DISCANTUS. Visceralidad y distancia

En contra de lo que parece que debiera suceder, no existe un terreno común que hayan pactado Marta Sainz y Antonia Funes al crear este DICANTUS. En todo caso, sí podemos encontrar, “leyendo entre líneas”,  una clara primacía de la “actitud expresiva”, por encima del “oportunismo sonoro”. Una determinada actitud expresiva ilumina toda una obra más allá de sus meras partes; el oportunismo sonoro es un “carpe diem” que se apaga nada más morir.

Tan dispares artistas se ven quizás llevadas, de forma natural a establecer un terreno común, un “mínimo idiomático” como sacrificio necesario. En el caso de DISCANTUS parece clara la idea de que, para la aprehensión  de esta compleja obra, es necesaria una cierta distancia por parte del espectador, esa distancia que nos protege de lo visceral del momento sonoro y que amplía nuestro ángulo de percepción de la obra musical. DISCANTUS nos propone un sano ejercicio de orejas artísticas en el que deberíamos ponernos en la tesitura temporal adecuada, del mismo modo en que nos situamos a cierta distancia cuando intentamos percibir el sentido global de una pintura, de una escultura: el acercarse a ella para ver mejor (o menos) es una decisión que el espectador toma por propia iniciativa… pero el sentimiento general que provoca su contemplación queda siempre en el tintero, y no encuentra palabra que la exprese más allá de lo que sentimos al contemplarla a través del lenguaje musical.

En este sentido, la capacidad de estas dos artistas de la improvisación libre para llevar a cabo una “interpretación” consciente de estos parámetros de distancia y visceralidad resulta llamativa. Si existen obras musicales que nos llevan a cuestionar los consentidos y aceptados parámetros artísticos (sin caer en la fácil y ya vieja autorreferencia duchampiana), quizás este discanto improvisado e improbable sea una pieza de interés, pues nos propone un modo diferente de escucha a la vez que presenta un material de indudable autenticidad. La formación personal de ambas intérpretes es de un rango tan amplio y poco común, en el terreno de lo que pudiera considerarse como extramusical, que merece la pena atender a ello: doblaje cinematográfico, pintura, diseño, Butho, enseñanza, escultura…

Todas estas “filtraciones” se hacen notar de manera palpable en el resultado, sin convertir en un pastiche lo que felizmente percibimos como una obra meramente musical. Las calidades sonoras de la voz de Marta Sainz y el chelo de Antonia Funes, se nos presentan con tal enriquecedora sinestesia. En esta grabación escucharemos un modo de discanto entre ambas voces que nunca habremos escuchado antes, pues el dúo consigue crear un pequeño universo cavernario que solo pudieran habitar estas dos intérpretes. Así, realmente será este Discantus una obra que sabrán apreciar y disfrutar todos aquellos que valoran las músicas que liberadas de referencias. Por más que esta obra nos sorprenda con ciertos pasajes en los que nos parece reconocer algún tipo de “terrorismo barroco”, incluso alguna especie de “demencia pop”, finalmente acabamos por reconocerlas como sinceras y enigmáticas efloraciones inconscientes, como si la “superficie” de esta obra, dejada a la intemperie de nuestros oídos, se viera degradada por una herrumbre que la embellece inquietantemente.

Valores como el “cerrilismo” son presentados aquí con una displicente elegancia; estrategias como el “efectismo sonoro” son dejadas de lado y hasta sacrosantos principios como el de la “escucha” se debate, en Discantus, con la “sordera” en un mismo estatus artístico.

 

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