Los enigmas de la indigencia
Hace unos días se distribuyó un vídeo en una conocida red social en el que podía verse al grupo de cámara L’Ensemble antecediendo su actuación con la lectura de un manifiesto en el cual se informaba al público de una obviedad: que todo eso que iban a escuchar costaba esfuerzo, muchas horas de estudio y ensayo, una formación de muchos años, en definitiva, que se trataba de una labor profesional. Y ridículamente pagada en estos tiempos, cuando no ejercida sin remuneración alguna. Es decir, se ponía de relieve algo que por obvio no tendría que ser señalado pero que en realidad está muy lejos de ser convención, al menos en nuestro entorno: el hecho de dedicarse a una actividad artística no debe interpretarse nunca como una renuncia a su aspecto profesional, en román paladino, el dedicarse al arte no implica abrazar con gusto la inanición.
Pero lo enigmático de la situación actual es que vivimos en una paradoja de lo más inquietante: posiblemente nos encontremos en uno de los momentos de mayor exhuberancia en lo que a oferta de música de nuestro tiempo se refiere, mientras que ésta se está produciendo con el mínimo de medios posible y -lo que es más grave- en un estado de verdadera indigencia en lo relativo a los cachés de los músicos. Y no nos referimos a los grandes fastos, a las programaciones de los auditorios u orquestas (donde los recortes tienen una clara correspondencia con el adelgazamiento de la música actual en sus programas), sino a los pequeños ciclos y festivales, organizados generalmente por los propios intérpretes o colectivos de intérpretes y compositores, que no sólo resisten sino que sirven de ejemplo para nuevas propuestas. Si se quieren ejemplos de estos festivales con solera, producidos con muy pocos recursos y con una programación de gran nivel, en estas fechas se inicia uno de los más representativos de esta tipología, la Mostra Sonora de Sueca, que cumple su décimo aniversario, y concluye otro, el Festival SOXXI (al que dedicamos un artículo en el número de febrero de nuestra revista). Ambos casos se desarrollan en Valencia y, aunque esta comunidad reúne una parte esencial de la producción española en la actualidad, en absoluto son casos aislados. Podemos citar muchos más, como el barcelonés Festival Mixtur (que acaba de finalizar), el COMA y el FestTC madrileños, el salmantino Festival SMASH, los Encuentros del bilbaíno Ensemble Kuraia… y muchos, muchos más. Todos ellos tienen un denominador común: han logrado la supervivencia a base de “ingeniería financiera”, por cierto, de un tipo muy diferente a la que estamos acostumbrados a asociar con esta denominación.
Pero no nos desviemos demasiado, nos preguntábamos por la paradoja que se produce al relacionar la proliferación de la oferta de música viva con la escasez de recursos que se da en la coyuntura actual. Una hipótesis posible que responda a este enigma podría ser la necesidad de seguir en movimiento, o dicho de otra forma, la parada en seco por “ERE temporal” supone salir del escenario durante un tiempo precioso que puede luego resultar irrecuperable, algo que fácilmente podría convertirse en “suspensión de empleo y sueldo”. Es lógico pensar que un grupo que tiene una cierta trayectoria no va a renunciar de un plumazo a ésta. Será mejor aguantar un tiempo a ver si escampa y volvemos a ver algo de luz. En los casos de intérpretes recién llegados la explicación es igualmente lógica: los nacimientos siempre son traumáticos y las ganas lo pueden todo.
Sería cándido pensar que todo se reconducirá suavemente, que la taquilla será una solución o que esta forma de “emprendimiento musical” dará frutos a medio plazo. No sólo sería ingenuo sino que contribuiría a dar pábulo a esa idea desplegada como verdad única de que la solución a esta impostada crisis está en nosotros. A nadie se le escapa que la situación es explosiva y que, tarde o temprano, es muy posible que se rasgue por alguna costura. Una situación que, además, resulta peligrosa en tanto las instituciones sobre las que -al menos hasta ahora- recaía la responsabilidad de contratar para dar al ciudadano una oferta cultural de calidad, siguen viendo bien repletas sus programaciones pero esta vez a coste cero. Una acomodación que en justicia debería, en algún momento, pasar factura a ese mal hacer gestor (por no calificarlo de fraude al ciudadano, cuando se trata de entidades públicas).
No hemos hablado aquí de la parte creadora, de los autores, y no lo haremos para no aburrir al personal con disquisiciones que nos llevarían a conclusiones parecidas. Sólo consignar lo evidente, que su situación no es mejor, y lo que es peor, no lo ha sido nunca (salvo casos muy puntuales, que de todo hay).
Mayo es el mes en el que se celebran en todo el mundo las conquistas sociales relativas a los trabajadores. Podría ser una buena oportunidad para denunciar desde diferentes foros la situación de la música en nuestro país como un estado de explotación. Eso sí, una situación que se presenta sin la desnudez visible de otros casos de indigencia (al menos todavía) y revestida del aura teatral que corresponde a lo que se presenta encima de un escenario, pero explotación al fin y al cabo.
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