo para salir a mojarse. En forma figurada y en forma real. En esa lluvia constante corporal que les provoca el movimiento continúo, como el movimiento continuo y sin parar y tenso de la música.

Entrar. Salir. Moverse. Todo parece aleatorio. Sin razón y sin sentido. Pero para que lo parezca tiene que tener detrás toda la razón y todo el sentido que le pone su coreógrafa. Difícil de concretar por parte del espectador porque es una razón y un sentido que se escriben bailando. Lo cierto es que se hace con la gramática que la danza que ha ido construyendo en los últimos años y que se ve y se nota en los pasos, en las formas, en el fraseo. No merece la pena dar las referencias por evidentes. Un lenguaje con el que ya se ha hecho el público. Un público diverso en edad y aspecto que llena la sala y que aplaude como solo hace a lo que entiende y, además, le entusiasma.

 

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