Sobre la pérdida de la razón
Ha llegado el tiempo de la locura, un tiempo que nunca presentí, pues nunca pensé que llegaría el descontrol abismal de la angustia y el horror. Siempre creí que el equilibrio me caracterizaba, compensando mis carencias intelectuales. Constantemente presumí de salud mental, pero estaba equivocado. Ha llegado el tiempo de la locura, agitada por una incertidumbre extensa como la muerte, acelerada por la inculta crueldad de la raza que me engendra, y la indiferencia de las etnografías en las que me reconozco por intermedio del misterio creador.
Se proyectan en mi mente los dolores y escalofríos de lo inexistente, que anulan los sonidos del mundo, dejando apenas resonar el tenso silbido que indica la muerte de las neuronas.
En el terror y el sobresalto permanente: no hay descanso. Sin embargo, es en este tormento donde la vida transcurre sumida en otra densidad temporal, desbocada en las vertiginosas exigencias del pánico. Y en esas exigencias el tiempo se hace eterno, se aprovecha en la concentración, se expande inconmensurable. Superados esos desequilibrios, se producen instantes en los que el micro y el macrocosmos ser revela en su densa intensidad: mientras que quienes viven distraídos en la calma, en realidad viven menos tiempo.
Ahora, muy a mi pesar, siento cada latido resonando en la profundidad del tiempo, porque el silencio de la incertidumbre es inmenso, abrumador. La pesadilla se reinventa a sí misma una y otra vez. Pero estoy convencido de que este proceso, es imprescindible para profundizar, para avanzar un poco en la creación.
Intuyo que de todo este desmantelamiento orgánico, quedará la esencia del ser. Una conformación ontológica que deja atrás lo inútil, lo contradictorio, lo innecesario, todo aquello que entorpece la expresión estética. Tras esta desintegración física, la mente queda liberada para manifestar la esencial del ser como discurso.
¿En que se transustancian el dolor y las reflexiones éticas durante el proceso de creación estética?, a mi parecer se manifiestan como conciencia y expresividad; como hipotéticas formas de contención, como intuiciones de los mecanismos que permitirían expresar los contenidos trascendentes, inexplicables. No es equivalente el despertar progresivo de la conciencia al acto creador, no es tan sencillo como parece. Hay una enorme distancia entre el amanecer de la conciencia y la materialización del discurso sonoro.
En este proceso de maduración fisiológica, estética, ética; la exploración se aventura más allá de los límites de la cordura, extramuros de formas y contenidos establecidos, metáforas antiguas, y sonoridades reconocibles y estables. Abandonadas las certidumbres, nuestra mente se va deslastrando de lo innecesario, quedándose sólo con lo esencial.
Aunque el sentido de este proceso parezca insondable por su dimensión metafísica y trascendente, es en esa inestabilidad psíquica donde paradójicamente se originan ciertos aspectos complejos del discurso sonoro. ¿Acaso, el sonido y la música no exigen una cierta pérdida de la razón?, ¿No es este tránsito de laceraciones psíquicas, un derrotero que propicia la íntegra materialización de las intuiciones acústicas que presentimos?
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