Ceci n’est pas une critique
Siempre me ha seducido el poder hipnótico de la luz tibia, débil e irregular de una vela. En el silencio de una fría noche, cuando ya nada queda, la llama vive aun, conservando un ritmo azaroso, al compás del aire que se mueve a su alrededor. La luz que emite una vela es frágil, tímida e imprevisible, acechada continuamente por la penumbra que invade todo en torno a ella. Y, sin embargo, ilumina.
Hacia 1570, Doménikos Theotokópoulos “El Greco” viaja a Roma, donde intentará medrar como artista y convertirse en pintor de la “corte” farnesiana. Poco tiempo después de su llegada, y todavía con el aura veneciana en su pincel, decide abordar una obra sencilla aunque extremadamente compleja en su representación. Se trata de una escena narrada al parecer por Plinio “el Viejo” en un pasaje de su Naturalis Historiæ, escrito en algún momento anterior al año 77 antes de Cristo; una escena en la que un muchacho sopla un ascua con la intención de encender una vela.
No es casual que les hable en Sul Ponticello del magnífico pintor cretense y de su excepcional habilidad para captar y construir luz. Es una de las cosas que suceden cuando nos dejamos seducir por la obra, nada común, que ha protagonizado la quinta edición del Festival de la Guitarra de Sevilla, dirigido de manera valiente y perseverante por el guitarrista, profesor, gestor y productor Francisco Bernier. Se trata de Sueña El Greco El Martirio de San Sebastián, una suerte de performance teatralizada en la que pintor y mártir confunden vida, muerte y resurrección mística -en forma de artista trascendente y santo católico- en la piel, el cuerpo, la voz y los gestos desgarrados del actor y bailarín Eduardo Martínez, con el universo sonoro de José María Sánchez-Verdú -puesto en pie por Juan García Rodríguez y Zahir Ensemble-, la escenografía de David Pérez Rico y las luces de Manu Madueño, todo ello bajo la dirección general del dramaturgo cubano Royds Fuentes-Imbert.
Como decía, Sueña El Greco… no es una obra común por varias razones.
En primer lugar, por las propias circunstancias de su creación. Fuentes-Imbert y Sánchez-Verdú nunca se habían visto hasta algunos días antes del estreno. De hecho, y siendo fieles al significado del término, este proyecto suponía un estreno absoluto en su aspecto teatral y performativo, pero no en el sonoro, puesto que la música interpretada por Zahir no era de nueva composición, sino una selección de piezas ya escritas -Kitab 3 (1997-1998), Kitab 5 (1997), Nada (2007) y Tauromaquia I, II y III, pertenecientes al trabajo Lux ex tenebris (Goya-Zyklus) (2003-2009), entre otras-, asociadas por un característico timbre orgánico y por la participación de la guitarra en su plantilla instrumental. El proyecto consistió más bien en reunir los universos poéticos del dramaturgo y el compositor, universos muy cercanos por la visión mística que comparten del hecho creativo y por la atracción que ambos sienten hacia la obra pictórica de El Greco.
La segunda razón por la que juzgo poco común esta pieza alude a su concepción teatral y escénica: un espacio casi vacío, un juego lumínico de extremada finura y precisión y un sonido oscuro, constreñido y sugerente a la vez; todo ello acompañando el tránsito doloroso -en su acepción mística- del protagonista: un hombre de éxito seducido por los vicios más comunes del ser humano contemporáneo, que sufre una transformación substancial en la que cuerpo, deseo, deber, voluntad y alma se ven reducidos, desfigurados y aniquilados por una muerte inevitable, pero también imprescindible para alcanzar la resurrección, allí donde “termina lo humano” -en palabras del propio Fuentes-Imbert.
En esta procesión -cuyo protagonista se transfigura literalmente en un “paso de misterio” de la Semana Santa andaluza-, música y luz convergieron para construir un espacio grave y austero, ascético, podría decir.
Sin embargo, y tristemente, la tercera razón que me lleva a considerar Sueña El Greco… poco habitual no tiene que ver con su consideración estrictamente artística o estética, sino con las circunstancias que rodearon a su puesta en escena, desde lo limitado y angosto del foso en el que los miembros de Zahir Ensemble tuvieron que situarse para encarnar las sutilezas tímbricas de Sánchez-Verdú hasta la inaceptable reacción de parte del público, que salió de la sala voceando entre insultos y aspavientos. Es posible que ambas cuestiones les parezcan anecdóticas e incluso divertidas. Yo creo que muestran lo excepcional que es asistir en Sevilla al estreno de un proyecto artístico de vanguardia. Quizás esté exagerando -podría ocurrir, soy andaluz-, pero parece que el público sevillano -si me permiten la generalización- continúa siendo incapaz de asumir con naturalidad una propuesta estética, crítica y poco convencional.
Más allá de gustos y opiniones, Sueña El Greco el Martirio de San Sebastián nos ofreció la oportunidad de observarnos como lo que somos: seres alienados en constante lucha por trascender nuestra propia condición humana.
Y para esta lucha necesitamos una luz, aunque solo sea la de una vela.
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