La necesidad de presente
Poco antes de las fiestas navideñas La Cuarta Pared de Madrid ofreció la posibilidad de ver en tres días consecutivos tres trabajos del coreógrafo y bailarín Daniel Abreu. Ha sido la última oportunidad de ver Perro, que se estrenó en 2006 en El Canto de la Cabra, una sala pequeña que ya no existe y que el trendy y fashionista barrio de Chueca no supo salvar. Y también ha sido la primera oportunidad de ver Cabeza en Madrid, programada para el último día de los tres. Si la primera supone el descubrimiento de una obra artística a partir de una gramática aprendida y hecha propia, customizada, la última supone esa evolución que todo artista exigente y pendiente de lo que ocurre le pide a su lenguaje hasta transformarlo y transformarse con él.
Así, Perro es todo movimiento, exigiendo a las palabras y las frases que el cuerpo, la luz y la música producen en escena que se conviertan en un decir, en una forma de hablar a sus espectadores, a sus semejantes, a sus contemporáneos. Donde su cuerpo y el del público, no son el campo de una exploración de sus límites físicos, sino de su capacidad de hablar, de susurrar, de gritar, de ladrar, hasta de reír y, por supuesto, de bailar. Algo que en Cabeza, la segunda, va más allá, pues es un oír lo que está pasando para contarlo con esas palabras y esa gramática de las que se adueñó en Perro. Y donde lo físico era aparente y meramente físico, ahora es, también, reflexivo. El tipo de reflexión que produce la presencia de una montaña de carbón en una esquina. Material bituminoso y oscuro al que envuelve en una nube que ocupa el escenario y el patio de butacas, un cirro desde el que se ve caer al artista repetidamente, una caída que suena al golpear el suelo, y con esa insistencia hace hablar a la caída, ¿qué es caer?, ¿qué es caerse? Pues no es un tirar, ni un tirarse. O muestra esa figura enigmática de un conejo en la niebla. Un conejo de tamaño humano, de forma humana. Un hombre-conejo que parece acercarse, ¿o es el que mira el que se acerca?, de forma que interroga ¿qué soy?, ¿qué eres?
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Discursos que no necesitan estridentes sonidos de grandes orquestas. Lo suyo es lo mínimo del minimalista Max Richter. O todo lo post que pueda ofrecer un pequeño grupo como Piano Magic. Y, sobre todo, la música electrónica. Música del tempo de Daniel Abreu y del de su público, de los que acuden y llenan los pequeños recintos alternativos en los que se le programa. También sonidos de los que no acuden a verle pero bailan, ofrecidos por djs, en fines de semana o noches de verano o disfrutan calmados en chill outs frente a las playas. Composiciones del grupo Skyphone, de Christian Fennesz (compañero de las penúltimas andanzas de Ryuchi Sakamoto y David Sylvian) y del más experimental John Leafcutter (que acaba de presentar The Sound of Money, una composición basada en el algoritmo resultante de la variación del valor del oro desde 1957 a 2013, mientras trabaja en el desarrollo de programas como el Forester o máquinas como el light controlled music interface). Música que le permite ser indisciplinado con la técnica danzística aprendida, que le permite, también a él, la cercanía pop y la distancia necesaria para mostrarse como cuerpo. Pues eso es lo que se ve en escena: cuerpo, elementos escénicos, luz y la resonancia que le da al conjunto de esos elementos una música hecha para el tiempo actual, el que corre parejo al calendario, haciendo que el presente también sea poético y hable, desde la belleza que es posible crear ahora, a los hombres y mujeres a los que se tiene tan ocupados en preparar el futuro, un futuro que no se sabe cuando llegará, y que solo crea incertidumbres, inseguridades, hoy, aquí. Poesía contenida y exuberante que las dos noches dejaron en silencio al público asistente cuando acababan los espectáculos antes de dar un sonoro aplauso pidiendo la presencia repetida del artista en el escenario. Igual que su trabajo pide más interés de los compositores contemporáneos españoles por la danza que se hace y se práctica en el país, una mayor colaboración que la cercanía permitiese pensar desde lo musical y lo corporal a la vez. Algo que la simple cercanía espacial y temporal debería favorecer. Cualquiera que quiera saber por qué, solo tiene que ir a ver a Daniel Abreu la próxima vez que se lo programen cerca de casa.
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