Santos sonidos

Acabamos de dejar atrás el tiempo de las torrijas, del color morado y las estridencias de los pequeños instrumentos de metal. Algunos (seguramente muchos), por razones diversas, respirarán aliviados al volver al silencio o al ruido del tráfico. Sin embargo, quizá podamos esbozar, muy brevemente, una idea que nos ha parecido interesante observar en torno a la Semana Santa donde el aspecto sonoro y musical tiene un importante papel.

Aunque pueda parecer una obviedad, es posible que no seamos del todo conscientes de que el tiempo en el que vivimos nos permite acceder al ritual sagrado desde una escucha no condicionada ya por el hecho religioso. La propia Iglesia se ha encargado de banalizar sus ritos hasta permitir una observación y una experiencia muy lejanas a su origen. Convertir en motivo turístico el hecho religioso no es la única razón para que esta posibilidad de escucha se produzca, pero lo cierto es que hoy los sonidos del ritual se presentan al oyente con el atractivo de lo sagrado, de lo mágico, y sin embargo son fácilmente percibidos sin la carga del dogma y sin el requisito básico y esencial de la fe para el que fueron conformados originalmente. No es raro que el no creyente quede sobrecogido ante el sonido de una campana en medio del silencio de una procesión, o que una saeta sea experimentada como un canto en el que el dolor no necesariamente esté lanzando un mensaje de devoción. Preguntemos a las varias decenas de miles de tamborileros de las tamborradas de Hellín por su sentimiento religioso, origen de esta tradición en la localidad albaceteña. Seguramente nos sorprenderá más encontrar a quien lo defiende por ese lado que –como diría uno de nuestros más conocidos “sonadores”- por el de la “inmersión sonorreica”, el del éxtasis sónico.

Desde un punto de vista antropológico moderno, la explicación teórica resulta más o menos sencilla: el rito siempre lleva, en alguna forma, a sacralizar; a evidenciar y consagrar unos valores que conducen a que su eficacia social sea renovada. No es necesario que detrás exista una formulación teológica, un sistema de creencias. Así, cuando a esto sumamos que el origen religioso del rito se va difuminando, de algún modo se desactiva no lo que de mágico se inscribe en el ritual, sino el hecho religioso concreto, el que pertenece a un sistema de creencias que conforma una religión. Así, podemos escuchar la campana del cofrade casi con el mismo tipo de sobrecogimiento que escucharíamos la de un monje tibetano.

Para terminar un poco más ligeros, mostramos una curiosidad que hemos encontrado en la red, en forma de anuncio, por si alguien quiere llevar un pedacito de “sonido santo” a su casa:

Y por cierto, damos fe de su buen sonido, que puede escucharse en el siguiente audio:

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