Norma alla Norma

(c) Javier del Real
La Norma de Bellini que se puede ver en el Teatro Real estos días no ha gustado a la crítica pero, de hacer caso a los aplausos, sí ha gustado al público. Es cierto que lo que pasa en escena y en el foso, visto desde un punto de vista crítico, interesa más bien poco o nada. Poco hay de riesgo, de ofrecer una lectura alternativa o de apegarse a una tradición y ofrecer una producción demodé. Es un producto de consumo, la dosis mensual de ópera para su público.
Tal vez, el mayor fallo sigue siendo la orquesta, que desde la época Mortier no levanta cabeza. No se sabe si por la elección de los directores que les han tocado en danza. El caso es que en esta Norma suena, en ciertos momentos, a chinpum, sobre todo en su primera parte. De nuevo, el desencuentro entre la crítica y el público es notorio. El primero no deja de darle palos, mientras que el segundo premia con fuertes aplausos la aparición del director de orquesta en escena.
A lo anterior le acompaña cierta irregularidad en lo que se percibe del canto con momentos que funcionan. Sobre todo funcionan los dúos femeninos de la segunda parte. Y, en el caso de Gregory Kunde, que hace de Pollione, se echa de menos las capacidades que mostró recientemente en el mismo teatro en el papel de Otello de Verdi.
Tampoco acompaña la dirección de escena de Davide Livermore, el intendente-director del Palau de les Arts, ni la escenografía y vestuario de Giò Forma. También es irregular, con ese cuerpo de baile que sale para esconderse detrás de las barras metálicas, posible trasunto de tronco de árboles. O ese excesivo trono, por grande, por armatoste, que está tan presente en el escenario. Y que, sin embargo, da el juego necesario para que la sacerdotisa Norma suba con autoridad y magnificencia una escalera y tenga un púlpito desde el que cantar el aria Casta Diva que el público escucha con absoluta reverencia, la que se le tiene gracias a la famosa interpretación de la Callas que de tanto repetirla en películas, series, programas de radio y de televisión y anuncios se ha convertido en musical incidental para las sociedades actuales.
Entonces ¿por qué el público aplaude y se queda a celebrar al equipo artístico a pesar de lo tarde que termina la ópera? Porque nada de lo anterior consigue acabar con la música de Bellini. Es cierto que tampoco parece que acabar con su música sea la intención del equipo artístico. Hacen una apuesta que simplemente no funciona, mejor dicho que funciona a ratos, y mejora en la segunda parte. Además, la música está y se oye. Y es, hay que decirlo todo, una música realmente bonita que apetece escuchar, que gusta oír. El Teatro Real, a pesar de su variabilidad acústica dependiendo del lugar, es un buen sitio para escucharla y apreciarla.
Habrá personas que dirán que lo anterior no es suficiente. Entre ellos se encuentra la crítica profesional. Una crítica que habitualmente introduce historia y comentarios sobre las técnicas vocales, la dirección de orquesta y la interpretación de los músicos. La misma que da una importancia accesoria al resto de elementos artísticos y teatrales. La misma que ha educado al público. Un público que esta vez se les rebela, no les hace caso y aplaude porque, ¡qué carajo!, ellos se lo han pasado bien.
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