Falla ambience

 

(c) Javier del Real

El amor brujo de Falla que ha programado durante estas navidades el Teatro Real atrae porque han pasado cien años de su composición, por ser una coreografía de Víctor Ullate bailada por su compañía y por contar con la presencia en escena de Estrella Morente uno de los valores actuales del flamenco que llena teatros y auditorios habitualmente reservados a la música clásica además de los que le pertenecen por género. Todo ello hace que se obvie un aspecto importante del espectáculo como son las intervenciones musicales de Luis Delgado y el dark ambience de In Slaughter Natives añadidas a la partitura original. El primero con suficiente experiencia en música escénica y folclore, algo que los madrileños pueden comprobar asistiendo a ver Entremeses de Cervantes en el Teatro de la Abadía en la que Delgado es responsable de la música. De In Slaughter Natives hay menos información o son menos populares, aunque no el tipo de música que practican que para los poco entendidos en este género se situaría en la estela de los más populares Marilyn Manson o los eurovisivos Lordi, salvando las distancias, y que suena como si hicieran composiciones para la versión siniestra de Cirque du Soleil.

Al entrar en el teatro hay expectación. Hay, también, mucho extranjero, predominan los acentos que vienen del este, y que aprovecha su paso por Madrid para ver un espectáculo que no será para turistas y que les permita medir la temperatura de la rica cultura española. Lo que hace pensar que esta propuesta tal vez hubiera merecido más días de representación, aunque es una reposición y revisión de una coreografía que ya giró hace veinte años. Sin embargo las toses rebeldes, más frecuentes e insistentes de lo habitual, incluso teniendo en cuenta que estamos en invierno, informan a los oídos acostumbrados a la asistencia a estos espectáculos que la atención del espectador no está siendo atrapada con la suficiente intensidad. Toses que fluctúan desapareciendo cuando Estrella Morente sale a escena y canta. Y eso que la cantante lo tiene que hacer en contra de su habitual forma de estar y ser en el escenario a la que se añade una caracterización que la afea sin necesidad cuando no se conoce un recital suyo en España en la que el público no acabe llamándola guapa. Carraspeos que también ceden en algunos números dancísticos que suelen coincidir con los momentos más clásicos de la propuesta musical. A pesar de que la compañía, así como los solistas, demuestren sobre el escenario en todo momento su apreciable y disfrutable calidad. Fluctuaciones que también se notan en la escenografía del siempre eficaz Paco Azorín. Y en los trajes de la figurinista María Araujo aunque hay que reconocerle que en algunos casos los bailes no serían lo mismo sin esos vestidos que bailan por si mismos como esa capa de forro azul verdoso, como un mar iluminado. En definitiva, toses que identifican la misma irregularidad que ha encontrado la crítica y a la que le ha impedido mostrar entusiasmo.

Sin embargo este espectáculo es apreciable por varios motivos. El primero por hacer escuchar a Falla con la calidad que se merece y mostrar lo poco que se le programa cuando tiene todavía mucho que decir tanto a profesionales como a público. El segundo, el abrirlo a nuevas formas de oír y poner en escena este ballet al contraponerlo a una música como la de In Slaughter Natives o las menos evidentes intervenciones de Delgado y al hacerlo bailar a la moda contemporánea, eso sí, sin excederse. Lo que tal vez se hubiera intensificado si las composiciones de In Slaughter Natives se hubieran interpretado en directo como se hace con las de Falla y las de Delgado. En definitiva, el espectáculo hace pensar al que lo ve y preguntarse qué pasaría si lo hubiese pensado, por poner dos ejemplos, Chevy Muraday o el reciente Premio Nacional de Danza, Daniel Abreu, con la colaboración de compositores contemporáneos. Pues lo menos que se le puede pedir a cualquier propuesta escénica es que abra caminos, nuevas intuiciones sobre la obra, de lo que dicha obra puede ser en presente y no que la mantenga como una pieza de museo a la que de vez en cuando se la limpia el polvo y las telarañas y se le da un barniz (barnices que tanto mal han hecho a la pintura, que de tanto darlos han ocultado la coloratura de muchas y buenas obras maestras). De hacer caso a los repetidos aplausos que los espectadores dieron al final de la representación, el público parece estar preparado para recibir estos espectáculos, pero ¿quién conoce al público?

 

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