Dioses

1 de diciembre de 2015. Amanezco al nuevo mes sabiendo que los dioses ya no están de moda por estas fechas: se han volatilizado y tan solo aparecen en nuestra memoria al amparo de actos sangrientos o polémicos que nos recuerdan la existencia de entidades que se dedican a su gestión. Pero esos, en todo caso, son pálidos reflejos del asunto y de la misma manera que un banco no es dinero y dinero no es valor, las religiones no son ídolos e ídolos no son dioses.

Los creadores hemos sido grandes conversadores con la divinidad, actitud tan irracional como coherente respecto a la vocación de ambos sujetos: la voluntad del Arte de hacer visible lo invisible; la voluntad de los dioses de ofrecer una comprensión del mundo. Pero estábamos en esto cuando el halo de la Ciencia desplazo a la Superstición como eje de nuestras vidas y músicos, pintores y arquitectos dejamos de necesitar plasmar revelaciones divinas en las obras, sustituyendo esta urgencia por la de retratar diferentes cuestiones científicas. Es el lastre que arrastra la creación contemporánea: la mímesis de una naturaleza que, al igual que las disciplinas científicas, está consiguiendo descifrar y describir hasta límites inasumibles,  pero que en ningún caso explica sus motores primeros. En el fondo, nada más que una reacción contra todo aquello que suponía el Romanticismo: claman los detractores de los genios de corte romántico contra los visionarios, olvidándose de que tendrían que clamar igualmente contra los chamanes no-occidentalizados, contra la poesía beat, contra Cage y contra el arte budista, contra el círculo trascendentalista bostoniano, contra los “creadores-de-realidades-a-través-de-la-palabra” que eran los poetas griegos, contra Platón & Ión, contra Farias & Gamoneda: la lista es infinita y está lejos de acabarse hoy en día a pesar de que como movimiento generalizado ya no resulte significativo, sin que por ello podamos dejar de afirmar que las manifestaciones artísticas más relevantes socialmente han permanecido dentro de los límites del pensamiento “de-alguna-manera-religioso”: Gorecki, Penderecki, Ligeti, y mal que le pese a algunos, Part, son tan solo algunos de los grandes nombres que se han visto obligados a abrazar una vía de corte más espiritualista. En España, curiosamente, solemos percibir a la Generación del 27, y en último término a Federico García Lorca, como el súmmum de la síntesis entre elementos de vanguardia y tradición en obras cuyo funcionamiento no ha sido todavía igualado, y que es precisamente el último grupo que hizo de sus creencias espirituales una vía de reflexión estética sin que ello estuviera reñido con la convivencia con unos -ismos en ocasiones invasivos. Pero, y esta la considero su lección de oro, dichos autores eran conscientes de que el conocimiento y la cultura ha de supurarse y la divinidad, intuirse: toda construcción adolece de artificio intelectual y en todo caso el Arte no consiste en una disección sanadora del cerebro – si un breve escrito de opinión puede ser perfectamente distinguible de una reflexión de corte académico en base a lo explícito de la información en uno y otro, deberíamos ser igualmente capaces de discernir entre la obra de Arte y el constructo que bajo su apariencia pueda ser realizado. Muy próxima, se encontraría una Escuela de Viena esforzada en tender un puente entre el intelecto y el contenido más humanamente profundo con plena consciencia constructiva; pienso ahora de manera especialmente significativa en un procedimiento compositivo muy representativo de esta Escuela y las palabras que sobre él nos brinda Murray Schafer: “Función del bordón en la música: hipnotizar. Es un narcótico anti-intelectual”.

2 de diciembre de 2015. Con dioses o sin ellos, considero que la Navidad provoca en mí la necesidad urgente de un psiquiatra y, por ende, continúo con mi reflexión recordando que, si quiero ser moderno, debería considerar la Estética en algún momento. Da igual si hago gala de ella o no de una manera interiorizada pero exhibirla, debo exhibirla por una cuestión de oficio, así que recuerdo con desagrado que el primer síntoma de la desaparición del proceso creativo-iluminado tradicional es la exhaustiva reflexión que se ha hecho sobre el mismo: innumerables tratados de Teoría de la Literatura, Psiquiatría y Psicología, tratan de hacernos comprender los procedimientos internos del sujeto creador aunque, parafraseando a Felipe Martínez Marzoa, toda desaparición de algo se manifiesta a través de la reflexión sobre ese algo, toda vez que el algo en cuestión ya ha perdido su función primera. Podría ser, claro, que todo este funcionamiento “espiritual” que nos atañe no sea más que un resultado de nuestras estructuras cerebrales, como nos cuentan ciertas ramas de la Neurología y lo único que ocurre es que, ay soberbia, hemos conseguido superar a nuestros ancestros. Pero algunas vías de la Filosofía actual nos cuentan también que lo que ocurre es que ahora nuestro pensamiento es de corte capitalista: en nuestro proceso evolutivo, hemos aprendido a identificarnos con el capital de tal suerte que percibimos todo en nuestro entorno como algo capaz de ser dividido o multiplicado hasta el infinito en múltiples y simultáneas operaciones de naturaleza matemática y, desde esta perspectiva, habremos avanzado en la descripción neurológica de nuestro comportamiento para entender que nuestro avance no sirve de nada porque ni una sola parte de nuestro cuerpo es divisible ni multiplicable – definitivamente, no somos divisas.

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El influjo creciente de estas divisas en mi interior me obliga a cambiar los términos de mi reflexión hacia lo Divino: y es que en una temporada estival tan agresiva económicamente hablando como esta, a todos aquellos que como yo dependemos de los ingresos provenientes de las ventas de soportes fonográficos o bien baja a ayudarnos el Espíritu Santo o vamos a tener un problema. Se confirma que las restricciones a la distribución impuestas por las grandes plataformas de streaming no serán tan duras este año. Después del desastre provocado en el enero pasado, con miles de trabajos retrasados en su lanzamiento, hacía prever este cambio de actitud por parte de las grandes empresas del sector, de la misma manera que se han ido flexibilizando las exigencias impuestas acerca de diseño de portadas, formato de los booklets y demás. Retomando el hilo de mi pensamiento primero, siempre he creído que uno de los aspectos en los que más ha influido el cambio al entorno digital es precisamente el diseño del arte gráfico, dónde ya no tienen lugar las ideas concebidas para ser percibidas entre las manos, antaño un formato relativamente grande y en todo caso con unas opciones de manipulación mucho mayores que las pequeñas ventanas digitales destinadas al alojamiento del cover: un asunto que apenas ha preocupado a los creadores y que supone un gran ejemplo de cómo una mentalidad funcional moderna está yendo absolutamente en contra de formatos comunicativos que habían sobrevivido miles de años como si fuéramos nosotros autoridad suficiente como para enfrentarnos a decenas de siglos de tradición.

 

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